Para entender, realmente, la conversión al Cristianismo de Saulo o Pablo de Tarso debemos entrar en el contexto de la época: el hecho de la esclavitud, tan extendida en griegos y romanos.
En Roma se era esclavo por ser hijo de esclava, fuera quien
fuera el padre, por ser vencidos en la guerra, por ser un niño abandonado, por
la compra de esclavos, por deudas no pagadas, por propia voluntad (para
asegurarse cama y comida), porque sus padres, esclavos, los vendían recién
nacidos a los tratantes…
Pero no había esclavitud en Egipto, ni en Israel, ni entre
los bárbaros (galos, germanos,…) hasta que la influencia de Roma introdujo en
ellos el sistema esclavista.
Lo que sí existían, en estos pueblos, eran criados y/o
sirvientes, pero se los consideraba personas y no se les podía matar, hasta que
llegaron, sobre todo, los romanos.
Los esclavos se utilizaban, originalmente, como mano de obra
en labores duras (minas y trabajos del campo) pero, luego, los romanos, cuando
conquistaban un poblado exterminaban a los combatientes, vencidos, varones, y
esclavizaban al resto de supervivientes (varones, mujeres y niños, siempre que
no estuvieran discapacitados).
En el siglo I se estimaba que, en Roma y sus ciudades, había
del orden de 8 esclavos por ciudadano romano, ocupándose de todas las labores
imaginables y no imaginables (hasta de luchar a muerte entre ellos, como
entretenimiento para los romanos, o enfrentarlos con un animal en el circo).
La vida media de los nacidos esclavos era de entre 20 y 22
años.
Saulo-Pablo se da cuenta de que la lucha con las armas,
contra los romanos, es inútil y que el verdadero punto débil por el que atacar
a Roma es la esclavitud al tiempo que consigue atraerla a su doctrina.
Y, para ello, se prestan idealmente las creencias de los
cristianos, ya que les ofrecen, en contraposición a las miserias y sufrimientos
de esta vida (que nadie va a quitárselos), una recompensa eterna, tras la
muerte, en el otro mundo.
Si se piensa fríamente, ¿qué tenía que perder la esclavitud,
con esta oferta? ¿Qué podía ganar? Es la apuesta de Pascal, pero 17 siglos
antes. Un tiempo relativamente corto e infeliz, a entregar, por un “tiempo
eterno y feliz” a recibir.
“Mesías”, en hebreo, significa “ungido”, como “Cristo”, en
griego, también significa “ungido” (por la costumbre de “ungir” en/con aceites
a los reyes, cuando se los proclama como tales.
El Mesías, Cristo, el Ungido, es el Salvador, enviado por
Dios y anunciado por los profetas para liberar al pueblo de Israel del orden
(romano) establecido.
Él liberaría a los judíos de la servidumbre extranjera y
restablecería la Edad Dorada de Israel.
Naturalmente, para los judíos, el Cristo predicado por Pablo
era un “falso Mesías”.
¿Cómo iba a liberarse, el pueblo judío, del yugo extranjero,
romano, con mensajes de paz, de perdonar a tu enemigo, de poner la otra
mejilla,...?
¿Extraña que ante la disyuntiva de Poncio Pilato: “¿a quién
queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús?” (suponiendo que fuera así la
escena tradicional que permitía liberar a un preso sentenciado a muerte,
durante la Pascua, mediante aclamación popular (algo parecido, pero no igual,
al liberado, en mi Málaga, por El Rico, en Semana Santa)) el pueblo judío se
decantase por Barrabás (un “bandolero”, según S. Juan; “ que había participado
en un motín en el que se había cometido un homicidio”, según S. Marcos y S.
Lucas; un “preso famoso”, según S. Mateo; “un líder judío”, contra Roma?.
¿O, como hoy se afirma, era por un doble motivo: por una
parte cargar toda la culpa de la crucifixión de Jesús al pueblo judío (y de
aquí, el antisemitismo posterior) y, a la vez, “hacerle la pelota al poder
romano, eximiéndole de culpa alguna, consiguiendo, de esta manera, que se
facilitase la predicación e introducción del Cristianismo?
¿O la disyuntiva era o Barrabás, el mesías guerrero, que
algunos judíos esperaban, un “zelote”, para que los liberase de los romanos o
Jesús de Nazaret, el mesías pacífico?
De lo contrario sería admitir que el Poder Romano había sido
el asesino del Mesías, el Hijo de Dios.
Pablo predica este Cristianismo por el oriente del Imperio
Romano, principalmente por Grecia, donde tendrá lugar la anécdota del areópago
y el escándalo de los oyentes cuando proclama que el Cristo que el predica “resucitó
al tercer día”, “y todos resucitaremos el día del juicio final”), pero no lo
hará en Roma, la cabeza del Imperio, donde habrá que esperar al siglo II para
que, aquí, comience a extenderse esta nueva doctrina de esperanza, para los
desesperanzados.
La Iglesia griega, que se denomina a sí misma “religión
ortodoxa” (“doctrina correcta”), jamás admitió, ni admite, la supremacía de la
Iglesia de Roma, posterior a ella, y que sólo adquirirá importancia unos 60
años después de la muerte de Pablo de Tarso.
Marx, muchos siglos después, y contra la explotación
capitalista y alienación del trabajador, gritará a viva voz: “proletarios de
todos los países, uníos”. Era la única manera de acabar con el enemigo, ganar
la batalla y alcanzar la victoria final, el establecimiento del “comunismo”,
tras pasar por “la dictadura del proletariado” y la “etapa socialista”.
Pablo de Tarso, muchos siglos antes, y contra la esclavitud,
despersonalización, miseria y sufrimientos en esta vida, podría gritar:
“esclavos del Imperio Romano, uníos en la fe cristiana para, a pesar de la
desdicha de esta vida, limitada en el tiempo, podáis gozar de la felicidad,
eterna, en la otra vida”.
No les promete la libertad, sino la felicidad.
Pero Pablo de Tarso, como Marx en los trabajadores, verá en
la esclavitud el campo fértil en el que sembrar, con la esperanza de que
fructifique, la nueva doctrina, el Cristianismo.
Si quien más desea la libertad es el carece de ella, y quien
más desea la salud es el enfermo, quien más deseará la felicidad, que será
eterna, aunque sea en la otra vida, es el pobre infeliz que es un desgraciado
en esta vida.
A la vez, la mejor forma de acabar con un sistema es
atacarlo desde dentro y desmontarlo. La aluminosis y la carcoma, poco a poco y
a la larga, irán minando y acabarán derribando el edificio.
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