No sé si todo, pero gran parte del progreso científico ha consistido en ir prescindiendo de Dios como mecanismo explicativo.
Que no es que Dios explique algo, sino que lo que nosotros no podemos explicar, se lo dejamos a Dios. Pero que, de nuevo, se lo birlaremos en cuanto demos con una explicación científica humana.
La hipótesis “Dios” quedaría, pues, como “el cajón de sastre” en el que se encuentra lo aun inexplicable.
Así ha sido siempre.
Kant, ya ilustrado, y creyente, incluso fue más lejos y llegó (quiso llegar) a prescindir de Él para la moral, al crear una Moral Autónoma.
Podemos decir, pues, que no “gracias a Dios”, sino a pesar de El es como el hombre ha progresado.
Pero ¿qué pueden decir, la Ciencia y la Filosofía, de Dios? NADA.
La Filosofía, si razona sobre Dios, ¿Qué puede decir?, ¿es “razonable” lo que dice? Además de que cada filósofo que trata el tema de Dios, dice cosas tan distintas que…
¿Y la Ciencia? Menos todavía, al estar Dios, como objeto de estudio, fuera del método que usa, por lo que ni de su existencia, tan siquiera, ni verificable ni falsable, cuanto menos de su esencia.
Pero lo que sí puede hacer la ciencia es mostrar que la suposición de la existencia de Dios no es necesaria para muchas de las cuestiones que, tradicionalmente, se habían explicado mediante dicha suposición. Es decir, que las supuestas razones para creer en Dios como explicación, no son tales razones, porque pueden explicarse sin Él.
Y también puede descubrir la ciencia que la tendencia a aceptar la existencia de Dios y/o de entidades sobrenaturales es algo razonable porque seres como nosotros, los hombres, en ciertas circunstancias, sin tener base alguna de conocimiento científico, necesitan salir de la zozobra.
Ante la ausencia de respuestas racionales, los más inquietos y necesitados de seguridad, se agarran a la hipótesis Dios.
Se le ha hecho mucho daño a Dios, a lo largo de la historia, al poner en sus manos tantas respuestas que, una vez que las hemos encontrado por nuestra cuenta, Dios, en esas cuestiones, se nos ha hecho innecesario, de más.
Por una sencilla deducción podemos concluir que ha sido nuestra ignorancia la causante, con la esperanza de que algún día podamos…. Confiar en la razón y sus explicaciones supone la no necesidad de Dios para dichas explicaciones. No es que Dios sobre. Es que, para eso, no hace falta.
Cuando a alguien se le diagnostica una enfermedad incurable para la ciencia, en su estado actual, es “razonable” que se encomiende a Dios para que…. Otra cosa distinta es afirmar que si, la salud se restablece, sea Dios la causa de ella y no una combinación de factores entre los que está él mismo.
¿Y la Teología?
Desde Ockham y su demarcación del campo de la fe del de la razón, he pensado lo mismo que algún autor contemporáneo: “el que sabe no puede creer; el que cree no puede saber. La locución verbal: “fe ciega” es una redundancia, pues la fe es siempre ciega”.
Quien, al creer, ve claro lo que cree, es una ilusión, no una visión. Vive en un error de conocimiento, aunque sea un alivio psicológico
Cito una frase, (para mí exagerada) de Robert A. Heinlein (uno de los tres mejores escritores de ciencia-ficción, junto a Asimov y Clarke, pero que, incluso sus historias de fantasía contienen una estructura científica lógica): “La Teología nunca ha sido de gran ayuda. Es como buscar, a media noche y en un sótano oscuro, un gato negro que no está allí”.
Si se piensa bien, la Teología es hablar/escribir sobre un fantasma del que nada se sabe. Es una logomaquia.
Prefiero a mi Unamuno: “Dios es una gran X sobre la última barrera de los conocimientos humanos. A medida que la ciencia avanza, la barrera se retira. De la barrera acá todo se explica sin Él; de la barrera allá, nI con Él, ni sin Él”
Es fácil, desde la creencia, echarle en cara a la filosofía que nada puede decir sobre Dios, como a la ciencia, ni demostrar su existencia ni su inexistencia (ésta es imposible).
Pero la fe verdadera tiene que respirar dudas por todos sus poros.
La total seguridad de la existencia de Dios es lo propio de la “credulidad”, fruto de la inmadurez, estado infantil, como el niño, que está “seguro” del Ratoncito Pérez, de los Reyes Magos y de la Cigüeña de París.
La Religión, durante mucho tiempo, ha sido considerada una ilusión. Más aún, una coartada.
La condición previa al creer es no saber y dudar, pero, una vez creyente se disipan las dudas, de lo contrario no sería “confiar”, “fiarse de”, “dar fe al otro”.
Confiar en Dios no es como confiar en mi padre, porque sé que mi padre puede equivocarse y, por lo tanto, mermar la confianza en él, desde ese momento. ¿También con Dios? ¿Aunque no me escuche ni me conceda lo que le pedí? ¿Puede frustrarse mi confianza en él, cuando, quizá, sólo está probándome? ¿No responden los teólogos con la distinción entre “permitir” y “querer”?. Porque Dios puede hacer “que estas piedras se conviertan en pan”.
Yo confío en el taxista, que conoce el trayecto a mi casa, seguramente, mejor que yo, pero sé que puede tener la tentación de dar un rodeo para que el taxímetro…
¿También Dios?
Sin embargo, hay un adagio que afirma que: “un poco de ciencia aleja de Dios, pero mucha nos acerca”.
Se duda al no tener razones, pero también se duda cuando se tienen muchas, pero distintas.
La certeza de la fe no es la certeza de la razón, como la confianza no es la evidencia.
El filósofo lo tiene claro, el creyente también, pero son distintas “claridades”.
¿Y el científico?
¿Qué diferente el organicismo (teleológico) de Aristóteles con el mecanicismo de la época moderna?
Porque la “finalidad” no es una noción científica. Pero tampoco lo son “la libertad”, “la justicia”, “el amor”,….
Soy consciente de que el conocimiento científico no abarca toda la realidad, de que la verdad científica no es toda la verdad, de que la racionalidad científica sólo es un aspecto de la racionalidad humana.
Y siempre he defendido que “el ojo humano no ha sido diseñado “para” ver, sino que vemos “porque” tenemos ojos.
Soy consciente de que “las causas finales” eran un callejón sin salida para el avance científico y que el cambio de paradigma, el de “las causas eficientes”, era el adecuado.
Pero la “finalidad” no se discute, se constata. El grano de trigo, al “desarrollarse” está “desenrollándose”, por lo que se colige que estaba ya allí, aunque “enrollado”.
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