El estatus de las mujeres
será inferior en aquellas sociedades en las que exista una fuerte
diferenciación entre los terrenos de la actividad doméstica y la actividad pública,
y en aquellas en que las mujeres estén aisladas unas de otras y colocadas bajo
la autoridad de un solo hombre en la casa.
De este modo, podríamos
encuadrar al franquismo dentro de esta órbita, donde la actividad doméstica de
la mujer es entendida como su actividad natural, que a su vez carece de
iniciativa propia, depositada en la figura masculina.
El régimen franquista se alimentó de los
discursos institucionales para desarrollar un sistema patriarcal agresivo, que
mantuviese una doble dominación sobre las mujeres. En este sentido, tenemos que
tener en cuenta que los discursos no son elementos aislados e independientes,
sino que se yuxtaponen y conviven, con el objetivo de crear un proyecto de
poder.
El proyecto franquista se
sustentaba en el establecimiento del orden tradicional, es decir, contrario al
orden republicano.
Así, la presencia de la mujer
en la esfera pública durante la
II República se sustituyó por la vuelta al hogar defendida
por la tradición católica y el fascismo.
El fascismo demonizó la
emancipación femenina y la liberación de la mujer, mostrando un rechazo a la
ruptura del sistema patriarcal, de forma que según Pilar Primo de Rivera «el
deber de las mujeres para con la patria es formar familias».
El conservadurismo
autoritario, el fascismo, junto con las opciones que integraron la extrema
derecha concibieron un discurso común de domesticidad que perduró durante el
franquismo.
La subordinación y la
represión que sufrieron las mujeres durante la dictadura franquista, y
especialmente durante la primera etapa del régimen responden a algo más que una
vuelta atrás a la tradición.
La feminidad se identifica
con la fragilidad, sumisión y espíritu de sacrificio, características que
enlazan perfectamente con el mensaje católico, pero además «el fascismo
femenino dará a la mujer lo que necesita: custodia de la casa y de los afectos,
incitadora de obras nobles, consoladora en el dolor, madre de nuestros hijos».
La mujer ideal fue el
resultado del modelo burgués de ama de casa y el modelo cristiano-católico de
género.
El modelo burgués se basaba
en la diferenciación de la esfera productiva, centrada en el ámbito público y
el trabajo, y la esfera reproductiva, centrada en el ámbito privado y el hogar.
El modelo cristiano-católico
se basa en el origen del Génesis y el pecado original, y pone de manifiesto dos
modelos de mujer representados por la Virgen María y Eva, que encarnan la mujer
austera, ángel del hogar y sumisa, por un lado, frente a la mujer libre y
desobediente que seduce a los hombres, por otro.
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