Si yo les digo que hay un mundo virtual, un mundo real y un
mundo experimental, y que, además, son mundos distintos, supongo que a ninguno
de Uds. le resultaría extraño y podrían poner ejemplos de cada uno de ellos.
Si yo les hablo de que, entre otros, hay tres tipos de
conocimiento: un conocimiento sensible, un conocimiento racional y un
conocimiento inteligente, y que son conocimientos distintos, estoy seguro de
que nadie sentiría extrañeza alguna y podría poner ejemplos de cada uno de
ellos.
Si, además, les digo que hay un saber vulgar y un saber
científico, entre otros muchos tipos de saber, todos estarían de acuerdo
conmigo. Porque no es igual saber que va a llover o está lloviendo que saber
por qué llueve o por qué va a llover. No es igual saber que uno está enfermo
que saber qué tipo de enfermedad es la que tiene y cuál es la causa de esa
enfermedad y, más aún, el remedio para acabar con ella.
Si les digo que también existe un conocimiento divino, un
conocimiento de la divinidad, ya habrá muchos que hayan pegado un salto de sus
asientos y diga que él no cree en Dios. ¿Es la creencia en algo o Alguien
garantía de la existencia de ese algo o ese Alguien? Y ¿cómo va a haber
conocimiento de algo que no puede saberse si existe o no? ¿Puede conocerse o
estudiarse la estructura de los gorimoletos?
Creo que era D. José María
González Ruiz el que afirmaba que “creer en algo (alguien o Alguien) es exponerte
a que aquello en lo que crees no exista”.
Porque la creencia es sólo
eso, creencia, no demostración.
Que sea verdad que alguien
cree y que tiene una creencia verdadera no garantiza que sea verdal el objeto
de esa creencia.
Es verdad que cree, no que
sea verdad lo que cree.
Afirmar, tajantemente, que
existe Dios, con una existencia real, (como la tuya o la mía), pero
“trascendente”, eterno, infinito, omnipotente,.. es mostrar una “creencia”, no
un “conocimiento”.
Afirmar, tajantemente, que
existe algo (los gorimoletos) o Alguien (Dios) de los que no tenemos prueba
alguna, es una contradicción.
Vamos a ver si nos aclaramos.
Hay personas que creen que Dios hizo al hombre a su imagen y
semejanza. Que Dios es el creador y él es una criatura, un ser creado. Para
ellos Dios existe. Dios es el objeto de su creencia y el sujeto de su
existencia.
Al mismo tiempo, hay personas (entre las que me encuentro)
que creen que Dios es una creación humana. Que los hombres han inventado, han
creado a los dioses a su imagen y semejanza. Habrá, pues, dioses cazadores,
dioses agricultores, dioses de la guerra y de los ejércitos, dioses justos,
dioses amorosos, dioses castigadores, temibles, vengativos,…. Todo depende de
cuáles eran las circunstancias económicas, sociales, culturales, reales en las que se desarrollaba la vida de esos
hombres. Dioses a imagen y semejanza de los hombres.
El concepto de Dios ha cambiado mucho a lo largo de la
historia, al ritmo del cambio de la historia humana. Y eso es normal.
Dios es una creación del hombre. El hombre es el creador y
Dios la criatura, el ser creado.
Seas creyente o no lo seas, estés en el primer supuesto, en
el de los creyentes, o en el segundo, en el de los no creyentes, afirmarás
conmigo en que “Dios existe”, bien como ser creador bien como ser creado, bien
como un ser real, bien como un ser imaginado, pero, Dios.
Sí, ya sé que es distinto pero, a fin de cuentas, el “ser
llamado Dios existe”.
Es decir, admitir la existencia del hombre es admitir la
existencia de Dios. Y que el hombre existe, que tú y yo existimos, nadie lo duda.
Y desde Descartes, con su “duda metódica” y su última consecuencia “cogito,
ergo sum”, es indudable la existencia.
Claro que si el creyente admite la “existencia real” de Dios
y que, además, este Dios real se ha comunicado directamente con el hombre a
través de la revelación, los libros sagrados, la “palabra de Dios”, eso es muy
distinto a lo que sobre esos dos pilares puede opinar y opina un no creyente.
Mientras para el creyente, sobre todo para el de una
religión monoteísta, la revelación es esencial (“las religiones del libro”), la
revelación misma, para un no creyente, es un sarcasmo, una impostura.
Porque, claro, luego, toda revelación necesita ser
interpretada y, aquí, ya surgen muchos problemas. Porque sobre la misma letra
escrita surgen diversas interpretaciones, por los diversos intérpretes, en
diversos contextos y en diversas épocas de la historia. Y, claro, si siempre es
interpretable, y la interpretación va cambiando, la palabra revelada aparece,
efectivamente, como un sarcasmo; vale igual para un roto que para un descosido.
Y, como dicen los científicos, una hipótesis que sirve para explicarlo todo no
sirve para nada. Una hipótesis omniexplicativa no explica nada; y si además es
una omni-explicación itinerante… ¿Por qué la interpretación actual que de ella
se hace va a ser LA interpretación, sabiendo que no puede ser la definitiva?
Claro que si la revelación necesita ser constantemente
interpretada es porque no se ajusta correctamente a la realidad, porque hay un
desajuste entre lo que la letra dice o parece decir y lo que en la realidad
vemos y de lo que de la realidad sabemos.
Que la mujer haya salido de “la costilla de Adán”, así, a
bote pronto, parece un chiste, una broma, una impostura, más que magia. Por lo
tanto habrá que interpretarlo.
Pero el conocimiento divino “interpretado” ¿es un
conocimiento semejante al conocimiento científico?
Lo que el intérprete dice que dice Dios ¿es lo que realmente
dice o quiere decir Dios (si es que ha dicho o dijo algo)?
¿Cómo podemos salvar este salto?
¿Hasta qué punto el intérprete ha secuestrado, ha usurpado,
la palabra de Dios haciéndole decir lo que nunca puede estar seguro de que lo
sea?
De muchos intérpretes han surgido fanatismos y fanáticos,
fundamentalismos y fundamentalista, pero también han surgido los misioneros
desprendidos y los teólogos de la liberación.
La revelación y sus diversas interpretaciones son un objeto
que quema al tocarlo.
Ya en la prehistoria el hombre creía en los dioses pero, al
mismo tiempo, también investigaba por su cuenta.
Cuando creía que todo lo que ocurría ocurría cuando Dios
quería, como Dios quería y donde Dios quería, lo lógico, lo normal, era rezar,
pedir que ocurriera lo que deseaba y que alejara lo no deseado y temido.
Pero comenzó a fijarse en la “regularidad” de la naturaleza
y, poniéndose manos a la obra, comenzó
estudiarla, comenzó a aprender, soltándose de la mano de los dioses.
Comenzó a fiarse de sí mismo más que de Dios, sin renunciar a Él. Como último
recurso siempre estaba ahí. Cuando no supiera y no pudiera, creería y Se lo
pediría.
El hombre fue sustituyendo la “revelación” por la
“investigación”; eso es el método científico. Los filósofos solemos llamar a
este salto el “paso del mito al logos” como origen del saber.
Los científicos ni afirman ni niegan la existencia de Dios.
Dios es un objeto que no cae en su campo de investigación, que no se somete a
su metodología, Dios, sencillamente, no es objeto de ciencia, por lo tanto, ni
refutable (falsable) ni verificable (comprobable, constatable).
Lo único que dicen los científicos, en cuanto científicos,
es que para poder explicar muchos fenómenos naturales y humanos no les hace
falta la hipótesis Dios.
Si una mujer, quiere ser madre pero, por un defecto
fisiológico, no puede quedarse embarazada, debe acudir a pedir ayuda a los
científicos, no a los curas. Y si ya no quiere tener más hijos debe acudir a
los centros de salud más que a las iglesias.
Pero ¿por qué han metido a Dios en estos líos? ¿Por qué no
dejarlo tranquilo? Mucha culpa del descrédito de las religiones ha sido y es,
precisamente, por todo esto.
Dios es “prescindible” en muchísimos de los problemas que
nos afectan.
Y digo yo que ¿por qué no podemos interpretar la ciencia
como un regalo de la divinidad? Es decir, algo así como si Dios dijese: “ya
sois mayorcitos de edad, ya podéis
defenderos por vosotros mismos, pensad, investigad,…. A Mí dejadme tranquilo, averiguadlo
por vuestra cuenta”.
Claro que en Ciencia también hay cosas sagradas y una de
ellas es: “todo conocimiento que quiera adjetivarse como “científico” debe ser
compatible con el mundo experimental”. La experiencia es la piedra de toque, el
juez al que obligatoriamente hay que recurrir para que dictamine.
Pero las verdades científicas (y los científicos lo saben)
deben ir, siempre, escritas en minúsculas, porque mañana mismo otro científico
descubre algo incompatible y superior a lo que hasta ahora era tenido como
verdadero, y deja de ser tenido en cuenta y es sustituida, formando ya parte de
la historia de la verdad.
Las verdades científicas vienen con fecha de caducidad
incluida, y esa fecha es “en cualquier
momento”.
Lo que era verdadero deja de serlo y no hay problema. Así es
el avance de ciencia, ésta es su maquinaria impulsiva, apoyarse sobre lo anterior
para afirmarlo, reafirmarlo, ampliarlo o para refutarlo.
Claro que los científicos no son “el 007 con licencia para
matar”. Lo que puede ser investigado es mucho más amplio de lo que debe ser
investigado.
La ciencia debe tener unos márgenes fuera de los cuales no
puede moralmente, no debe, poner sus manos. Lo llamaremos “limitación ética de
la ciencia”.
Pero cuando un científico, con el prestigio ganado a pulso,
comienza a pisar el campo religioso, debería hacerlo como hombre creyente, y no
como hombre científico. Porque el hombre (en esto todos estamos de acuerdo) es
mucho más que científico, pero nunca estaría demás ponerlo de manifiesto,
aunque él sea consciente de su doble vertiente. Pero muchos, no científicos y
más heterónomos, cometen la falacia al razonar: “si este hombre, tan sabio,
dice lo que dice y cree lo que cree sobre Dios, tiene que ser verdad”.
¡El conocimiento¡
El conocimiento no es otra cosa que la simplificación del
mundo real y no todo lo real se somete a ser tratado científicamente. ¿Cuánto
de la materia viva y de la materia inteligente y, más aún, cuánto del alma
humana queda fuera de las redes del conocimiento, porque se le escurre como el
agua en una cesta?.
Meto la cesta en el agua, en la realidad, y ¿qué es lo que
“pesco” de ella?. Algo, quizá bastante, pero nunca todo. La cesta debería ser
cazuela, o sea, el conocimiento debería no ser conocimiento.
Pero, además, no practicamos la actividad de conocer por el
simple y mero placer de saber.
Es verdad que el saber sabe bien, que el saber es sabroso.
“Oh, ¡qué sabor tiene el saber¡, ¡qué gozada el saberlo”¡. Pero es como cuando
comemos, nos guste o no el sabor de la comida, ésta tiene consecuencias para
nuestra salud desde disparar el colesterol, la glucemia o la adiposidad hasta,
por el contrario, regularlo todo con esa dieta equilibrada.
Igualmente, el conocimiento nunca es sólo y totalmente
teórico. El saber, trae, en su kit, consecuencias, sirve para algo. Puede ser
para mejorar nuestras vidas individuales o para mejorar la convivencia entre
los hombres. Puede servir para acaparar, en solitario, ventajas o para
distribuirlas.
Pero ¿y cuando el conocimiento científico se aplica, ya no a
la producción de cosas para vivir más y mejor, sino para regular, de manera
científica, la convivencia humana?.
Estoy refiriéndome a la “democracia”, a la aplicación del
método científico a la política, que es, hasta el momento presente, no sólo “la
peor forma de gobierno, excluidas todas las demás”, no sólo es “la menos mala”,
sino la más sensata. La “res publica” debe estar en manos de “el público”, de
la sociedad toda”. “El poder reside en el pueblo”, aunque, durante cierto
tiempo le demos permiso, lo depositemos en alguien. Lo que de todos es, que
todos puedan manejarlo. Por esta forma de convivencia, por esta forma de
gobierno es por la que ha apostado Occidente.
El mundo occidental, que desarrolló y sigue desarrollando la Razón científica y la Razón tecnológica, que está
poniendo en práctica la
Razón Política y que, cada vez más, deberá ir desarrollando la Razón Ética, una razón laica
(no anti-nada), una Ética sin flecos religiosos ni divinos.
Los problemas humanos, que nos hemos creado los hombres, los
hombres debemos solucionarlos. Y cuando veamos que estamos errando, corrijámonos,
afinemos, nunca nos movamos con el lema de “mantenello y no enmendallo”. Hay
que enmendar todo lo enmendable y mantener lo mantenible. Pero siempre desde la
práctica, desde la experiencia, desde abajo, con los pies en el suelo.
El otro método de conocimiento, el método divino, aplicado a
la realidad, se ha mostrado inútil y aplicado a la política está mostrándose
dañino, catastrófico, sobre todo por aquello de las interpretaciones de que
antes hablamos y de la “credulidad” (no me atrevo a llamarla “fe”) de tanta
gente que aparcan su conciencia y le entregan las llaves del vehículo y de la
casa al “escribidor o al telepredicador de turno”.
Cuando geográfica y socialmente se acercan ambos métodos de
gobierno chocan, se repelen, como los polos de un imán. Pero con una gran
diferencia: mientras unos son capaces de exigir mártires propios y víctimas
ajenas, los otros tienen como norma el respeto a TODAS las personas, por el
hecho de ser personas, aunque sean intolerables las ideas que proponen y exigen
poner en práctica.
Cuando algo va mal en una sociedad que se rige por el método
científico, porque lo previsto anticipado no concuerda con lo presente real, se
corrigen, se cambian las premisas, los presupuestos de que se partía y a
ensayar de nuevo, hasta que se dé con la tecla.
Cuando algo va mal en una sociedad que se rige por el método
divino y la realidad se deteriora, no por eso habrá que cambiar ni el método ni
los presupuestos, sino que la deteriorada realidad será interpretada, no como
un error, sino como una prueba divina para superar el test de la vida terrena y
poder, así, hacerse merecedores de la vida eterna feliz.
Para los que usan el método divino en la forma de gobernarse
la realidad nunca refuta sus presupuestos, que, por otra parte, son los
presupuestos de Dios. ¡Y Dios no va a estar equivocado¡.
Pero cuando hablamos de “democracia” mucha gente lo toma
como si hablásemos, por ejemplo, de una silla, como un objeto terminado,
completo, que puede ser vendido, comprado, transportado… Y nada más ajeno a la
realidad.
La democracia es un producto humano en construcción, siempre
en proceso, nunca terminado, nunca completo, nunca perfecto. La democracia
nunca está dada ya. La democracia siempre es “manifiestamente mejorable”.
Por eso, cuando chirría alguno de sus mecanismos, hay
personas, notables, que quieren cambiar de máquina. Como si una pieza
defectuosa invalidase la maquinaria total. Y esa pieza defectuosa puede
llamarse “justicia”, “ley D`Hont (¿)”, “corrupción”, “enseñanza”, “economía
sumergida”, “fraude”…..
Hay quien estaría dispuesto a tirar la palangana porque el
agua no esté totalmente transparente, aunque el niño vaya dentro.
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