Por lo afirmado en la entrada anterior de que no hay un
comienzo absoluto de la religión, pues en cada tradición religiosa encontramos
ya unos antecedentes, unas raíces, podemos pues afirmar que no ha habido “fundadores
absolutos” de religión alguna.
Sean Moisés, Confucio, Mani, Buda, Jesús o Mahoma, fueron
maestros, profetas, predicadores, reformadores, promotores,… de religiones,
pero no fundaron/crearon sus respectivas religiones totalmente de nuevo, desde el
momento 0.
Cada uno aparece perfectamente enmarcado en tradiciones
religiosas anteriores con las que. sólo en parte, rompen y se limitan a
rectificar y renovar.
Jesús afirma haber venido a hacer cumplir la ley de Moisés y
los profetas en un judaísmo que considera adulterado. Recordemos “no es el
hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”, en su intento de renovar
el judaísmo, pero no de crear una nueva religión.
Y decía: “habéis oído que dijeron los antiguos…. Pero yo os
digo que…”
Confucio apenas modifica las antiguas creencias chinas sobre
la divinidad.
Mahoma tiene delante y parte de las Escrituras judías y
cristianas.
El “camino medio” de Buda es una tercera vía alternativa
entre el brahmanismo y el jainismo.
Lao-Tsé y su taoísmo es, quizás, el más original y menos
apegado a tradiciones anteriores.
Mani afirma que su religión es más excelente y mejor que
otras religiones, al menos en 10 puntos.
Pero todos ellos son conscientes de estar instaurando algo
nuevo y diferente de la enseñanza tradicional.
Incluso quienes se propusieron fundar una nueva religión
total, aunque en su tiempo fueran capaces de movilizar a multitudes que le
seguían, han sido olvidados y casi no han pasado a la historia.
Algo común a todos los fundadores (¿) es haber pasado por
una experiencia particular de iluminación o revelación de la que se consideran
testigos excepcionales y que tratan de comunicar a otros.
Moisés y la zarza ardiente, sus conversaciones con Yahvé en
el Monte Sinaí.
Jesús y su bautismo en el Jordán y la voz del cielo que
dice….y sus tentaciones en el desierto, y la transfiguración en el Monte Tabor.
Gautama y la iluminación, cierta noche, a los 35 años,
sentado bajo un árbol.
Mahoma y las revelaciones en la cueva del desierto donde
solía retirarse.
Si Confucio y Lao-Tsé fueron funcionarios burócratas en
sendas cortes de reyezuelos chinos, Jesús y Mahoma fueron predicadores
ambulantes, no muy bien vistos en su lugar de origen (donde los conocían)
aunque luego uno moriría ejecutado en la cruz sin haber empuñado un arma y el
otro fuera un caudillo guerrero tanto como un líder religioso.
Sus testamentos, de paz y de guerra, también los califican
(aunque los 5 principios que Alá le reveló fueron: “Unidad/unicidad de Dios,
oración, ayuno, limosna y peregrinación a La Meca )
Gautama, compadecido de los hombres y para enseñarles “el
camino de salvación” (¿les suena?) regresó a este mundo dejando el nirvana al
que ya había accedido.
Mani acabó sus días en prisión y considerada peligrosa su
doctrina.
A todos ellos, tras su muerte, se les dio un sobrenombre:
“el que vive” (Mani), “el Profeta” (Mahoma), “el victorioso” (Jina, fundador
del jainismo), “el buda” (el despierto, el iluminado) (Gautama), “Cristo”, “el
ungido de Dios” (Jesús)
Sus nombres históricos (Jesús, Gautama…) serán casi borrados
por sus sobrenombres, a los que adoran sus fieles
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