“NACIDO DE UNA VIRGEN”.
Si lo normal, lo “natural”, es nacer de la unión de un varón
y una mujer, él depositando semen y ella fecundando con él su óvulo y quedando
preñada (aunque todo esto lo sabemos desde ayer mismo) los seres
sobre-naturales no podían ser engendrados como todos los demás, seres naturales.
Casi todos (si no todos) los dioses de las grandes
religiones son hijos de mujeres “que no han conocido varón”, por lo tanto eran
y son vírgenes, con “virgo”, no desvirgadas por varón alguno.
San José era, sólo, un P.P. (Padre Putativo), no un Padre Biológico
y nada tuvo que ver en el nacimiento de Jesús.
En mis tiempos infantiles cantábamos, a coro, en la
“doctrina”: “En las entrañas de la Virgen María / formó el Espíritu Santo / de
la purísima sangre de esta señora / un cuerpo perfectísimo,…..”.
El ideal de las religiones es la virginidad/celibato. Quien
no pueda, que se case. Y cuando tengan “coyunda”, para engendrar, lo ideal es
que no se goce en el acto sexual.
Lo importante es la “reproducción”, no el “placer del
orgasmo”.
Y, tras el engorroso embarazo, “parir con dolor a los
hijos”.
Hay un odio al cuerpo por sobreabundancia del alma, un odio
o desprecio de esta vida, en beneficio de la otra, de la vida de ultratumba.
Pero es que el Cristianismo va más allá de “nacido de un
virgen”, es que “esta virgen fue concebida sin pecado original”. Es el Dogma de
la Inmaculada Concepción”, de 1.854, un 8 de Diciembre, según la bula
“Ineffabilis Deus”, del Papa Pío IX.
O sea, que todos los demás, excepto Ella, hemos sido
concebidos “con máculas”, “manchados”, “maculados”.
Podríamos preguntarnos, ahora, cuál es el origen de las
religiones desde el origen de la humanidad. Porque, en los principios, el
ateísmo (que supongo que algo habría) estaría reducido a un número muy reducido
de personas o de grupos muy minoritarios.
Y podríamos responder que toda religión tiene dos orígenes
básicos: la ignorancia y el miedo.
La IGNORANCIA. Es la causa puramente lógica del origen de la
religión.
Si el hombre primitivo conocía sólo por la experiencia y
comprobaba que a todo hecho observable seguía otro, siempre el mismo, también
observable, era el principio causa efecto.
Si a todo fenómeno precedente (causa) le sigue otro fenómeno
consiguiente (efecto), la observación de un fenómeno le llevará a preguntarse
tanto por la causa del mismo como del efecto posterior.
Le servirá para entender el presente, pero también para
prever el futuro.
Si siempre que el hierro se ha calentado, a continuación se
ha dilatado, y eso lo hemos comprobado una y otra vez, siempre que observemos uno
de los dos fenómenos nos traerá a la mente el otro fenómeno, como causa o como
efecto. Calor-dilatación, dilatación-calor.
El simple “antes de” se convierte en “causa de” y el
“después de” en “efecto de”. Lo que observamos es “el tiempo” pero lo interpretamos
como “causa-efecto”, sólo vemos la “precedencia”, no la “procedencia”, sólo
observamos la “contigüidad de fenómenos”, no la “causalidad de los mismos”
(Hume dixit).
Pero todo esto ocurre entre “fenómenos observables”
(lluvia-suelo mojado, golpe-sonido, pellizco-dolor, relámpago-trueno,…).
¿Podemos traspasar ese orden “natural” de lo observable y
deducir que, puesto que “no sabemos” por qué se ha producido la lluvia, la
peste, la sequía o la riada,….tiene que haber una causa sobre-natural, que no
observamos, de estos fenómenos naturales, que sí observamos?
Porque por utilidad y por experiencia el principio de
causalidad lo aplicamos a fenómenos en el mismo orden natural. Pero la ausencia
de criterio nos lanza a aplicarlo más allá de la experiencia, y concluir en una
causa sobre-natural de los mismos.
Y es que, psicológicamente, necesitamos descansar y salir de
la incómoda inseguridad que supondría tener que estar indagando y sin encontrar
una explicación natural.
Y así, afirmaremos que la causa es Dios, o el Diablo, o los
Espíritus, o los Santos, o las Vírgenes,….y todo, sin fundamento real, porque
nadie los ha visto, oído, ni…. ni podrá observarlos, porque, por su propia
naturaleza, son in-observables.
De aquí surgirá la necesidad de saber y comprobar qué
rituales, qué sacrificios, qué oraciones,…le son gratos a esas supuestas y
pretendidas causas para que nos sean propicias y alejen de nosotros los efectos
no deseados (enfermedad, muerte, hambre,…)
Si hay una casta sacerdotal, que se autoerige en
intermediaria entre lo sobrenatural y lo natural, y que conoce la voluntad
divina y que, además, hablando en nombre de los dioses te asegura el
sufrimiento, temporal, en esta vida, y eterno, en la otra,…
Pero es que, además, ese pretendido “mundo sobrenatural”,
del que nada se sabe y que tan sólo se cree, y que “suponemos que existe”, no
será el mismo para todos los hombres, sino que dependerá de la cultura, del
grupo, de la época, del lugar,….
Un monte puede ser sagrado para un grupo mientras para otro
es un tipo de árbol, o un determinado lugar, o unas fechas concretas,…
Pero si los ríos, o árboles, o… son particulares, están en
un lugar concreto y no en otro, el sol, la luna, las estrellas, el relámpago y
el trueno,…. están presentes a todos los hombres, de aquí que en todas las
culturas hayan sido divinizados.
Hasta que se ha sabido “qué son” y, entonces, los hemos
secularizado.
Para la mentalidad mítica lo más fácil y sencillo es
imaginar una causa sobrenatural desconocida (Eolo como “dios de los vientos”)
que admitir que los vientos no tienen causa. Por la presión mental del Principio de Causalidad: “Todo
efecto tiene una causa”.
Si lo sabemos, lo sabemos, y si no, lo imaginamos y lo
creemos.
Lo absurdo es “creer que sí”, cuando “se sabe que no”, o
“creer que no” cuando “se sabe que sí” (sea la lluvia, la gripe, la enfermedad,
o quedarse embarazada).
Sin embargo, pese a nuestros conocimientos científicos e
inventos tecnológicos, sigue existiendo una mentalidad mítica, y seguimos
pidiéndole a Dios por la Paz, para que erradique el hambre en el mundo, o para
que llegue el agua y cese la sequía, o su contrario, que deje, ya, de llover,
cuando “sabemos” que ni los dioses ni los espíritus nada tienen que ver con
dichos fenómenos.
Esta es la primera causa del origen de las religiones y de
las creencias, “la Ignorancia, “el no saber”.
Pero la segunda causa no es de menor importancia, “el
miedo”.
No vayamos a desafiar a lo desconocido no siendo que… Y si,
además, es después de la muerte, y nadie ha venido a decirnos que no… entonces
es que puede ser que sí y….
Además, como alguna vez hay ocurrido algo deseable (la
curación de una enfermedad), tras pedírselo cuatro veces a los dioses, con
sacrificios u oraciones, se afianzará, aún más en nosotros la creencia de que
eso vale y de que tienen que ser cuatro veces.
La IGNORANCIA y el MIEDO.
En tu primer escrito de esta serie, llamado Jesús, te iba a poner un comentario que empezaba diciendo "te vas a condenar...", pero ahora ya te condeno yo directamente. Mira que dudar de la virginidad "antes y después del parto". ¿Tu no te aprendiste de pequeño el "Fueque"? Aquello era dogma y te condenabas automáticamente si lo dudabas.
ResponderEliminarLo que yo siempre he pensado, incluso cuando era creyente, cómo era posible mantener aquello intacto, saliendo por allí un niño que por pequeño que fuera debía pesar sus tres kilos y medio...