Todos sabemos que durante
miles de años el hombre defendía y se valía, para explicar el universo, de la
teoría Geocéntrica.
La tierra ocupaba el centro
del universo y tanto el sol como los planetas giraban alrededor de ella, en
órbitas circulares (pues la circunferencia era la figura geométrica perfecta,
sin principio ni fin) y con movimientos uniformes, siempre a la misma
velocidad, a pesar de que, observando bien, aceleraban y frenaban en su
caminar, pero era explicable con hipótesis ad hoc.
Todos vemos, a diario, cómo
el sol sale, por las mañanas, por el Este o Levante, a mediodía está en el Sur
y al atardecer se esconde por el Oeste, se “pone” por el Poniente.
Que la tierra estaba en el
centro y en reposo era algo evidente, no sólo a los sentidos, sino
religiosamente.
¿Dónde iba a haber nacido el
Hijo de Dios sino en el lugar privilegiado, en el centro y en reposo?
El centro es el centro y el
movimiento es, siempre, manifestación de imperfección.
Lo que se mueve (lo que
cambia) lo hace para perder (luego tras el cambio es más imperfecto que antes
del cambio) o para ganar (luego es más perfecto tras el cambio o era menos
perfecto antes del cambio.
Todos así lo veían y bastaba
mirar a los cielos.
Y todos así lo vemos pero le
hacemos más caso a la razón que a los sentidos y afirmamos, con la nueva teoría
(el Heliocentrismo) que es el Sol, y no la Tierra , quien ocupa el lugar privilegiado del
centro.
Y aunque veamos el recorrido
del Sol, a diario, desde el Este al Oeste pasando por el Sur, somos nosotros, la Tierra , los que giramos
desde el Oeste hasta el Este pasando por el Sur.
Un fraile, Copérnico, ni se
atrevió a publicar su teoría heliocéntrica temiéndose lo peor, pues la Iglesia y el Tribunal de la Inquisición podían
echársele encima y ya se sabía cómo iba todo a acabar.
Pero Galileo sí se atrevió a
publicarla, a exponerla y a defenderla. Y la Iglesia se le echó encima. No lo quemaron en la
hoguera (como muchos opinan) sino que le obligaron a retractarse, públicamente,
a que no la expusiera, la defendiera ni la publicara, y a arresto domiciliario
de por vida.
Pero Kepler, un gran
matemático, no estaba de acuerdo con las órbitas circulares del heliocentrismo
y propuso, como mejor explicación, las órbitas elípticas, con el Sol en uno de
los focos de la elipse y cómo, así, podía explicarse y entenderse los
acelerones y los frenazos de los planetas según estuvieran rodeando el polo en
el que se encontraba el sol o alrededor del otro polo, más alejado.
Pero, filosóficamente, se
llama “Giro Copernicano” a la teoría del conocimiento que propuso Kant, en el
XVIII.
Hasta entonces, en el
conocimiento, el objeto a conocer estaba ahí, en el centro, ante el sujeto
cognoscente y era éste el que tenía que ir al objeto y adaptarse a él para que pudiera
ser conocido.
El conocimiento era
“adaequatio intentionalis intellectus et rei”, sólo así el objeto podía ser
conocido, si el intelecto se adecuaba al objeto.
Lo que propuso Kant fue lo
contrario, “el Giro Copernicano Gnoseológico”.
El centro lo ocupa el sujeto
cognoscente y es el objeto a conocer el que tendrá que adaptarse a la forma de
conocer del sujeto.
El sujeto es así, conoce así,
éstas son sus estructuras cognoscitivas, y el objeto sólo podrá ser conocido si
se adecua a la forma de conocer del sujeto.
El hombre está pertrechado
del Espacio y el Tiempo como estructuras del conocimiento sensible y el objeto,
para ser sentido, tendrá que adaptarse a ellas.
Si alguien dice que ha visto
u oído algo y le preguntamos “dónde” y “cuándo” lo ha visto u oído y nos
responde que en ningún lugar del Espacio y en ningún momento del Tiempo,
entonces es que ni ha visto ni ha oído algo.
Igualmente ocurre con el
Conocimiento Intelectual.
El Sujeto viene pertrechado
de las Categorías, las doce categorías kantianas, para poder entender los
fenómenos.
Pero también, hoy, se es
Kepleriano en el conocimiento.
Si la Razón es Racional (valga la
redundancia) y la Vida
es Irracional, ambas, Razón y Vida, deben ser los focos de la Elipse Cognoscitiva ,
del Pensar.
Se elude, así, el
Racionalismo Extremo y el Irracionalismo Anárquico de la Vida.
Ni la
Razón Pura ni el Vitalismo Puro, sino la Razón Vital , el Racio-Vitalismo
(Ortega dixit)
También Eugenio D´Ors propone
la Elipse (no
el Círculo) de la Razón ,
que integra las adquisiciones del Vitalismo y del Pragmatismo.
No somos ni Ángeles ni
Bestias.
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