La conclusión es sencilla y
fluye por sí misma: “si sólo hay un Dios verdadero, que es el mío (y todos los
demás dioses (los vuestros) son falsos, son ídolos) y el único Dios nos ha
revelado su palabra, estamos absolutamente convencidos de poseer la verdad y
estar instalados en ella. Pero, además, tenemos la obligación moral y
humanitaria de predicaros e imponeros la auténtica verdad, derribando vuestros
ídolos y prohibiendo la difusión de vuestras falsedades y mentiras. Y todo, por
vuestro bien”.
Esta lógica maldita ha sido
la tentación y puesta en práctica de los tres monoteísmos o religiones del
Libro a lo largo de la historia y que todavía colea en uno de ellos.
El Libro, sea la Torá , la Biblia o el Corán, es la
autoridad absoluta a la que hay que someterse y decir “amén”, “así sea”.
Y uno (yo mismo) acostumbrado
y enviciado en leer mucho y reflexionar más, cuando leo los tres Libros…
Uno lee el Antiguo Testamento
y las incalificables órdenes (pasar por la espada a mujeres y niños, en primer
lugar, unas para que no paran más y los otros para que no lleguen a ser
adultos) que Yahvé le ordena a su pueblo en su marcha a la conquista de la Tierra Prometida ,
en la que manan ríos de leche y miel…. (Y, todo esto, prometido a un pueblo
peregrino y muerto de hambre…)
Pero, luego, uno lee la
interpretación que hace el otro monoteísmo, a través de la casta sacerdotal, y
prometiendo la salvación eterna a todos aquellos que mueran en la batalla por
la conquista de los Santos Lugares (estoy refiriéndome a las Cruzadas) y me
echo las manos a la cabeza de tanto sinsentido.
Y es que, descontextualizas
un hecho, lo sacas fuera de contexto, y no entiendes nada, y se nos muestra
como una barbaridad ordenada por un Dios que se supone que es Bueno.
Como si Dios se dirigiera a
su pueblo, en el pasado, y a todos los nacidos después no les queda otra tarea
que repetir lo que ese Dios ordenó a los fundadores.
Y es verdad que los tres
pilares que debe tener en cuenta toda religión son: los orígenes, la tradición
y el momento presente.
Y, siempre, contextualizado.
Empeñarse en sólo los
orígenes y la tradición, en los “fundamentos”, en los “cimientos” de la
religión, ignorando el edificio que sobre ellos se ha construido en los tempos
presentes, empeñarse en sólo mantener los cimientos, en no sólo volver, en
instalarse en el pasado, es el Fundamentalismo.
Lo que ordenaron los dioses
antiguos lo ordenaron al pueblo que, en ese momento, existía, pero no a la
posterioridad.
Y es que el Fundamentalista
es un obseso por la “seguridad”, no puede vivir en la improvisación, en el
tener que pensar y decidir, quiere “estar y vivir seguro”, por lo que recurre a
ese pasado, como si nosotros, hoy, tuviéramos que recurrir a la moral, a las
costumbres, a la economía, a la forma de vivir y de pensar de nuestros abuelos.
El Fundamentalista es una
persona insegura, miedosa, por lo que busca y persigue la “seguridad” y, una
vez en ella, es capaz de cualquier cosa, porque como a él le va bien…
Afirmar, como creen los
Fundamentalistas, que la fe produce, causa, la verdad es no entenderla.
La fe sólo es “con-fianza”,
pero nunca “certeza” y, menos aún, “evidencia”.
La duda habita en el meollo
mismo de la fe.
La verdad siempre es huidiza
y nunca estabilizada.
“Confiar” en alguien, o en
algo, es exponerte a una decepción, porque siempre es posible que falle.
José María González Ruiz, ese
sevillano-malagueño, afirmaba que “creer es exponerte a que aquello en lo que
crees sea falso, o no exista”.
Quien, en su fe, todo lo ve
clarísimo vive en la oscuridad.
Todavía recuerdo aquel primer
libro de texto de Sexto de Bachillerato, en mis primeros años de enseñante, en
que exponía y comentaba al filósofo Bergson y sus dos tipos de Religión: la Religión Estática
(la del Fundamentalista) y la Religión
Dinámica (la de los Místicos)
Este fundamentalismo,
estático, está más o menos presente hoy día en los tres monoteísmos pero será
el fundamentalismo islámico el que está más vigoroso. En los otros dos, el
laicismo está debilitándolos.
El método histórico-critico,
aplicado al Cristianismo, comenzó con la Ilustración que fue desprendiendo, despegando,
las callosidades adheridas a lo largo de la historia y mostrando, dejando ver,
así, un Cristianismo más puro.
La aplicación de este método
es lo que no se da en el islamismo radical y su interpretación literal del
Corán.
Son a los que yo acostumbro a
llamar “islamistas”, para distinguirlos de los “islámicos”, no tan aferrados al
pasado, a los orígenes, al “fundamento”, más en consonancia con los tiempos
actuales.
Y, así como el cristianismo
actual es consciente de que en la vida no todo es religioso y existen zonas
francas seculares, eso es lo que no hay en el “movimiento islamista”.
Todo debe ser islámico
Y hay que intentar
conseguirlo, no con la “convicción” sino con la “lucha armada”.
Y si el Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob no puede ser el mismo que el del judaísmo actual.
Y si el Dios medieval y el
del Concilio de Trento no puede ser el mismo que el de los cristianos actuales.
¿Por qué Alá tiene que seguir
siendo el mismo que el del siglo VII?
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