Suele tomarse como sinónimos
los conceptos “moral” y “ética”.
Y no son sinónimos.
Hay muchas morales.
Tantas como culturas, como
religiones, como ideologías,….
Pero sólo hay UNA Ética, que
reflexiona sobre las morales.
Este trozo de pan, este
tenedor, este bolígrafo y esta manzana son objetos físicos muy distintos, pero
todos ellos son objeto de estudio de una misma ciencia, la Física.
No existe “el placer”, en
abstracto.
Sólo existen placeres,
concretos y muy distintos.
A las siete y media de la
mañana, en mis paseos matinales por La Carihuela , voy disfrutando de un placer muy
distinto al que, a esa misma hora, en ese mismo sitio, terminado el botellón,
disfrutan tantos jóvenes, bañándose desnudos, apurando el último porro,
acabando el último vaso de plástico de no sé qué combinado, o haciendo el amor
entre dos tumbonas.
Placeres.
¿Qué dice la Ética del
placer?
Podríamos distinguir tres
posturas, ante el mismo: La del LIBERTINO, la del PURITANO y la del MODERADO O
ECUÁNIME.
El LIBERTINO, pone en
práctica y se guía sólo por la Ética de las consecuencias.
Él no se atiene a principios.
Si algo produce placer (lo
que sea) eso es bueno y hay que hacerlo, y si no, hay que evitarlo.
Lo que a él le importa es el
resultado.
Su meta es “optimizar”
resultados, cuanto más y más intensos mejor.
Mira el “después” inmediato
para exprimirlo en presente.
Su pro-yecto es sólo un
“yecto”.
Ni el pasado ni el futuro a
largo plazo están en su agenda.
Y si tuviera que elegir entre
el “después” y el “ahora”, se quedaría con éste, AHORA.
¿Su Lema?: “Oveja que bala,
bocado que pierde”. “Carpe diem”. “Comamos y bebamos, que mañana moriremos”.
El PURITANO, por el
contrario, mira al pasado.
Es esclavo del pasado.
Todo lo que vaya a hacer
tiene que estar acorde o derivado de sus “principios”.
Principios que ya tiene, y
muy arraigados, y respecto a los cuales vive.
Su meta es el “deber”.
Hacer lo que debe hacerse,
obrar como debe obrarse.
En ello reside su placer.
El placer del deber cumplido.
Mientras el Libertino no sabe
qué es eso de “remordimiento de conciencia”, el Puritano lo sufre intensamente,
sólo con pensar si estará removiendo, lo más mínimo, sus principios o
apartándose de ellos.
Aristóteles decía (pero, en
griego) que “virtus est in medio extremorum”.
Es su Teoría Ética del “Término
Medio”.
Ahí reside la virtud, entre
dos extremos, igualmente viciosos, uno
vicioso por exceso y el otro vicioso por defecto, uno se pasa y el otro no
llega.
El MODERADO, el ECUÁNIME, no
mira sólo a los Fines (como el
Libertino) ni sólo a los Principios (como el Puritano).
Él juega con los tres tiempos
del verbo: pasado, presente y futuro.
Aprende del pasado, no le
tiene miedo a la memoria, y tiene en cuenta el futuro, pero sin obsesionarse
con él.
Sabe que, al final, “todos
calvos”, porque al final, está la muerte, que ni la desea ni la teme, ni se
desespera por ello.
Sin obsesión por los
principios busca los medios adecuados que lo lleven al fin deseado.
Disfruta del presente pero
sin renunciar ni despotricar contra pasado y futuro.
El Ecuánime está alejado
tanto del sádico como del masoquista.
Dice sí al placer, pero no a
toda costa y a cualquier precio.
(Relean el Tetrafarmacon
epicúreo.
¡Y que haya gente que hable
mal de Epicuro¡).
¿Disfrutar?.
Por supuesto que sí, pero con
inteligencia.
El seso es la piedra de toque
(he dicho “seso”, no “sexo”).
Recuerden que hacer el amor,
sí, pero con cabeza,
¿Con cuál de estos tres tipos
te identificas?
Háganme el favor de ser
felices o, al menos, inténtenlo.
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