“Como
dice Aristóteles, cosa es verdadera
el
hombre por dos cosas trabaja: la primera
por
haber “mantenencia”; la otra cosa era
por
haber “juntamiento con hembra placentera”.
Hace
poco más de un siglo la esperanza de vida en Europa (salvo las raras
excepciones) era de unos 30 años.
Poco
más o menos como lo es, hoy día, en muchos países africanos.
En
esos 30 años de vida al hombre le da/le daba tiempo de:
1.-
Trabajar para comer y, así sobrevivir, (la “mantenencia” aristotélica) y
2.-
Reproducirse (el “juntamiento con hembra placentera”).
En
el siglo XIX nos hablaba Hegel (un gran filósofo) de la “astucia de la razón”.
Decía
él que lo que ocurre en la sociedad, a lo largo de los tiempos, no son
“casualidades” sino “causalidades”.
La
razón lo tiene todo controlado para que, a su tiempo, surja un Napoleón o un
Newton.
Y
el hecho de que nosotros no nos demos cuenta no quiere decir que no sea así.
Lo
que vemos, lo que se manifiesta, lo patente, es sólo una pequeña parte de lo
que hay.
La
punta del iceberg lo que nos está diciendo es que bajo el agua está el 90%.
Si
alguien no sabe leerlo, es su responsabilidad, no la del iceberg.
Éste
tiene y habla su propio lenguaje, si alguien no lo conoce o no lo maneja…
De
la misma manera obra la naturaleza (la humana, en este caso). Ella pone en
marcha su estratagema, usa sus estrategias:
l.-
El placer de comer (y así se consigue que el viviente no muera de hambre, que
siga viviendo, la supervivencia) y
2.-
El placer del sexo (consiguiendo, así, la continuidad de la especie).
¿Os
imagináis que tanto comer, beber, descansar,…. como la actividad sexual,
conllevase dolor?
Tanto los individuos como la especie humana se
extinguirían.
La
podemos llamar “astucia de la naturaleza”.
La
“sabia naturaleza”, que nos hace creer que somos libres y que hacemos lo que
hacemos porque nos da la gana, y no somos conscientes de que somos unos
“borreguitos”, que actuamos como unos monigotes, dirigidos por unos hilos
invisibles.
El
hombre prehistórico y el hombre histórico (hasta hace unos siglos) no tenía
futuro.
Para
ellos el futuro era lo inmediatamente posterior al ahora mismo.
Su
futuro era su inmediato presente, siempre en peligro de muerte.
No
luchaban por o para vivir bien. Sobrevivir era su meta. Y no era poco.
Su
vida no es que “estuviera en peligro”, es que “era peligrosa”. Vivían al borde
del precipicio de la muerte, al que podían caer por lo más mínimo. La picadura
de un escorpión al levantar una piedra, la furia de ese otro animal hambriento
o de esa hembra que está criando a su prole y su presencia, tan sólo, es vista
como un peligro…
El
más pequeño descuido, el mínimo error, era su muerte segura y también la de su
prole.
Una
sequía por aquí, una inundación por allá, cualquier peste, cualquier guerra,
grande o pequeña, una simple enfermedad,…. Y se acabó todo.
El
“todo” de su vida era “nada”. Vivía a la intemperie.
El
concepto de “felicidad” es ajeno a este tipo de vida. No es poco “sobrevivir”
como para, encima, estar pensando en “vivir feliz”.
Su
premio es el “no morir”, no el “vivir mejor”. Yo soy un defensor acérrimo de la Razón (de la “Diosa Razón”).
Ella nos ha traído (y nos sigue trayendo) progreso. Desde vacunas a cirugía
pasando por…. (Anoten Uds. la lista de todo lo que nos ha conseguido el
desarrollo de la Razón ).
Todo
ese cocktail “racional” es lo que ha generado, en los países desarrollados,
unos 40 años (a nuestro favor), redundantes en términos evolutivos y
reproductivos.
Si
en los primitivos, los 30 años era el “todo” y el “final” de su vida y de su
ciclo reproductor, hoy decimos (y vemos) que hay más de 40 años de vida ajenos,
más allá, de la misión reproductiva.
Hemos
“cumplido” con la especie y, además, nos sobran 40 años que tenemos por delante.
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