Ya lo había sentenciado
Freud: “Desde niños, a juzgar por nuestros deseos inconscientes, todos somos
una banda de asesinos” en potencia.
El problema de la violencia
no está fuera de nosotros, la llevamos dentro. Y ese es el peligro.
Peligro que aumenta en una
sociedad que enseña al niño, desde la escuela, que las cosas no se consiguen
sino por medio de una inhumana y egoísta competencia.
“El otro” se nos presenta, en
nuestra educación para la vida, no como un “cooperador” sino como un
“competidor”, como un enemigo casi más que como un adversario.
Lucha para conseguir lo mismo
que yo quiero conseguir.
El “numerus clausus” es un
motivo de lucha para formar parte del “numerus” y estar dentro del “clausus”,
aunque tenga que poner la zancadilla.
La sociedad (y nos lo
recuerdan constantemente los medios de comunicación) se rige por la ley de la
competitividad y sólo los primeros reciben el premio del reconocimiento.
Sólo hay tres escalones en el
estadio y sólo el 1 es el ganador, el 2 y el 3 ya son perdedores, desde el 4 en
adelante ya ni cuentan.
Decía el filósofo Horkheimer
que la sociedad actual es una “sociedad sin padre” por lo que el niño, que
necesita de un “padre”, al no tenerlo, lo sustituye, falazmente, por “la
pandilla”, que se convierte en el “sustituto colectivo del padre”
Pero la pandilla tiene su
coste, porque hay que obedecer al “nuevo padre”, que es el más fuerte y casi
nunca el mejor, pero que es muy exigente a la hora de acoger al nuevo aspirante
el ingreso.
Y si este “nuevo padre” exige
el atraco, el robo, la violencia,…si el niño no lo practica no hay acogida en
el grupo, y él la necesita.
La “ausencia del padre real”
lleva a la “presencia del padre sustituto”, el líder del grupo, que no actúa ni
obliga a actuar por amor, sino por mantener el poder y el dominio del grupo.
“Erotismo del poder”
Y son las redes sociales los
nuevos canales que mantiene unido al grupo.
Redes sociales que, como
tantas veces he dicho, son, cada vez, más necesarias, pero son, cada vez, más
peligrosas.
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