¿Prostituta? ¿Endemoniada?
Como “pecadora arrepentida”,
que se retiró al desierto para hacer penitencia por sus lujuriosos pecados. Así
aparece en miles de pinturas durante miles de años.
Y en los sermones, en los
ejercicios espirituales, en los escritos de la Iglesia , en la literatura
eclesiástica,… y, a base de machacar y machacar, se nos ha incrustado en la
mente esa figura de esa mujer, María Magdalena.
Incluso ha llegado a
considerársela como la “patrona de las prostitutas”
Ha habido que esperar a Juan
XXIII y al Concilio Vaticano II para que dejara de ser considerada prostituta y
en el día de su fiesta litúrgica (el 22 de Julio) ya no aparece como la
penitente (lo que suponía que había sido pecadora) y, en la misa, en vez del pasaje
de Lucas, en el que se describe la unción de la prostituta, se lee, ahora, el
pasaje de Juan, en el que se narra que María Magdalena fue la primera en acudir
al sepulcro tras la crucifixión y la primera en anunciar a los apóstoles que el
Maestro estaba vivo.
¿Y esto lo hace una
prostituta?, ¿Esto lo hacia ella por ser prostituta? ¿Es que Jesús era un
cliente? ¿Ni siquiera su madre fue la primera?
¿No habrá que cambiar de
registro y de interpretación?
A partir del Concilio
Vaticano II la Magdalena
ya no es una prostituta convertida sino la mujer santa que fue testigo y
apóstol en la primera comunidad cristina.
¿Por qué ha dejado de ser lo
que durante 20 siglos ha sido? ¿Por qué la Iglesia se ha rendido?
Por la evidencia de los
estudios bíblicos y teológicos.
Y, si ya no es lo que era, ¿qué
era, entonces? ¿Cuál fue su verdadero papel en la fundación del cristianismo?,
¿Y en la relación, incluso sentimental, con Jesús de Nazaret?
La confusión arranca del
texto de Lucas (7, 36-50) en el que se narra que Jesús fue invitado a comer en
la casa de un fariseo y, sabiendo que el Maestro estaba allí, una “mujer pecadora pública”, es decir, una
prostituta, se presentó allí con un frasco de alabastro lleno de perfume y “poniéndose
a sus pies, comenzó a llorar y con sus lágrimas le mojaba los pies y con su
melena se los secaba, besaba sus pies y los ungía con su perfume”
El fariseo anfitrión,
escandalizado, piensa que si Jesús fuera un verdadero profeta, habría sabido
qué tipo de mujer lo estaba tocando, pues era conocida públicamente como
pecadora.
Jesús, adivinando los
pensamientos del fariseo y, tras reprocharle que él no hubiera cumplido con las
normas elementales judías usadas para recibir a un huésped y amigo (ofrecerle
agua para lavarse los pies, darle el beso de bienvenida y ungirle la cabeza con
aceite) le recuerda que aquella mujer sí había hecho lo que él no había hecho.
Jesús le dice que sus pecados
le son perdonados y que se vaya en paz.
PERO ¿dónde dice que “esa
prostituta” que se cuela en el comedor del fariseo fuera y se llamara María
Magdalena?
Y es que, algo después, Lucas
(8, 1-4) dice que Jesús, mientras recorría pueblos y aldeas, “le acompañaban
los doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y
enfermedades, entre ellas María, llamada Magdalena, de la que habían salido
siete demonios”
Por la continuidad de los
pasajes (7, 36-50 y 8, 1-4) se identificó a la “prostituta” del primer pasaje
de la casa del fariseo con la “endemoniada” del segundo pasaje, pero Lucas
nunca dice que la “prostituta” se llamara María Magdalena.
También se habla de otra
María, la hermana de Lázaro, al que resucitó de entre los muertos (Juan, 12,
1-8) en el que se narra que, estando cenando en casa de Lázaro, María “tomando
una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los
secó con sus cabellos. Y la casa se llenó de olor a perfume”.
Y es cuando Judas Iscariote
se irrita y dice que por qué no se ha vendido ese perfume y con el dinero
cobrado (unos 300 denarios) se podía haber socorrido a muchos pobres. A lo que
Jesús le responde: “déjala que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque
pobres siempre tendréis entre vosotros, mientras que a mí no siempre me
tendréis”
(Jesús ya sabía que andaban
buscándolo y conocía el destino final que le esperaba, por eso alude a los
perfumes que se utilizaban para honrar los cuerpos de los fallecidos antes de
enterrarlos).
Judas y el dinero, el que se
sacaría con… y el que sacó con el beso.
En mi pueblo, el Sábado
Santo, los jóvenes íbamos al pinar y cortábamos tres pinos. Por la noche los
plantábamos a la entrada de la iglesia. Las llamábamos “Las tres Marías”.
Suponíamos que se referían a
María (la madre de Jesús), a María Magdalena y a María (la hermana de Lázaro,
(al que resucitó) y de la hacendosa Marta.
Las tres que habrían estado
presentes en la crucifixión y muerte de Jesús y que también lo enterrarían en
la tumba que le prestó José de Arimatea y que acudirían, al día siguiente, y
comprobarían que la tumba estaba vacía.
Pero en el Nuevo Testamento
aparecen hasta 7 Marías, a las que se les suele añadir una identificación (“la
de Magdala”, “la madre de Jesús”, “la hermana de”, “la madre de Jacobo y José”
(que al ser los hermanos mayores de Jesús, debe de referirse a la Virgen María ), “la
esposa de Cleofás”.
¿Y la prostituta?
Pero las tres mujeres del
evangelio serían: la prostituta, sin nombre, la piadosa (antes endemoniada,
María Magdalena) y María, la hermana de Lázaro y de Marta.
¿Cuál de las tres fue la
primera que acudió a la tumba o no era ninguna de ellas sino otra María, porque
lo que sabemos de María, la hermana de su amigo Lázaro, era que reservaba
perfume para su sepultura?
Identificar a ésta con la Magdalena ha dado lugar
a la hipótesis o leyenda (¿peregrina?) de que se hubiera refugiado en el sur de
Francia, junto a Lázaro y Marta, perseguidos porque se había descubierto que
ella era la esposa de Jesús, que iba embarazada, el Santo Grial, su estirpe,…
Tampoco puede deducirse que
esta María fuera una mujer pública y escandalosa, una prostituta, una ramera.
Y el hecho de que fuera María
Magdalena la que acudiera a la tumba con aceites para ungir el cuerpo nada
prueba de que fuera la mujer pública que en casa del fariseo, durante la
comida, ungiera sus pies. Dice el Evangelio que fue una mujer así, pero no dice
que fuera La Magdalena. La
confusión (ya lo hemos indicado) es que ambos textos están seguidos.
Pero es que hoy sabemos que,
en las costumbres de aquel tiempo, el uso de aceites y ungüentos era algo común
y no sólo afectaba a los rituales mortuorios (que también), sino que también
era un ritual que afectaba al amor.
Yo, de monaguillo, acudía con
el cura a dar la “extremaunción” o “unción a los enfermos” y a los que estaban
en trance de muerte y llevaba los “santos ungüentos”, aceite de oliva
bendecido, y que el cura iba, una vez untado en él el dedo pulgar, haciendo la
señal de la cruz en los cinco sentidos, al tiempo que iba repitiendo “ego te
absolvo…” de todos los pecados cometidos con o a través de ellos.
Es decir que la Iglesia ha seguido usando
el aceite/ungüento, no sólo en la Extremaunción , también en el Bautismo.
Mientras la Iglesia Romana llegó a
identificar a las tres mujeres (la prostituta, la hermana de Lázaro y la Magdalena ) en una sola
persona, la Iglesia
oriental siempre las consideró separadas y como personas diferentes.
Para la Iglesia Griega la Magdalena incluso era
virgen.
Hoy nadie consideraría a la Magdalena como la
prostituta.
¿Y COMO ENDEMONIADA?
Tres de los cuatro evangelios
lo atestiguan (Marcos, Lucas y Juan): “Jesús había arrojado de ella 7 demonios”
“Endemoniada”, por lo tanto
“pecadora” y como el pecado fundamental era el “pecado del sexo”, María
Magdalena no era una vulgar prostituta, sino “una gran prostituta”, pues fueron
7, no uno, los demonios expulsados. Estaba “muy endemoniada”,
Aunque conviene saber que los
números tienen profundos significados simbólicos en la Biblia.
¿Por qué 7 y no 5 ó 9?
El 3, el 7 y el 12 son
números simbólicos, no cuantitativos (¿pueden “contarse” los demonios?
3 son las personas divinas,
las que forman la Sagrada Familia ,
el grupo de los crucificados, los días que estuvo muerto, resucitando al tercer
día, las virtudes teologales,…. (Pitágoras diría que 3 era la suma del primer
número impar (1) con el primer número par (2) y que representaba el volumen,
con sus 3 dimensiones (largo, ancho y alto)
7 fueron los días que tardó
Dios en la creación, los días de la semana, los 7 pecados capitales, las 7
virtudes opuestas, los 7 demonios de María Magdalena o las 70 veces 7 que hay
que perdonar.
12 fueron las tribus de
Israel, 12 apóstoles, los 12 meses del año, los 12 signos del Zodíaco,…
Una mujer con 7 demonios
dentro (y, luego, expulsados) tenía que ser no una mujer cualquiera, sino una
mujer importante.
En tiempos de Jesús cualquier
trastorno psíquico se confundía con la posesión diabólica (como nosotros
decimos, en general, que esa persona “está loca”) y estar poseído por un
espíritu diabólico significaba, también, sufrir una enfermedad desconocida.
Por lo tanto, lo que puede
deducirse de los 7 demonios que tenía dentro y que fueron expulsados, es que
María Magdalena había estado enferma y que Jesús la curó. Nada más.
La posesión diabólica, pues,
nada tendría que ver con “los pecados de sexo” y al expresar que Jesús arrojó
de ella 7 demonios pudiera ser interpretado que Jesús “la purificó de todo
mal”.
Pero, durante siglos, la Iglesia la consideró como
símbolo de pecado del sexo y como una pecadora arrepentida, para oponerla,
frontalmente, con la Virgen
e Inmaculada María.
Magdalena sería el espejo de
Eva, mientras María sería la “nueva Eva”, la mujer sin pecado, incluso sin
pecado original.
A partir del siglo X fue
cuando comenzó a ser considerada como “ejemplo de perdición del mundo”, la
“esclava de la lujuria”, la “atormentada por deseos impuros”, por eso se retiró
al desierto, pasó su vida escondida en una gruta, haciendo penitencia y
mortificando su carne.
Todos hemos oído o dicho lo
de “llorar como una Magdalena”.
La “prostituta” y
“endemoniada” se convierte a la fe, da un giro de 180 grados y de ser…. se
convierte en el “mito de la cristiana arrepentida que llora y purga sus
pecados”, ejemplo a imitar por todas las mujeres más o menos pecadoras,
arrepentidas de su vida pasada.
Haciendo de ella una
“prostituta arrepentida” se la aleja del peligro de que aparezca no sólo como
una mujer especial, la más cercana a Jesús, sino como la mujer que recibió del
Maestro los secretos mejor guardados, la “primera apóstol (o apóstola), la que
tendría que haber sido, quizá, la primera fundadora del cristianismo, por haber
sido ella la primera y única testigo de la resurrección (todos los demás, por
lo pronto, la creyeron, pero sólo ella fue testigo ocular).
¿No afirmó Pablo que “si
Cristo no ha resucitado…?”, pero sólo ella lo vio y los demás la creyeron.
Sólo hoy, tras los
descubrimientos de algunos escritos gnósticos en Egipto, sobre todo los
apócrifos de Magdalena y de Tomás, se ha comenzado una revisión de la figura de
la Magdalena ,
a la que los evangelios canónicos colocan como a la mujer más importante de la
caravana apostólica de Jesús y la que, entre otras, cubría los gastos de la
comunidad con sus propias pertenencias, con sus propios bienes.
Pero para poder fijar lo que
REALMENTE FUE el primer paso es fijar lo que REALMENTE NO FUE.
Hay que desterrar, de una
vez, la imagen negativa que la
Iglesia fue creando en torno a ella a medida que la Institución
Jerarquizada se masculinizaba y se convertía en baluarte
contra el sexo “como ejercicio humano de diálogo y de felicidad” reduciéndolo a
una mera función procreativa, y que si no iba acompañada de orgasmo mejor que
mejor, y colocando sus opuestos, el celibato y la virginidad, por encima del
matrimonio, aunque se dijera que “curas y monjas (con esclava en el dedo
incluida) estaban casados/as con Dios”.
Así el sexo se hizo pecado y
María Magdalena sería la encarnación del pecado del sexo.
La arrepentida, la llorosa y
la perdonada. Por tanto, la santa.
Prostituta, endemoniada,
pecadora, encarnación del mal, símbolo de arrepentimiento… todo menos lo que
realmente sería, la mujer más importante en el cristianismo naciente.
Sólo María, la madre de
Jesús, podría hacerle sombra, pero sólo por ser su madre, no por su
intervención en el primer movimiento cristiano.
Incluso la Magdalena es más visible
que María en los evangelios.
Nunca es posible olvidar que
fue a ella, y no a su madre, a quien primero se le aparece.
¿Será por aquello de “el
varón abandonará a su padre y a su madre y se unirá a su esposa…”?
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