Recuerdo, como si fuera ayer,
cuando al inicio de una clase le leí a los alumnos la noticia de prensa: “La Iglesia pide perdón por lo
sucedido a Galileo” (hacía casi 400 años).
Espero no morir antes de que la Iglesia , públicamente,
pida perdón por haber falsificado la figura de la Magdalena y por haberla
utilizado como símbolo del pecado sexual y del perdón a través del
arrepentimiento.
La “otra Magdalena”, la real,
la auténtica es, sobre todo a partir de la
Edad Media , cuando la Iglesia se agarra al poder
o se acuesta con él, para compartirlo, desaparece para dar paso a la
“falsificada”, como una mujer ardiente, devorada por los placeres del sexo a la
que Jesús le perdona los pecados. Y ella, penitente, con su larga cabellera,
llorando, expiando sus pecados y pidiendo perdón por ellos, mortificando su
cuerpo, allá, en el desierto, en una cueva, para que sirviera de ejemplo a
todas las mujeres.
Fue sobre todo a partir del
siglo XII cuando se comete la tropelía eclesiástica de confundir a la
prostituta que lava con perfume los pies de Jesús y los enjuga con sus cabellos
con María Magdalena.
A partir de entonces la Magdalena va a ser la
protectora de los prostíbulos, de las mujeres pecadoras, de los/las
vendedores/as de perfumes….y también de los conventos de monjas y de las
cárceles donde los condenados a muerte esperaban la ejecución de las
sentencias.
De doscientos años después de
la muerte de Jesús se conservan los restos de unos frescos, una de las primeras
pinturas cristianas, en Siria, en una de aquellas primeras casas de cristianos
convertida en capilla ritual.
Se recoge la escena en que la Magdalena y otras dos
mujeres, al amanecer, van a la tumba de Jesús,…
Juan diría que iba sola, “al
alba”. En la escena representada aparecen tres mujeres y ella es la que lleva
una antorcha encendida en la mano.
Hasta el mismo San Agustín,
nada menos, en el siglo V, la presenta como “testigo ocular” de la resurrección
de Cristo.
También en las catacumbas de
Priscila, en Roma, y a finales del siglo II, se encuentran las pinturas más
antiguas del cristianismo.
Pero en ellas aparece María,
la madre de Jesús, con el niño en brazos (como “madre” y no como “virgen”) y
Jesús celebrando la Última Cena con los apóstoles (y no clavado en la cruz).
Esa sería la imagen que los
primeros cristianos tenían de María, la madre de Jesús y de Jesús mismo.
Esa imagen es de la misma
época que la de la Magdalena ,
de la casa de Siria, en la que aparece como la primera mujer a la que se
aparece Jesús y no aparece como una “prostituta” arrepentida….
Y así hasta, al menos, el
siglo IV, cuando los primeros Padres de la Iglesia la consideraban “el apóstol de los
apóstoles”.
Entonces ¿por qué acabó
desfigurándose esta primera imagen de la Magdalena hasta hacerse irreconocible su
verdadera identidad?
Todo comenzó cuando la Iglesia comenzó a exaltar
la castidad y la virginidad por encima de todas las virtudes y a elevar como el
gran pecado contra Dios los placeres del sexo que no estuvieran directamente
encaminados a la pura y mera procreación.
El sexo desplaza a la
soberbia, el primer pecado capital, como el pecado más grave.
La exaltación de la
virginidad, que florece con la difusión de la vida monástica, hizo aún más
virulenta la persecución de todo aquello que tuviera relación con la sexualidad
y con los pecados carnales.
Y en esta reprobación, social
y religiosa, de los “pecados del sexo” la figura de María Magdalena, símbolo
sensual y sexual, imagen de la “prostituta redimida”, perdonada por Jesús,
venía como anillo al dedo.
Como los “pecados del sexo”
podían ser perdonados por la
Iglesia , se empezó a exigir a los católicos la confesión
personal (“confesión de boca”) ante un sacerdote, al menos una vez al año,
sustituyendo a la confesión pública, común hasta entonces.
(Uno se imagina la confesión
pública de un pecado de sexo cometido con el marido o la mujer de un compañero/a
de silla y…)
Pero podía ser perdonado el
pecado de sexo por una confesión personal y privada, avalada por el secreto de
confesión de un cura que, voluntaria y libremente, había jurado ser célibe.
Repasen Uds. los misales al
uso y verán como la mayoría de las santas eran “vírgenes”, no pecadoras de
sexo, inmaculadas sexuales, sin contacto con varón alguno, así como los santos
son, la gran mayoría, papas u obispos, también célibes oficiales, sin contacto
sexual con mujer alguna, a la que voluntaria y libremente, ha renunciado.
El cura, en la confesión,
perdonaba el pecado, y la oración a la intercesora, María Magdalena, ayudaría a
vencer la tentación y no volver a recaer en el pecado.
María Magdalena, ejemplo a
imitar para todos los débiles en materia sexual.
Incluso la Magdalena tenía más
mérito que María, la madre de Jesús, porque ésta no había pecado nunca, había
sido concebida sin pecado original, jamás había tenido relación sexual con
varón alguno, porque el fruto de su vientre….luego, al no haber pecado
sexualmente, no podía ser modelo de arrepentimiento.
En este sentido, y en este
pecado, la Magdalena
sería el ejemplo a imitar, y no la
Virgen , a quien ya hubiera pecado y perdido su virginidad
desde la primera relación sexual.
Ya tenían los pecadores de
sexo un/a modelo con quien identificarse, alguien que también hubiera pecado
como ella, y se hubiera arrepentido, la Magdalena.
Así comenzó la veneración por
la Magdalena. La
que pecó y se arrepintió.
En el siglo XII, en el
Decretum Gratiani”, (“Decreto de Graciano” intentos de concordar todos los
decretos de todo tipo de Concilios hasta entonces) se consideraba pecado de
lujuria a todo acto sexual no encaminado a la procreación.
El matrimonio era una
elección inferior al celibato, como la virginidad era una opción superior a la
maternidad.
Por lo que, si todo acto
sexual tenía que ir encaminado, directamente, a la procreación, se
establecieron normas muy concretas sobre cómo debía realizarse el acto conyugal
(por supuesto, entre casados): el marido encima y la mujer debajo, pero cara a cara,
“no como las bestias”.
Por supuesto no podía hacerse
en domingo.
Era preferible y superior
estar casado/a con Cristo que con una mujer/un varón.
Puesto que la mujer era la
causa de los pecados de la carne, la tentadora, la eterna Eva, la que introdujo
el pecado original en el mundo, es por lo que muy pronto se la comenzó a
separar de las funciones de poder de la Iglesia.
La mujer no podría celebrar
la eucaristía, ni siquiera acercarse al altar.
Por lo que desde San Agustín,
y sobre todo Santo Tomás, se empezó a intentar demostrar que la mujer no podía
ser sacerdotisa ni apóstol.
Incluso Santo Tomás,
influenciado por Aristóteles, llegaría a afirmar que la mujer adolecía de “una
substancial incapacidad de razonar” y “sus graves defectos corporales”.
La mujer, intelectual y
moralmente, siguiendo a Aristóteles, entraba en la categoría de los niños y de
los dementes, por lo que se le rechazaba poder ser testigo y su testimonio nada
valía (como en la antigua sociedad judía y no sé si hoy en la sociedad
islámica)
Era inferior al varón física,
intelectual y moralmente, porque había sido formada de una castilla de éste,
además de que la mujer, en el acto de la procreación, tenía un papel
subordinado.
Lo importante es la
semilla-semen, no la tierra que la acoge.
El hijo es 100% del varón.
El nacimiento perfecto es
cuando la criatura es niño, si sale niña la responsable y culpable es la mujer.
Cuando, hoy, la Iglesia recurre a la tradición
para negarse a la ordenación sacerdotal de las mujeres, al recurrir a Santo
Tomás, está recurriendo a la cultura y sociedad griega.
¡Qué error sacralizar y
sublimar la tradición¡ Como si no estuviera llena de errores y tonterías, fruto
de argumentos filosóficos disparatados.
Como las polémicas teológicas
absurdas (“problemas bizantinos”) sobre el sexo de los ángeles o el problema de
la risa en Jesús. ¿Se rió? ¿Recuerdan “El Nombre de la Rosa ” y la obsesión porque no
se conociera la obra de Aristóteles, “De risa”, porque reírse nos asemeja a los
animales, al ser sonidos sin contenido?
Hubo que inventar un espacio
en la geografía celeste alternativo al que van los buenos (cielo), los malos
(infierno), los que mueren en pecado venial (purgatorio), era el limbo, el
lugar celestial al que irían los niños muertos al nacer o antes de bautizarse,
que morirían en pecado original.
¿Cómo colocar en el
infierno a los personajes bíblicos que
no conocieron a Jesús y su mensaje? Pues al limbo, ¡a esperar el día de la
resurrección¡
Este espacio celestial, el
limbo, desapareció tras el Concilio Vaticano II, con el Papa Juan Pablo II, a
pesar de ser “una tradición arraigada”.
Hay quien dice que el Papa lo
eliminó para poder salvar a su hermana, muerta al nacer.
Ni la tradición es infalible
ni puede asumirse como algo inamovible, porque no lo es.
¿Mantener en el siglo XXI a
Santo Tomás, siglo XIII?
¿Cómo pudo Santo Tomás
ignorar que la Magdalena
había sido escogida por Jesús para anunciar la resurrección, y que fue un
“apóstol de los apóstoles?
Pues lo negó.
Las mujeres serán iguales a
los varones en el otro mundo, pero en éste debían seguir subordinadas al varón.
A la Magdalena Jesús ,
tras la resurrección le dijo: “noli me tangere” (aunque, en realidad, querría
decirle o le dijo “suéltame”, “deja de tocarme” pero al discípulo Tomás le
permitió meter los dedos en… y la mano en….
Hoy día todos los teólogos
coinciden en admitir que la imagen de la Magdalena que se ha presentado a los fieles es
“falsa” y, sobre todo, “injusta”.
La esperada rehabilitación de
la Magdalena
hará que haya que revisar los estudios sobre los orígenes del cristianismo.
¿Es verosímil la leyenda
urbana de que la Iglesia
y el Vaticano mantienen en secreto el lugar en el que se encuentra la tumba de la Magdalena y que se trata
de ocultar una hipotética descendencia de un matrimonio con Jesús?
Pueden hacerse fábulas y
rocambolescas hipótesis sobre todo este tema, pero con verosimilitud 0
Lo cierto es que ni la Iglesia ni el Vaticano
tienen especial interés en esta cuestión. Lo que más le preocupa al catolicismo
es el posible descubrimiento de que pudiera haberse cometido una traición
histórica, e incluso teológica, para borrar el liderazgo de María Magdalena y
con él el alejamiento de la mujer del ámbito del poder eclesiástico. Y si esa
traición pudiera haberse cometido en los orígenes mismos del cristianismo, peor
todavía.
El descubrimiento de los
evangelios gnósticos de Nag Hammadi, como los escritos aún ocultos, y que
puedan descubrirse, es ya un primer paso para la revisión profunda del primer
cristianismo.
Las luchas entre las primeras
comunidades, la imposición de una de las facciones y el papel que debería haber
tenido la mujer en la nueva religión, eso si es un estudio urgente pendiente.
Porque de las tres religiones
monoteístas quizá el cristianismo pudiera haber sido la única en que hubiera
sido una mujer la que más hubiera intervenido en la estructura de la futura
Iglesia.
Jesús, así, habría quebrado
los cánones de su tiempo y de su cultura y se separó de la tradición social
propia del judaísmo.
Ese protagonismo de la mujer
enlazaría con las culturas anteriores al monoteísmo, como las creencias de
Egipto, Persia y Mesopotamia, en las que aún no se había asesinado a las diosas
para poner el mundo bajo el poder de los dioses masculinos.
Si hoy la Iglesia oficial ya no
defiende los viejos conceptos del miedo a la sexualidad de la mujer, para
excluirla del poder sacerdotal, ni esgrime la inferioridad física, biológica,
intelectual o moral como lo hacían Santo Tomás y San Agustín, ni su condición
de tentadora del varón ¿por qué ese miedo a que María Magdalena recupere el
papel tan fundamental que había tenido, primero al lado de Jesús y después en
las primeras comunidades cristianas?
Rehabilitar a la Magdalena sería abrir
las puertas a las mujeres para su ingreso en la jerarquía eclesiástica, como lo
hicieron, en 1.992, los protestantes de Inglaterra al instituir el sacerdocio
femenino.
También supondría revisar toda
la legislación sobre el celibato obligatorio o la nueva visión del matrimonio
como no inferior a la virginidad, ni la castidad superior a la actividad sexual
como un medio de diálogo y encuentro íntimo entre personas.
Devolver la identidad a la Magdalena sería,
también, estudiar sin prejuicios los nuevos escritos gnósticos en los que
parece evidente la relación amorosa entre Jesús y la Magdalena y cómo la
habría preferido a ella.
No se sabe si estuvieron
casados y tuvieron hijos pero ¿qué pasaría si así hubiera sido?
Esto, que tanto teme la Iglesia , sería aceptado
por los cristianos de a pie como algo normal.
Como la Iglesia habla, siempre,
del Cristo, como Hijo de Dios, más que del hombre Jesús de Nazaret, le da corte
enfrentarse a la “carnalidad” de Jesús, quizá el último tabú del cristianismo.
Hoy, los teólogos más
liberales no consideran al sexo como el gran pecado del mundo ni consideran que
Jesús hubiera sido menos humano y menos divino si se llegase a probar que había
experimentado con la Magdalena
el amor real entre un varón y una mujer.
Ni María, la madre de Jesús,
sería menos amada si se descubriera que no había sido virgen ni antes, ni en,
ni después del parto. Porque su mérito siempre habría sido dar a luz a
personaje tal, que cambió el rumbo de la historia.
Hoy la Iglesia considera un error
haber llevado a la hoguera a aquellas personas porque no profesaban la fe tal
como se imponía desde la jerarquía católica.
¿Qué fue el Concilio Vaticano
II (1.962) sino una revisión de la actitud de la Iglesia y de sus
relaciones con el mundo moderno?
Pero, por desgracia, tras
Juan XXIII vino el conservador Benedicto XVI, antiguo Prefecto para la Doctrina de la Fe , buen teólogo, pero que
cerró las ventanas al aire nuevo que traía el Último Concilio celebrado por la Iglesia.
Y la mujer sigue vetada.
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