PABLO, NERÓN Y CONSTANTINO.
Es curioso. Las Epístolas de Pablo, auténticas o no, son
anteriores, en el tiempo, a los cuatro Evangelios pero no acudamos a ellas a
buscar información sobre Jesús, porque nada dice de Él y de su verdadera vida,
habiendo estado, en el tiempo, más cercano y haber sido perseguidor de
cristianos, que algo debería haber oído de ellos.
Es verdad que Saulo nunca había visto a Jesús, pero tampoco
lo habían visto dos de los evangelistas y Juan, el “discípulo amado” poco dice
del Jesús real, porque su evangelio es simbolismo puro y de corte
gnóstico. Y lo que Marcos cuenta es lo que le dice Pedro que, como todo buen
discípulo, exagerará las virtudes de su maestro (yo no me creo que el Sócrates
real sea el descrito por Platón).
Saulo/Pablo tiene de Jesús una imagen teológica, lo ve como
Cristo, como Mesías, no como una persona de carne que viviera en Palestina.
Leyendo sus Epístolas no hay manera de saber, algo al menos,
acerca del hijo de un carpintero de Galilea.
“El cual es la imagen del Dios invisible, la primera de
todas las criaturas, pues por Él fueron creadas todas las cosas, las que están
en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, ya sean tronos, imperios,
principados o naciones: todas las cosas fueron creadas por Él y para Él”.
Lo dicho pura teología.
En mis tiempos jóvenes había una discusión sobre la posible
relación epistolar entre Pablo y Séneca.
La verdad es que, cogiendo fragmentos de ambos, era casi
imposible atribuir certeramente cada una a cada uno.
En el Nuevo Testamento aparecen 14 Epístolas atribuidas a
Pablo. Hoy se afirma que sólo 3 pueden considerarse totalmente auténticas (a
los Gálatas, a los Romanos y algunas partes de la 1ª a los Corintios). En las
demás se sospecha que, en todas ellas, se introdujeron interpolaciones
posteriores y que algunas no pudieron ser escritas por él.
Hoy nadie discute que el texto de Flavio Josefo, en sus
“Antigüedades Judaicas”, donde se habla de Jesús es un añadido posterior, una
interpolación interesada.
El otro historiador de la época, del que se dice que era
compatriota de Jesús, es Justo de Tiberias, escribió “Las Guerras de los
Judíos” y “Crónica de los Reyes Judíos desde Moisés hasta Agripa II”. Ambas
obras se han perdido, pero fueron leídas en el siglo IX por Focio, Patriarca de
Constantinopla, quien experimentó una gran sorpresa al advertir que en ninguna
de ellas se hacía mención de Jesús, como igualmente ocurría en el Flavio Josefo
original.
Tácito, en los Anales, se refiere a “los cristianos”, pero
nada dice de Jesús.
¿Es verdadero o falsificado lo que refiere o se le hace
referir a Tácito, acerca de la relación de Nerón con los cristianos?
Es difícil concebir que, en tiempos tan lejanos como en los
de Nerón los seguidores de Jesús, en Roma, pudiesen haber formado una
congregación lo suficientemente numerosa que, además se ocultaban para no
llamar la atención pública y despertar, de ese modo, el odio del pueblo hasta
llegar a verse bajo el peso de una acusación como la de haber incendiado Roma.
Y tengo muchas dudas.
¿Incendió Roma Nerón por las tonterías que se han publicado?
¿Existía, en tiempos de Nerón, el suplicio del fuego, “las
antorchas vivientes”, como lo magnificaría, siglos después, la propaganda
cristiana para autoalabarse?
Además, ¿iban a quemar a los criminales en los jardines
donde estaban refugiados los que se habían quedado sin hogar y en tiendas de
campaña?
¿Por qué ningún escritor pagano se refiere a esos horrores y
la única fuente, tan poco fiable, será la Iglesia triunfante tras Constantino y
las ventajas de todo tipo conseguidas?
¿Una pequeña secta judía, porque el pueblo romano no hacía
distinción entre cristiano y judío, pues ambos observaban la Ley de Moisés, iba
a ser una amenaza para el Imperio?
Constantino, en el 313, a través del Edicto de Milán,
concede libertad a los cristianos para reunirse y practicar su culto sin miedo
a sufrir persecuciones.
Hasta el año 325, Primer Concilio de Nicea (Asia Menor, hoy
Turquía) nos son aprobados como canónicos los 4 evangelios que conocemos (3
sinópticos, es decir, que pueden ser leídos en paralelo y el de Juan, gnóstico,
simbólico, teológico.
Pero hasta esa fecha, entre las comunidades cristianas,
circulaban muchos evangelios, se dice que 270.
La manera de decidir cuáles serían los revelados por Dios,
es rocambolesca.
Pusieron los 270 evangelios encima de una mesa, salieron
todos y cerraron la puerta. Los obispos asistentes al Concilio tenían la orden
de estar rezando durante la noche para que Dios seleccionase los inspirados por
Él. Y a la mañana siguiente, cuando entraron, sólo 4 quedaban sobre la mesa,
los que serían incluidos en el Canon de la Iglesia, los “canónicos”. Los 266
restantes habían caído al suelo y fueron desechados como no inspirados o
revelados, los “apócrifos” cuyo uso y lectura, tras el concilio sería
considerado “delito capital”, por lo que debieron ser muchos los que morirían,
pues eran los que se usaban en sus comunidades.
Recordemos que el Concilio de Nicea fue convocado por el
Primer Emperador Cristiano, Constantino, que trasladó la corte desde Roma a
Constantinopla.
Además de las condenas a las herejías y la aprobación de los
Evangelios Canónicos, también se instituyó el Credo que todavía hoy se reza en
las iglesias.
Como su objetivo era la unificación religiosa, como base de
la unificación política, y como en el Imperio Romano estaban vivas ciertas
herejías, como el arrianismo, a instancias de Osio, obispo de Córdoba, convocó
el Concilio (por intereses políticos y usando el problema religioso como método
para conseguir la ansiada unidad política)
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