En las acciones que realizamos los seres humanos hay, sin duda, una parte de naturaleza, es decir, de realidades que existen por sí mismas, no construidas por la acción humana, y otra parte de cultura, de componentes que son fruto de la convención, del aprendizaje.
Por ejemplo, alimentarse es una acción natural, biológica:
todos los seres vivos lo necesitan para sobrevivir y lo hacen de modo
instintivo.
Pero cocinar, hervir un alimento, preparar una salsa, saber
usar cuchillo y tenedor, respetar unas normas en la mesa… son acciones
culturales: son una conducta social, adquirida y creada por un determinado
grupo de seres humanos y que se transmite por aprendizaje.
En nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestros deseos,
en toda nuestra vida, se encuentran tanto elementos de origen natural como
cultural.
La antropología cultural diferencia entre conductas
naturales, aquellas en las que la información ha sido transmitida
genéticamente, y pautas de conductas culturales, aquellas que adquirimos por
aprendizaje social.
De un modo similar, la biología distingue entre “genotipo”
(combinaciones de los genes en los cromosomas) que es innato y el “fenotipo”
(interacción del genotipo con el medio ambiente) que es adquirido a lo largo de
la vida.
Ambas ciencias, Antropología y Biología, nos muestran que
ningún organismo es sólo producto de su naturaleza hereditaria, de los genes,
ni tampoco el resultado exclusivo de la interacción con el medioambiente que,
en el caso del ser humano, es la cultura en la que ha nacido.
Todos los individuos son el resultado de la interacción
entre ambos polos: su naturaleza biológica y el medio en el que se desenvuelven.
De esta forma antropólogos y biólogos contraponen los
conceptos de naturaleza y cultura:
NATURALEZA: Es lo Innato, aquello con lo que se nace porque
está genéticamente preprogramado o se desarrolla en el estado embrionario y
fetal.
CULTURA: Es lo adquirido por aprendizaje social, a partir
del momento en el que nacemos
Por ejemplo, por naturaleza nos emparejamos y
tenemos descendencia, pero por cultura lo hacemos mediante una fiesta ritual.
Por naturaleza somos capaces de hablar, por cultura nos
expresamos en un idioma aprendido en nuestro entorno, etc.
(En otro apartado describiremos la “Evolución Biológica).
La evolución
cultural: el proceso de humanización.
Todos los cambios físicos sucedieron al mismo tiempo que
otros de carácter cultural.
Los cambios evolutivos biológicos fueron posibles gracias a
que la especie de primates de la que procedemos no se vio limitada por un
comportamiento fijo e instintivo, como el resto de animales, sino que, por
el contrario, tuvo la capacidad de aprender nuevas técnicas y nuevos
modos de existencia.
Sin esta capacidad de aprendizaje, por ejemplo, cuando el
ser humano se vio obligado a abandonar el bosque y vivir en la sabana, no
hubiera tenido la capacidad de cambiar y adaptarse, por lo que se habría extinguido,
al igual que ha sucedido con otras especies.
Somos el resultado de la suma de la evolución
biológica más la evolución cultural.
De esta forma, a lo largo de su evolución, el ser humano ha
ido adquiriendo habilidades que le han permitido adaptarse a las diferentes
condiciones medioambientales.
La aparición y evolución de la cultura permitió al ser
humano adaptarse con gran eficacia al entorno que le rodeaba sin necesidad de
transformar su cuerpo, como ha sucedido con el resto de animales.
Por ejemplo, la fabricación de herramientas, el lenguaje, la
convivencia en sociedad, el vestido, la construcción de diferentes tipos de
vehículos, etc., permiten al ser humano adaptarse y sobrevivir.
Las características, comportamientos y factores que
favorecieron la evolución psíquica y social del ser humano son muy variados y
se corresponden con distintos ámbitos, aunque pueden destacarse los siguientes:
1.- Herencia cultural
La herencia biológica se refiere a las
características (rasgos físicos, capacidades, etc.) que los hijos heredan de
sus padres por medio de las células sexuales, de la información genética. En
este sentido, el mecanismo que nos hace pertenecer a la misma especie que
nuestros padres y además nos individualiza es igual que el de los demás
organismos dotados de reproducción sexual.
Pero, poseemos una herencia
cultural, una herencia exclusivamente humana que consiste en un saber,
teórico y práctico, acumulado por la humanidad de generación en generación y
que se transmite a través de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
La discusión sobre qué es más importante si los rasgos y
capacidades heredadas biológicamente o lo que aprendemos, es una cuestión que
sigue abierta y que tiene unas consecuencias sociales innegables.
Pero, ¿qué aporta la cultura a lo biológico?
En primer lugar cumple una función adaptativa.
La herencia cultural hace que el hombre sea el único
ser capaz de adaptarse modificando el ambiente y no su estructura genética.
Por ello se le llama también modo superorgánico de
adaptación, por contraste con los mecanismos naturales, orgánicos, de
adaptación.
Es un mecanismo muy superior al adaptación orgánica, puesto
que es más rápido -sólo requiere el lenguaje para ser transmitido a las
generaciones siguientes- y más poderoso, ya que se aplica a una exigencia
concreta, a una necesidad inmediata.
En segundo lugar, la herencia cultural se aprende, no se
hereda genéticamente.
Además se adquiere no sólo a través de los padres, sino de
la totalidad del entorno social (familia, amigos, televisión, etc.).
Este proceso es posible gracias a la existencia de una
memoria social, es decir, aquel saber de las generaciones anteriores que se conoce
y se conserva, de modos muy variados (la tradición oral, libros, archivos
documentales, películas, etcétera), para poder ser transmitido.
En tercer lugar no hay unas culturas más naturales que
otras.
Aunque son necesarias ciertas capacidades intelectuales para
adquirir cultura, los genes no determinan qué cultura.
Un niño puede adquirir cualquiera y aprende aquella en la
que crece.
Esto quiere decir que tiene un carácter arbitrario.
Por último, es dinámica. La herencia cultural, a su vez,
también hace posible cambios que afectan al modo de vida de los hombres, la evolución
cultural.
La aparición del comportamiento social, la necesidad de
cuidar el fuego, de preparar los útiles, de reunirse para dormir, para cazar o
para desplazarse, condujo a los homínidos a acostumbrarse a acampar en asentamientos
protegidos o refugios.
Y fue en estos lugares donde se irían desarrollando
caracteres sociales básicos como:
1.- Pautas de cooperación y ayuda entre los miembros
del grupo.
2.- Diversificación de actividades: unos atenderían
al fuego, otros prepararían la comida, otros fabricarían los útiles, etc.
3.- Aparición de los diferentes papeles o roles sociales.
Muchos biólogos piensan que el ser humano nace en un estado
de inmadurez biológica; por ejemplo, el sistema nervioso, que en otros
mamíferos se completa dentro del claustro materno, en el ser humano se completa
después del parto.
Como consecuencia, desarrollos muy importantes del sistema
nervioso se realizan en intercambio con el mundo exterior, tanto físico como
sociocultural.
Esto, unido al largo proceso de aprendizaje, nos permite
afirmar que no existe una naturaleza humana fija y acabada, sino que el hombre
va construyendo su propia naturaleza en relación con las formas sociales y
culturales en que nace, aprende y vive.
4.- Lenguaje y
pensamiento
El fenómeno del lenguaje humano es uno de los
elementos en los que se pone de manifiesto la doble raíz de nuestro modo de ser:
somos naturaleza y cultura.
El hecho de que todas las poblaciones humanas
sin excepción posean un lenguaje hace pensar que se trata de una forma de
comunicación muy antigua.
Es indudable que la selección natural
favorece la comunicación mediante el lenguaje.
La posibilidad de hablar una lengua requiere
contar con dos condiciones naturales, la existencia de una anatomía adecuada
para articular sonidos complejos y un cerebro desarrollado.
No hay que olvidar que es la inteligencia la
que hace posible nombrar, generalizar, abstraer y razonar.
El lenguaje, la capacidad para comunicarnos
por medio de una lengua tiene, por lo tanto un origen biológico, evolutivo,
pero es el lugar en el que nacemos el que hace que aprendamos una lengua u
otra.
Incluso, esta resistencia se pierde.
La experiencia ha demostrado que si un niño
no aprendido a hablar a una determinada edad, ya no será capaz de hacerlo.
Piensa en los llamados "niños
lobos" que crecieron sin contacto con otros seres humanos y que nunca
lograron hablar.
La naturaleza nos dota de una capacidad, pero
es la cultura la que la desarrolla.
La capacidad lingüística es natural, innata y
la lengua es adquirida, es cultura.
El lenguaje es un sistema de comunicación
interpersonal, es decir, para contarnos cosas, preguntarnos, pedirnos algo,
expresar deseos, sentimientos, etc.
Utiliza signos arbitrarios, es decir, símbolos.
Las palabras no guardan ninguna relación
necesaria con lo que nombran, como lo demuestra que "mesa" y
"table" se usen para referirse al mismo objeto.
El lenguaje humano es, además, un lenguaje
vocal.
Los sonidos humanos son sonidos
distintos de los de los animales, gracias a la posición baja de nuestra
laringe, lo que, por otro lado, restringe nuestra capacidad para tragar
líquidos y respirar al mismo tiempo.
De nuevo, se trata de una modificación de la
evolución que nos distingue de otros animales y que nos proporciona una de
nuestras mayores ventajas.
Pero, sobre todo la característica que
distingue al lenguaje humano de todos los demás sistemas de comunicación es su
doble articulación.
Esta doble articulación se refiere a
la posibilidad de dividir nuestro mensaje en unidades mínimas de significado,
llamadas monemas (primera articulación) y en unidades mínimas de sonidos o
fonemas (segunda articulación).
De este modo, utilizando sólo una serie
limitada de sonidos se pueden componer miles de monemas y obtener, así, un
número infinito de mensajes.
La doble articulación, por lo tanto, confiere
gran flexibilidad y riqueza al lenguaje.
Es lo que nos permite comunicar mensajes de
diferente naturaleza (ideas abstractas, sentimientos y sensaciones), así como
referimos al futuro y el pasado.
Pero además, hace posible que podamos hacerlo
cada vez de un modo distinto.
Se ha discutido mucho sobre la relación entre
pensamiento y lenguaje pero lo que siempre ha quedado claro es la profunda
relación entre uno y otro.
El lenguaje es el modo en que nuestro
pensamiento está codificado.
5.- Comportamiento ético
El lenguaje nos permite comunicarnos unos con
otros, pero esa convivencia va unida a otro carácter, el de la moralidad.
Somos seres morales, es decir, juzgamos
nuestros actos y los de los demás con términos como bueno, malo, justo o
injusto.
Sabemos qué debemos hacer y qué no, pero
estas normas son sociales, es decir son compartidas con las personas con las
que convivimos.
Éste rasgo humano pone de manifiesto de nuevo
nuestro doble carácter, como seres naturales y como seres culturales.
Dado que todos los hombres estamos dotados de
esa capacidad, parece evidente que se trata de una cualidad biológica, propio
del hombre.
La discusión surge cuando nos preguntamos si
las normas morales concretas, lo que consideramos correcto o incorrecto,
también están determinadas genéticamente.
Se trata, pues, de dos cuestiones distintas,
puesto que tener la necesidad de aceptar valores éticos no implica
necesariamente que tengan que ser unos en concreto.
Esta cuestión nos lleva a plantear las dos
cuestiones.
En primer lugar, el papel de lo biológico en
el hombre.
La ética ¿forma parte de nuestra herencia
cultural o tan sólo de la biológica?
En
segundo lugar y como consecuencia de esta primera cuestión, tendremos que
preguntarnos si cuando decidimos actuar de un modo concreto porque lo
consideramos lo correcto estamos, o no, actuando determinados por nuestra
herencia biológica.
Si la respuesta es que es mi naturaleza
biológica la que me hace actuar, será puesto en entredicho la idea de la
responsabilidad humana, la libertad, etc.
Estamos ante una cuestión de gran
trascendencia, ¿somos libres y responsables de nuestros actos?
Se discute la propia existencia de la
moralidad humana.
Estudiosos sobre la evolución, representantes
de la teoría sintética, han coincidido en señalar que la moralidad es un
producto de la evolución, pero que los códigos morales, se aprenden. (Ya expuesto en otra entrada).
Coinciden en que del mismo modo que
todos los hombres están capacitados para hablar, pero cada uno aprende su
lengua, lo que heredamos genéricamente es una capacidad para
"moralizar" que nos permite aprender el código concreto de nuestro
grupo.
Los valores morales que aceptamos para guiar
nuestra conducta forman parte de nuestra herencia cultural.
Esta afirmación parece cierta, al menos a
primera vista, si tenemos en cuenta que todas las sociedades humanas de las que
tenemos conocimiento han tenido y tienen códigos morales propios.
Estas normas morales se aprenden de otros
miembros de la sociedad y, además, está reforzado de modo natural por la predisposición
propia de los hombres a aceptar la autoridad, tanto de los padres como de otros
adultos.
El estado de madurez biológica del hombre al
nacer, su inacabamiento, hace que pueda ser presa de múltiples peligros, pero
también de influencia.
Pero además, cada sociedad refuerza la obediencia
a su código moral mediante la persuasión y/o sanciones.
A los adultos se les exige cierta aceptación
de las normas del grupo.
El que no acepta el código imperante se
convierte en un marginado, en un inadaptado y corre el riesgo, incluso, de no
sobrevivir ni él ni su descendencia.
6.- La Autoconciencia
Pero nuestra inteligencia, además de lenguaje y ética
implica inmediatamente otro concepto, el de la conciencia o autoconciencia, es
decir la experiencia interna, intransferible que cada sujeto tiene de sí mismo
y de sus actos.
Sólo el hombre puede pensar sobre sí mismo, sobre su vida y
su destino y la conciencia acompaña todos nuestros actos.
Únicamente el hombre sabe quién es, tiene identidad y por
ese saber quién es, se siente único, irrepetible.
Pero, precisamente por tratarse de una experiencia interna,
la conciencia de los temas es algo inaccesible, no podemos saber con certeza si
otros animales tienen experiencias semejantes o alguna forma, más o menos rudimentaria,
de conciencia, pero dado que la conciencia va unida estrechamente a la
inteligencia, la conciencia tiene que ser una experiencia humana
exclusivamente.
A su vez está conciencia nos ha dado otro de los rasgos que
claramente nos identifica, ha hecho que sepamos que vamos a morir. Incluso se
puede llegar a considerar que es la conciencia de la muerte lo que nos hace tan
distintos de los demás animales.
En general, los animales se muestran indiferentes ante la
muerte de miembros de su misma especie, excepto las madres respecto de sus
crías jóvenes.
El hombre es el único animal que entierra de modo ritual a
sus muertos y esto sólo es explicable si aceptamos que quien así se comporta es
porque sabe que va a morir y lo que ello significa.
Los enterramientos son un comportamiento universal entre los
seres humanos, sea cual sea su cultura.
Las formas pueden variar: inhumación, incineración,
momificación, etc., pero la costumbre no desaparece.
Pero, ¿cuándo surgió la conciencia del hombre?
La relación entre conciencia y muerte nos permite utilizar
los enterramientos, para determinarlo.
Por lo tanto, las sepulturas son, al menos, señal de que
aquellos que lo practican ya tenían conciencia de sí mismos.
¿Cómo saber que estamos ante un enterramiento humano?
La arqueología acepta que estamos ante una cultura cuando
encontramos elementos que no pueden ser explicados por el azar o la naturaleza,
es decir, una fosa artificial, un esqueleto dispuesto de modo intencionado y
ajuar funerario (elementos decorativos, utensilios, etcétera.)
Pero, además esta costumbre puede interpretarse como el
nacimiento de una cierta religiosidad, puesto que la explicación de los enterramientos
nos permite entenderlos no sólo como señal de respeto por el muerto, sino
también con su preparación para un largo camino, para otra vida.
La conciencia de la muerte es también la conciencia del
tiempo.
El hombre es el único ser que reflexiona sobre su pasado,
vive su presente y proyecta su futuro.
Es un ser temporal, consciente del tiempo que ha vivido,
vive y le queda por vivir.
Se podría decir que el carácter inacabado de la naturaleza
humana, su gran capacidad de aprendizaje, es decir, su plasticidad, junto con
la posibilidad de anticipar las consecuencias de sus acciones y de tomar decisiones,
convierten al ser humano en un ser abierto al futuro.
El futuro es necesario para vivir, el hombre necesita
proyectarse, planificar, esperar cosas; sin futuro su vida pierde sentido.
La vida humana es un proyecto personal, individual, algo que
vamos construyendo, pero también es una tarea colectiva.
La humanidad también es consciente del tiempo.
Es la protagonista de la historia.
Reinterpreta su pasado, analiza y vive su presente y toma
decisiones sobre el futuro.
Sin embargo, la idea que ha existido sobre el futuro de la
humanidad no siempre ha sido la misma.
A partir de la Ilustración, movimiento cultural en los
siglos XVII y XVIII, el hombre ve en el futuro un mundo mejor.
Piensa que la humanidad progresa no sólo técnicamente, lo
que le permitirá vivir con mayor bienestar, sino también moralmente, lo que
hace esperar que disminuirán o incluso, llegarán a desaparecer algunos de los males
causados por los propios hombres.
El siglo XX, sin embargo, ha puesto en cuestión esta idea
optimista sobre el hombre y la humanidad, para hacerse consciente de su poder
de destrucción y autodestrucción.
La bomba atómica -cuya potencia ha sido multiplicado por
diez por las armas nucleares desarrolladas posteriormente- puso de manifiesto
que la humanidad puede tener un final a manos de los propios hombres.
Fue el primer aviso.
La progresiva degradación de la Naturaleza, la contaminación
del aire de las aguas, el daño sufrido por la capa de ozono, son otros tantos
ejemplos de la capacidad para convertir nuestro planeta en un lugar inhabitable
para los seres vivos, humanos y no humanos.
Durante este siglo los hombres se han dado cuenta de que su
futuro depende, en gran medida de ellos mismos.
7.- La creación de utensilios: la técnica
El hombre es lo que es porque ha sido capaz
de dotarse de aquellos elementos que la naturaleza le ha negado.
Su aparente fragilidad e, incluso,
incapacidad frente a otros animales, es sustituida por la inteligencia, como ha
hecho posible el lenguaje, la ética, etc. y la posibilidad de intervenir en el
mundo.
Platón, en el mito de Prometeo, destaca hasta
qué punto esta capacidad es esencial para la supervivencia de los hombres.
Platón sitúa en el mismo plano la
inteligencia y la técnica, la capacidad para modificar el medio que nos rodea,
y reconocen ambos el patrimonio con el que cuenta la humanidad para poder
sobrevivir, sin ellos, por la incompetencia de Epimeteo, hubiera muerto.
La técnica, esta actividad, que nos ha
llevado hoy a una sucia tecnología altamente tecnificada, empezó siendo muy elemental,
apenas la creación de utensilios, como flechas; pero poco a poco, los seres
humanos fueron desarrollando estabilidad y distanciándose del uso de
instrumentos que pueden hacer los animales, como los monos.
El poder creador del hombre ha ido creciendo
de tal modo que la distancia con los animales es infinita.
Vivimos en un mundo tecnificado en que la
tecnología forma parte de nuestra vida, hasta el punto que hemos transformado
totalmente la imagen de la naturaleza allí donde hemos llegado: casas, puentes,
carreteras, campos cultivados, reforestaciones y presas.
La naturaleza está humanizada.
Desde el siglo XVI nuestro saber se orienta
no sólo hacia la investigación, espoleado por el afán de descubrir los secretos
de la naturaleza, sino también a la transformación de la naturaleza, con el fin
de mejorar la vida de la humanidad.
Hoy en día, los avances en medicina, el campo
abierto de las técnicas de fertilización asistida, la separación entre
sexualidad y reproducción, la investigación espacial o la tecnología de la
información presentan posiciones impensables hasta este siglo.
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