Mi profesor de lengua recalcaba que para que hubiera una "oración" era necesario, incluso suficiente, el verbo.
Porque todo verbo -decía él- siempre lleva, implícito o explícito, un sujeto, ya sea éste personal, colectivo o impersonal.
Los complementos, en cambio, ni sustituyen, ni alteran, ni anulan, ni al verbo ni al sujeto, sólo los prolongan, los enriquecen en significación, los estiran, los dilatan.
Todas las personas, que somos sujetos y verbos, buscamos prolongaciones en la vida, no mutaciones, sólo crecimiento, perfección, acabamiento, no queremos dejar de ser nosotros mismos y convertirnos en otro, queremos, en palabras de Aristóteles, llegar a nuestra "entelequia", a la actuación de nuestras potencialidades, al desarrollo completo.
Cuando dos personas se unen para, mutuamente, complementarse, intentan enriquecerse, no "a costa del otro", sino "con el otro".
Hacer del otro un complemento siendo (el otro) sujeto y sin dejar de serlo.
Hacerse complemento del otro, pero sin dejar de ser sujeto.
Es la metamorfosis, es el misterio del amor. Sólo el amor es capaz de conceguir ese milagro.
Si la relación amorosa no funciona, no todo sigue igual que antes, sino que ambos merman, disminuyen. Necesitan separarse para no llegar a anularse, destruyéndose mutuamente.
Si la relación funciona, no sólo suman, se multiplican los beneficios.
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