“La Filosofía debería estar
subvencionada por la Seguridad Social ”
– dice J. A. Marina.
En parte le doy la razón
porque, además, el presupuesto asignado sería mínimo.
¿A quien interesa hoy la Filosofía sino a cuatro
locos como yo, que no hacemos más que dar la tabarra, que metemos el bisturí de
la razón en todo grano, fo(u)rúnculo, incluso espinilla que veamos en la
múltiple realidad (social, política, económica, educativa, comunicativa,
moral,... intentando dar con el porqué de los mismos y ensayando soluciones?
Heidegger define al hombre
como “el guardián del ser”.
No de “los seres”. De esto ya
se encargan las distintas ciencias.
Yo apostaría, más bien, por
definirlo como “guardián de la racionalidad”.
Pero la Filosofía , entonces, se
encuentra con la ingente e imposible tarea de querer abarcar lo que no puede
asir, ya que son muchos los tipos o clases de racionalidad.
Ya no sólo la “racionalidad
científica”, sino, incluso, la “racionalidad metodológica” de las ciencias. ¿Y
qué decir de la “racionalidad ética”?, ¿y de la “racionalidad política”?, ¿y de
la “económica”?, ¿y la “racionalidad comunicativa”?.
Quizá la más fácil de las
racionalidades sea la “racionalidad teórica”, en su jugar con las ideas.
¿Pero y la “racionalidad
práctica o pragmática”, tan omni-abarcante?
¿Debe ser la Filosofía como proponía
L. Wittgenstein, como la escalera que te permite, te ayuda a subir pero que,
una vez arriba, hay que tirarla y desprenderse de ella?
¿Es la única salida que le
queda a la filosofía, desaparecer tras haber sido usada, como un kleenex en
esta sociedad de “usar y tirar”?
¿Desaparecer tras haber
aparecido y usado?
¿Debe, pues, despedirse, no
sólo de la “racionalidad”, sino de “su propia existencia”?.
Hoy, la filosofía cotiza a la
baja en el mercado de valores cognoscitivos y, peor aún, que está en
bancarrota, en liquidación de sus cascotes.
El escepticismo, el cinismo
ético, la falsa conciencia, la hipocresía,
la instalación en la sociedad de que lo que no se ve o no se sabe no
existe.
Y esta crisis de valores se
ha quedado a vivir con nosotros.
Una persona ya no es ni se
considera corrupta si nadie sabe que lo es, no porque no lo sea.
Yo sigo siendo intachable
ante todos mientras no salga a la luz, mientras no se descubran mis defectos,
no porque no sea defectuoso.
Y, aunque lo fuera y se
supiera, porque si fuera sabido por medios no legales… (Que se lo pregunten al
Sr. Blesa y al Juez Elpidio)
¿Es la filosofía esa utopía
de querer alumbrar en la oscuridad del mundo en el que se desenvuelven los
topos, que no desean la luz?
Lo verdadero racional ha
dejado de ser lo correcto práctico y se ha apostado/está apostándose por esto.
Parece una invitación a la
filosofía a que se inhume y ponga su propia losa con la inscripción: “murió de
inanidad”, “estaba de más en el mundo”.
En la sociedad postindustrial
parece reinar el “todo vale”, sin importar la “racionalidad ética”, sino, tan
sólo la “racionalidad productivista” y la consecuente creación de necesidades
que reclamen su satisfacción adquiriendo los productos.
El círculo infernal del
dinero, necesario para la educación y la preparación, necesario para poder
trabajar, necesario para conseguir un salario con que satisfacer las falsas
necesidades que te han creado, que te las creas y te las crees, esclavo del
dinero para poder tener cosas con que llenar el vacío interno.
Te vacías en el trabajo y
crees llenar ese vacío con la adquisición de cosas.
Hoy, el insulto social más
conservador es tildar a alguien o algún grupo, de “antisistema” cuando el
que/los que critican el sistema sólo critican “este sistema endiablado” y
luchar por la implantación de otro sistema, más justo o menos injusto, más
solidario o menos egoísta, más libre o menos esclavizante.
El filósofo, hoy, se parece
más a un acupuntor, que sólo incide en algunos puntos neurálgicos, que a un
médico, que busca el centro patológico, que se manifiesta en metástasis en la
sociedad actual.
Quien no se escaquea de la
norma es porque no puede.
Sólo levantamos el pie del
acelerador cuando nos avisan de la señal de radar. Nos sentimos ufanos al
superar la velocidad permitida.
Esto mismo es lo que ocurre
en la vida.
Lo tiene difícil o imposible
el filósofo en una época en la que prima la cultura altamente especializada,
restringida, pues, a muy pocos.
Ya no vale lo de “soy
médico”, hay que especificar de qué especialidad.
Incluso ya no vale
“cardiólogo”. Hay que especificar de qué tipo de cardiopatía se es
especialista.
Incluso no es suficiente
detectar y darle la razón a los especialistas radiólogos y analistas, es
necesario la secuencia siguiente de médicos y cirujanos.
Y ¿cómo criticar lo que,
realmente, no se sabe?
En unos tiempos básicamente
pragmáticos nada se quiere “saber de filosofías”, sino de “bien vivir”.
La “racionalidad pura”
fracasa al desconocer o no valorar adecuadamente el peso de los contextos y de
los destinatarios reales.
Los contextos son partes
integrantes, y fundamentales, del propio texto.
¿Cómo querer convencer, con
razones, a un niño en cuyos esquemas mentales sólo figura el juego y la
imaginación como actividades fundamentales?
El político ganador electoral
y gobernante acudirá, constantemente, al concepto de “legitimación” en la toma
de decisiones, ajenos, o en contra, a los conceptos de “justificación” y
“racionalización”
Estamos en España. En este
mismo momento, siendo testigos sufridores de ello, se creen legitimados, al ser
ganadores, a hacer justamente lo contrario por lo que fueron ganadores.
Y es que la “racionalidad
práctica” se escapa, como el agua de la cesta, de la “racionalidad teórica”.
¿No es el político más un
“retórico” que un “lógico”?
¿Basta la “legitimación” como
“justificación”?
¿Acudir al “aquí y al ahora”
justifica el “después”?
Las tiritas son necesarias
pero todos sabemos que no son suficientes.
La “lógica jurídica”, cuyo
fin es persuadir a un jurado ¿tiene algo que ver con la “lógica de la verdad”?
¿O es que “es verdad si así
os parece o yo hago para que lo parezca, aunque sea sólo un simulacro de
verdad?
Hacer que el espectador
considere el desnudo como lo presenta el vestido, artificial y fuertemente
ajustado, ¿es contemplar el desnudo natural?
También aquí se manifiesta el
triunfo del pensamiento débil o de la razón débil.
Durante 40 años hemos
asistido al discurso franquista de “unidad de poder y diversidad de funciones”.
Hoy, también, parece triunfar
esa “unidad de Razón” y la enorme diversidad de usos que de ella se hacen,
según las culturas en que dicha razón se aplique.
¿Pero qué de común hay, en el
uso de la Razón ,
en una sociedad religiosa fundamentalista y en una sociedad laica?
Es verdad que la Prudencia atiende y
tiene en cuenta los contextos pero pierde solidez ante la Razón.
¿Cómo razonar lógicamente con
quien, de entrada, se niega a razonar lógicamente desde su creencia o su
credulidad?
No hay zona neutral, “terreno
de nadie” en que poder dialogar entre la Razón
Pura Laica y el Fundamentalismo crédulo.
Son dos conceptos que, al
acercarlos, echan chispas, se repelen.
Querer justificar el
ahorcamiento por el hecho natural de ser homosexual y amar a personas del mismo
sexo es algo que echa chispas con un tratamiento mínimo racional.
¿Qué puede razonarse con
quien se niega, de entrada, a razonar porque es “palabra de Dios”?
La “Doxa” triunfa ante la
“Episteme”.
La emigración real, cultural,
moral y religiosa es un hecho en progresión.
Vienen no sólo con ganas de
vivir mejor sino también con una buena carga de prejuicios.
Cada vez vivimos más en un
mundo que ha dejado de ser un hogar común sino casas, bloques, barrios
diseminados en que las normas de comportamiento no pueden ser las mismas para
un laico racional que para un creyente fanático, que se cree en posesión del
monopolio de la verdad y todos los demás están (estamos) en el error.
Con una diferencia
fundamental. Que es que ellos, fundamentalistas, en un país democrático tienen
cabida y pueden vivir, mientras que en sus países fundamentalistas los laicos o
ateos o no fundamentalistas son considerados “enemigos” de su Dios y están,
constantemente, en peligro de muerte.
¿Pero es que el único
conocimiento válido y valioso es sólo el conocimiento científico?
¿Todo tiene que ser
científico?
Se le pone el apellido
“científico” a cualquier substantivo y resplandecen sus contenidos.
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