martes, 7 de julio de 2015

MARÍA MAGDALENA (4), LA RELACIÓN ENTRE JESÚS DE NAZARET Y MARÍA MAGDALENA



De las relaciones sentimentales entre los protagonistas de los evangelios poco se nos dice expresamente y entre Jesús y la Magdalena, tampoco.
El androcentrismo posterior también difuminó la importancia que la Magdalena tuvo en el nacimiento de las primeras comunidades cristianas, las llamadas “iglesias domésticas”

Sí se afirma, en cambio, que junto a otras mujeres, sustentaba o financiaba con sus bienes las necesidades del grupo.
Porque el grupo no tenía morada fija y dormirían donde pudieran, generalmente en casa de amigos o de hospitalarios ciudadanos.
No habría sido raro que, más de una vez, pudiera haber pernoctado el grupo en la casa de Magdala.
Incluso pudo conocer en Magdala, y con la Magdalena, de temas urbanos, arquitectónicos, comerciales,… ya que Magdala era un de los núcleos urbanos más florecientes de Galilea y también una de las urbes más vivas desde el punto de vista cultural y religioso, mientras Nazaret era una aldea minúscula, fundamentalmente agrícola y rural...

Pero en esta cuestión uno anda sobre el sendero de la hipótesis, nada absurda, pero sin referencias documentales históricas.
Por lo que, desde el principio, hay que afirmar que ni se sabe ni se sabrá, fielmente, los vínculos que habrían unido a estos dos personajes.

¿Se conocieron antes de que Jesús comenzara su vida pública? No lo sabemos.
Lo único que sabemos es que cuando comienza la predicación allí estaba ella, junto a los demás apóstoles.
Que su relación fue intensa e importante, hoy nadie lo niega.
Fue “la primera apóstol” para la Iglesia de Oriente, a la que reveló muchos de sus misterios más escondidos pero la Iglesia de Roma, al irse, cada vez más, masculinizando fue difuminando el papel de la Magdalena.

La importancia que los cuatro evangelistas, así como en los apócrifos, se le da a la Magdalena, no es algo que bajara del cielo.
La relación entre ellos tuvo que ser estrecha y, seguramente, pudo comenzar antes del comienzo de la vida pública.
Si estaba con el grupo en el comienzo de la predicación tenían que haberse conocido antes y si fue la elegida para comunicarle la resurrección tuvo que detentar un gran papel en la secta cristiana.
Para afirmar esa relación habría que empezar y basarse en el final, en la pasión y muerte, a los pies de la cruz, como quien tiene algún derecho sobre ese hombre (en la resurrección ya lo hemos repetido muchas veces). No es normal que esté ella presente mientras sus discípulos estén escondidos.
Por algo fundamental tenía que ser.     

Lucas dice que en el principio de la predicación Jesús viajaba acompañado por los doce apóstoles y algunas mujeres, entre las cuales anota, en primer lugar, a la Magdalena.
Debieron mantener una estrecha relación no sólo intelectual, también afectiva.

Según Lucas Jesús comienza su vida pública con la parábola del sembrador: “Salió un sembrador a sembrar su simiente y….en el camino…en las piedras… entre abrojos…tierra buena…el 100 por 1” y, dicho esto, exclamó: “el que tenga oídos para oír que oiga”.
Sus discípulos, que seguramente no sabían leer ni escribir, incultos en demasía, sin conocer muy bien la biblia, le preguntan qué quiere decir esa parábola. A lo que Jesús le responde  enigmáticamente y les responde que “habla en parábolas para que viendo, no vean y oyendo, no entiendan”.
Y terminará, aún más enigmáticamente: “mirad, pues, como oís, porque al que tenga se le dará y al que no tenga, aun lo que crea tener, se le quitará”.
Lo que no puede entenderse en clave de bienes materiales.
Seguramente están referidas, dichas palabras, pensando en sus adversarios: los fariseos, saduceos, escribas y sacerdotes del templo.

Los apóstoles no se enteraron de nada y de las mujeres nada se dice porque las mujeres ni siquiera deberían acompañar al Maestro.
Aunque, leyendo los escritos gnósticos es muy posible que la Magdalena sí lo entendiera.
En los evangelios gnósticos hasta Pedro se queja de que Jesús hubiese confiado a la Magdalena secretos de su doctrina que a ellos se los había ocultado, quizá porque consideraba que no los iban a entender.

María Magdalena podría no haber sido una mujer judía o, si lo era, podría haber pertenecido a aquel grupo de aquellas judías de Galilea más liberales y preparadas culturalmente.

Puede que fuese seguidora de la filosofía gnóstica.
Pero eso, para los judíos, la convertiría en impura, aunque libre. Rica en libertad, sin ataduras. Capaz de saltarse la letra de la ley y a favor del espíritu de la misma, como el Maestro.

¿Qué dice el evangelio de Juan?

Como de todos los personajes del Nuevo Testamento los autores de los textos no se bajan a los detalles, así que no sabemos, de cierto, cuál era la formación intelectual o el nivel social de la Magdalena.
Pero todo induce a pensar que se trataba de un espíritu libre, y no sólo de espíritu, en su vida, de lo contrario serían inexplicables tanto la compañía constante y continua con Jesús, durante toda su vida pública, servir y sostener económicamente al grupo, y, menos aún, durante los momentos claves de la pasión, muerte y después de la muerte del Maestro.
Todo ello sería inexplicable si no hubiera habido una vinculación especial con Jesús. Los evangelistas no pudieron obviarlo y los celos del machista Pedro así lo dejan a entrever.

Dejando aparte a su madre, María, no cabe duda de que la Magdalena fue la mujer que más le había amado, demostrándoselo hasta el final.

Los cuatro evangelistas evidencian su presencia el Viernes Santo, cuando la crucifixión y la mañana del Domingo de Resurrección.

El evangelista Juan la coloca como la única mujer a la que Jesús se le aparece y allí no había ninguna otra mujer, ni siquiera la madre de Jesús.
Algo especial, una química especial, debía haber habido entre ellos para que esto ocurriera.
¿Quién sino una mujer enamorada, una amante, una esposa,…podría comportarse de esa manera?

Mateos, Marcos y Lucas  hablan de otras mujeres que estaban con ella pero, aún así, siempre la nombran a ella la primera de las mujeres, como si las demás la acompañasen en el duelo.
Ella es la protagonista, única o entre varias.

Y, además, el evangelio de Juan es el que más tarde aparece, hacia el año 90 d.C... Conocía, por lo tanto, las otras tres versiones anteriores de los otros evangelios, redactados unos 30 años antes.
Y Juan sólo la cita a ella el Domingo de Resurrección y podríamos preguntarnos el porqué.

Sabemos que el evangelio de Juan es especial, nada parecido a los otros tres, los sinópticos, en los que, a tres columnas, podríamos ir ubicando los mismos acontecimientos.
El evangelio de Juan se ha considerado un texto muy influido por la doctrina o filosofía gnóstica e, incluso, inspirado por la misma Magdalena.

La versión de Juan parece la más creíble.
Se ha dicho que si los otros tres evangelios la colocan como una entre otras mujeres es para restarle importancia a la que ya comenzaba a aparecer, en el momento en que están escritos los evangelios, como la gran confidente del Maestro y, tal vez, su propia esposa, pero que como la cultura y sociedad judía no era muy afecta a las mujeres ni a sus papeles sociales…

La escena de la resurrección, tal como la narra Juan, sólo pudo ser redactada si fue inspirada por algún testigo o por alguien a quien se lo hubiera contado uno de los presentes.
¿Quién pudo ser sino la misma Magdalena?
Es el relato fiel de un drama en el que aparece una mujer llorando la muerte de su esposo.
Una mujer que, tras el descendimiento y haber ungido el cuerpo de su amado muerto, tras haberlo depositado en un sepulcro nuevo, no usado y prestado por su amigo José de Arimatea, decide regresar junto al cadáver de su esposo.

Jesús murió el mismo viernes pero la Magdalena no pudo ir el sábado al sepulcro porque el sábado, para los judíos, era el día de descanso y no estaba permitida actividad alguna, por eso el Domingo “muy de mañana” corre al sepulcro para encontrarse de nuevo con el cuerpo muerto del hombre al que había amado.
Si no ¿qué sentido tendría?
O, quizá, con la esperanza de que no hubiese muerto y hubiese resucitado, como lo había prometido.

“El primer día de la semana (el domingo para los judíos) va María Magdalena, de madrugada, al sepulcro, cuando aún estaba oscuro y ve la piedra quitada del sepulcro”.

“Al alba”, “cuando aún estaba oscuro”, estaba junto al sepulcro, pero “fuera” y estaba, además “llorando”. ¿Quién pudo contarle todos esos detalles a Juan?
Pero, si María Magdalena “esta ella sola” sólo ella pudo revelar esos detalles.

Para todo esto no basta haber sido una seguidora del Maestro, su actitud revela el ánimo de una mujer enamorada, llorosa, agitada, nerviosa, incluso desesperada.
Y cuando uno de los dos ángeles se le aparece y le pregunta por qué llora le responde: “porque se han llevado a mi señor y no sé dónde lo han puesto”
Si la piedra de entrada estaba descorrida y el sepulcro estaba vacío, alguien debía de haberse llevado/robado el cadáver.
Y no dice “a Jesús” sino “a mi señor”, a su amado, a su esposo, al hombre al que había amado por encima de todo.

(Si se escribe con minúscula, “señor” sugiere una relación afectiva, equivale a esposo. Si se escribe con mayúscula, “Señor” sugiere una relación religiosa)

Se le aparece Jesús y también le pregunta, como el ángel, por qué llora y “a quién está buscando”.
Lo que parece extraño, que no lo reconozca y lo confunda con un hortelano al que le pide: “si tú te lo has llevado dime dónde lo has puesto y yo me lo llevaré”.
¿Son normales todos estos detalles en sólo una fiel seguidora?
Da a entender que ese cuerpo, aunque ya sin vida, cadáver, le pertenece y quiere llevárselo, lo que sólo es propio de familiares muy allegados y/o íntimos.
¿Tenía la Magdalena derecho a llevarse los despojos de un muerto y crucificado?

En ese instante Jesús se dirige a ella y la llama por su nombre “María”.
En los evangelios Jesús nunca llama a ninguna mujer por su nombre, ni siquiera a su madre, a la que llama “mujer”.
Lo que muestra un grado de intimidad que sería incomprensible en una relación común, de simple seguidora.
Es ahora cuando lo reconoce. Ya no llora. Y –dice Juan- “ella se vuelve y le dice, en hebreo: “Rabbuní”, que quiere decir “Maestro”

Si ella se vuelve, es porque estaba de espaldas, ¿lo reconoce por la voz?, porque ya no lo confunde con el hortelano, al que había visto antes.

A “María” se le responde con “Rabbuní”, dos nombres cariñosos.
Imaginaos la escena. Es como llamarla por su nombre y responder “cariño”, “amor mío”, “mi maestro bueno”….

Y, otra vez, las preguntas ¿Quién pudo contarle esos detalles al evangelista Juan?, ¿por qué no aparecen esos detalles en los otros tres evangelistas?

La reacción de la mujer es la normal. Ir a abrazarlo, a echarse en sus brazos, tocarlo, besarlo, … y es cuando el Resucitado le dirá: “noli me tangere”, (no me toques, deja ya de tocarme, suéltame, para ya,…) que todavía no he subido al Padre”

Si Jesús le pide que lo suelte o que no lo toque es que la Magdalena estaba agarrándolo, tocándolo, besándolo, ...

Y “vete a mis hermanos (apóstoles, no a los de carne y sangre) y diles: “subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”
La Magdalena, emocionada y alegre, obedece inmediatamente: “fue María Magdalena y dijo a los discípulos: “he visto al Señor”.

Ella ha sido la transmisora de tan esencial acontecimiento, que cambiaría el mundo.
La envía a decírselo a los escondidos y temerosos apóstoles, para indicarles que nada ha terminado, que la vida y la misión sigue, que no había muerto definitivamente,…


En el último post colgado, en mi blog (http://blogdetomasmorales.blogspot.com/es), ya asistimos a las versiones tan distintas en los cuatro evangelios sobre el acontecimiento de la resurrección.

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