“Vivimos de crédito” – decía
Aranguren.
Y es verdad.
Creemos constantemente,
creemos en casi todo lo que concierne a la vida, creemos a los médicos y a los
profesores, creemos a las fuentes de información que son, muchas veces “fuentes
de desinformación”, y como salga en la tele… eso ya es autoridad, y como lo
afirme la persona con la que sintonizo (periodista, político, pensador,…) esto
ya va a misa.
Creer es “tener fe”,
“confiar”,
“Yo creo a” y “yo creo en”
(en otro lugar de mi blog he abundado en ello).
Creemos lo que mi vista me
dice, que ahí hay una pared, y creemos que si nos damos un coscorrón contra
ella vamos a sentir dolor. Todavía no lo sabemos, pero lo creemos, lo damos por
bueno, por sabido (y me viene a la mente “la caverna de Platón”, o a un niño
viendo la serie de “Marco en busca de su madre” y llorando porque “cree” que es
verdad y no una historieta infantil.
Y creemos que si nos bajamos
de la acera por la que vamos caminando el suelo va a estar ahí y no caeremos al
vacío.
Y creemos que quien está ahí
habla como yo y si le digo algo me entiende (y puede ser un islandés que ni me
entiende ni lo entiendo, pero yo creía que sí)
Y creo que ve y oye como
nosotros. Y que tiene un nombre, como nosotros. Y que es un varón o una mujer.
Y pudiera ser que nada fuera como yo creía que era.
Y creemos que existe Alaska,
porque lo hemos visto en el mapa. Y creemos que podríamos llegar allí tomando
uno o varios vuelos o por el mar, con un
barco.
Creemos.
Creemos que ahora mismo,
mientras estoy escribiendo, a las 11 de la mañana, con un sol radiante, en
Nueva Zelanda están en plena noche.
Para vivir, para poder vivir,
tenemos que contar con las creencias.
Nuestro futuro depende de
nuestras creencias.
Pero todo lo que he escrito,
hasta ahora, son “creencias humanas”, creencias sobre esta vida, sobre este
mundo, sobre lo que aquí hay. Pero también existen otro tipo de creencias, las
creencias religiosas, las que no podemos constatar, verificar. Creencias en el
más allá de este aquí, creencias en la otra vida, posterior a ésta. Creemos en
la inmortalidad, en la eternidad.
Confiamos en las creencias
humanas, que son más o menos verificables y queremos que existan (o no) y que sean
verdaderas (o no) las realidades de la vida del más allá.
Y esa “con-fianza”, esos dos
tipos de fe, son muy distintos.
Gonzalo Puente Ojea nos habla
de la “falacia conativa”, la que afirma que existe y es verdad lo que queremos
que exista y que sea verdad, pero que, nunca, podremos verificarlo, por eso lo
“creemos”.
Una de las creencias tendría
que ver con que somos “animales científicos” y la otra con que somos “animales
religiosos”.
Confiamos en la realidad,
pero hay dos tipos de realidad: la inmediata, con la que chocamos y está ahí, y
la realidad última, de la que nada sabemos, pero que queremos que exista o que
no exista, por eso creemos en ella o no creemos en ella.
Además, los seres vivos
“vivimos” pero sólo los hombres pueden preguntarse si “vale la pena vivir”,
podemos valorar la vida.
Hoy ya nadie defiende que somos “cuerpo y alma”, la suma de dos
sumando.
Esa concepción dualista, tan
presente a lo largo de la historia, desde Platón, ha quedado periclitada.
Hoy se impone y se acepta la
teoría del “monismo emergentista” de la materia evolucionada (no confundirlo
con el “reduccionismo).
Del cuerpo-materia-cerebro
emerge la conciencia-la mente-el alma.
Tras Descartes el dualismo se
retira a sus cuarteles, que es la historia y surge y vence este “monismo
emergentista”.
Pero meter a Dios en todo
esto es siempre peligroso, además de ambiguo, porque ¿qué es Dios?, ¿cómo se ha
entendido “Dios” a lo largo de la historia? ¿Tiene que ver el Dios de Hoy con
el Dios medieval? ¿Y el Dios musulmán es el mismo que el Dios cristiano?
¿Qué, quién es Dios?
Por otra parte deberíamos ser
cautos y no equiparar y hacer equivalente lo “espiritual” con lo “religioso”.
Hay “intereses espirituales”
que nada tienen que ver con los “intereses religiosos”.
Dawkins afirma que la
religión es un subproducto de otro tiempo, que tuvo su función, que fue exitosa,
pero que fue un “virus exitoso” y ya no vale en los tiempos actuales.
Lo religioso, en la historia,
ha causado cosas horribles, aunque no todo haya sido horrible, también ha
propiciado valores sociales y fraternales, altamente positivos.
“Los filósofos de la
sospecha” y los “nuevos ateos”.
Si Marx, hoy, levantara la
cabeza y viera cómo lucha por la
justicia y la paz la Teología
de la Liberación ,
quizá pensara de otro modo y no viera la religión como “opio del pueblo”.
Lo religioso, que muchas
veces “regenera” también, muchas veces, “degenera” y se convierte en
“fundamentalismo religioso”.
Hay una teoría, muy
significativa, la “Lógica del arroz (oriental) y la Lógica del trigo
(occidental) que son dos formas distintas de pensar las relaciones entre individuo y sociedad.
El Confucionismo, el Budismo
y el Taoísmo son movimientos “espirituales”, pero no pueden ni deben
catalogarse como “religiosos”
La meditación trascendental,
el zen, la armonía con el universo todo,…
Mientras durante siglos Dios
permaneció siempre oculto, hoy a Dios se le descubre dando pan al que tiene
hambre.
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