lunes, 4 de abril de 2016

ÉTICA DEL PLACER.

                                                                                                                                     
Hace tan sólo unos días que mi hija, procedente de Madrid y provista de su coche, acabó con esa bendita y maravillosa enfermedad que me tenía felizmente atado y ocupado, mañana, tarde y noche. Me refiero a la “abuelitis”.

        Poco a poco estoy recuperándome y tratando de cambiar el chip (cuesta adaptarse).
        Lentamente recupero mi actividad habitual. He aparcado el corazón. He dejado de dar besos, abrazos, achuchones, bromas,….. a esa materia prima humana que todo lo quiere saber, con sus porqués.
-        ¿Por qué el agua del mar sabe mal?-
-        Porque está salada.
-        ¿Y por qué está salada?
-        Por la evaporación.
-        ¿Y por qué se evapora?
-        Por la diferencia de temperatura.
-        ¿Y por qué…..y por qué…. y por qué…?.

Una ametralladora de porqués, oiga.

Aparcada, pues, la “cardíaca” unamuniana, pongo en marcha el motor de las neuronas y sigo con mis reflexiones habituales.


        Suele tomarse como sinónimos los conceptos “moral” y “ética”. Y no son sinónimos.
        Hay muchas morales. Tantas como culturas, como religiones, como ideologías,…. Pero sólo hay UNA Ética, que reflexiona sobre las morales.
        Este trozo de pan, este tenedor, este bolígrafo y esta manzana son objetos físicos muy distintos, pero todos ellos son objeto de estudio de una misma ciencia, la Física.

        No existe “el placer”, en abstracto. Sólo existen placeres concretos y muy distintos.
        A las siete y media de la mañana, en mis paseos matinales por La Carihuela, voy disfrutando de un placer muy distinto al que, a esa misma hora, en ese mismo sitio, terminado el botellón, disfrutan tantos jóvenes, bañándose desnudos, apurando el último porro, acabando el último vaso de plástico de no sé qué combinado, o haciendo el amor entre dos tumbonas.
        Placeres.
        ¿Qué dice la Ética del placer?
        Podríamos distinguir tres posturas, ante el mismo. La del libertino, la del puritano y la del moderado o ecuánime.

        El LIBERTINO, pone en práctica y se guía sólo por la Ética de las consecuencias. Él no se atiene a principios. Si algo produce placer (lo que sea) eso es bueno y hay que hacerlo, y si no, hay que evitarlo. Lo que a él le importa es el resultado. Su meta es “optimizar” resultados, cuanto más y más intensos mejor. Mira el “después” inmediato para exprimirlo en presente. Su pro-yecto es sólo un “yecto”. Ni el pasado ni el futuro a largo plazo están en su agenda. Y si tuviera que elegir entre el “después” y el “ahora”, se quedaría con éste.
        “Oveja que bala, bocado que pierde”. “Carpe diem”. “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”.

        El PURITANO, por el contrario, mira al pasado, es esclavo del pasado. Todo lo que vaya a hacer tiene que estar acorde o derivado de sus “principios”. Principios que ya tiene, y muy arraigados, y respecto a los cuales vive.
        Su meta es el “deber”. Hacer lo que debe hacerse, obrar como debe obrarse. En ello reside su placer. El placer del deber cumplido.

        Mientras el Libertino no sabe qué es eso de “remordimiento de conciencia”, el Puritano lo sufre intensamente, sólo con pensar si estará removiendo, lo más mínimo, sus principios o apartándose de ellos.

        Aristóteles decía (en griego) que “virtus est in medio extremorum”. Es su Teoría Ética del Término Medio”. Ahí reside la virtud, entre dos extremos, igualmente  viciosos, uno vicioso por exceso y el otro vicioso por defecto, uno se pasa y el otro no llega.
        La Valentía –dice él- es una virtud, porque está en medio de la Temeridad (vicio por exceso) y de la Cobardía (vicio por defecto).

        El MODERADO, el ECUÁNIME, no mira sólo a los Fines  (como el Libertino) ni sólo a los Principios (como el Puritano).
        Él juega con los tres tiempos del verbo: pasado, presente y futuro.
        Aprende del pasado, no le tiene miedo a la memoria, y tiene en cuenta el futuro, pero sin obsesionarse con él. Sabe que, al final, “todos calvos”, al final, está la muerte, que ni la desea ni la teme, ni se desespera por ello.
        Sin obsesión por los principios busca los medios adecuados que lo lleven al fin deseado.
        Disfruta del presente pero sin renunciar ni despotricar contra pasado y futuro.
        El Ecuánime está alejado tanto del sádico como del masoquista.
        Dice sí al placer, pero no a toda costa y a cualquier precio.
        (Relean el Tetrafarmacon epicúreo. ¡Y que haya gente que hable mal de Epicuro¡).
        ¿Disfrutar?. Por supuesto que sí, pero con inteligencia.
        El seso es la piedra de toque (he dicho “seso”, no “sexo”). Recuerden que hacer el amor, sí, pero con cabeza,

        ¿Con cuál de estos tres tipos te identificas?.
       

        Háganme el favor de ser felices o, al menos, inténtenlo.

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