El empobrecimiento tiene un
componente tridimensional: económico, existencial y cultural, como si en él
existieran tres principios vitales: exclusión social (y negación de derechos sociales),
vulnerabilidad existencial (derecho de subsistencia) y precariedad cultural
(derecho de ciudadanía).
En los países desarrollados
el espacio social se divide en dos mundos contrapuestos: integrado,
privilegiado y seguro uno y marginado e inseguro el otro, agrandándose la
brecha entre ambos a medida que el tiempo avanza.
En el espacio marginado se
encuentran los excluidos por el desarrollo (parados de larga duración,
jubilados anticipados, familias monoparentales,…), los excluidos por la falta
de desarrollo estructural (analfabetos, mundo rural, mujeres,…) y los
inmigrados.
Los excluidos son los
empobrecidos que no están donde deberían estar si hubiera otro tipo de
organización social (en que el 20% de la población acapara el 80% de los
recursos).
Presente está, y en aumento,
la precarización del mercado de trabajo, la expansión de la economía sumergida,
el aumento acelerado de la contratación temporal en los países
industrializados,…factores del empobrecimiento.
La inestabilidad en el
trabajo y las condiciones laborales de la economía sumergida influyen
grandemente en el empobrecimiento.
Las migraciones o emigrantes
económicos, que contribuyen al empobrecimiento urbano y que constituyen ese
“cuarto mundo” en el interior de las ciudades), su bajo nivel de renta, su
delicada salud y su demanda en el sistema sanitario.
Los pobres y las personas
dependientes son “sujetos frágiles” en una sociedad desarrollada como la
nuestra en que prima (al menos teóricamente) la meritocracia y el darwinismo
social y el alargamiento de la vida en años tiene efectos perversos para ellos
cuyos aspectos más significativos son el aislamiento, la soledad y la
marginalidad pues los valores dominantes de la sociedad en que viven les son
ajenos.
Viven más, pero no mejor.
Viven ajenos al clima
cultural por lo que la asfixia va creciendo orillándolos/orillándose viviendo
tangencialmente con la sociedad en que están.
Si la Ética empieza allí
donde las cosas podrían ser de otra manera, el empobrecimiento es un signo de
la calidad moral de nuestro tiempo.
El pobre coexiste con el no
pobre, pero no conviven.
Y sabemos que en una sociedad
rica nadie debería nacer pobre, al poder disfrutar de posibilidades
enriquecedoras pero no es difícil llegar a la pobreza, como si ya se naciera en
un terreno resbaladizo hacia el empobrecimiento.
No descubrimos nada nuevo si
afirmamos que la pobreza tiene una base material, la penuria de recursos.
Pero su naturaleza es moral,
consiste en el reconocimiento de que ciertas situaciones son acreedoras de
acciones preventivas o remediadoras.
Las sociedades vienen
colocando tradicionalmente el umbral de la pobreza en el punto por debajo del
cual está en peligro la subsistencia.
En la rica Unión Europea hay
muchos millones de pobres, aunque no lo creamos.
Leo que en Junio del 2.019 la
tasa de pobreza severa en España es la segunda más alta de Europa. En concreto,
y según los datos de Eurostat, la tasa asciende al 6,9%, dato que sólo
supera Rumanía y que duplica la media europea del 3,5%.
(En EEUU es el 12,7 % = más
de 40 millones y en la
Unión Europea 1 de cada 5 personas ronda la pobreza).
Todos sabemos que para evitar
la atomización económica, por las sucesivas divisiones entre los hijos, el
patrimonio se le asignaba a un solo heredero, quedando los demás hijos en
riesgo de indigencia (los “no millorados”) y condicionados/determinados a
alargar la soltería, a ingresar en el ejército o en la jerarquía eclesiástica.
Instituciones de previsión
social fueron, en el pasado, los gremios y los Colegios Profesionales en el
presente y, sobre todo, la Seguridad Social ,
garantizada por los poderes públicos (hoy mismo, en España, el vicepresidente
segundo del Gobierno y Ministro de Derechos Sociales y Agenda 2.030 ha asegurado que será
de “absoluta prioridad una “prestación pública estatal que garantice el ingreso
mínimo vital para todos los hogares).
El reconocimiento de este
derecho a recibir ayuda gratuita es el mecanismo por el que la penuria adquiere
el carácter de pobreza.
En otros tiempos se recurría
al robo o hurto, generalmente nocturno, no tanto para comerciar (aunque
también) como medio de evitar el hambre suya y de los suyos.
Y no digamos de quienes,
sobre todo mujeres en edad de merecer, vendían su cuerpo por horas, días o por
servicio realizado, pero no por vicio sino por necesidad.
Los menesterosos enfermos,
los tullidos, los ancianos, los niños, las viudas,…merecerán el reconocimiento
de pobreza y, por consiguiente, legitimidad para ser socorridos, como
“verdaderos pobres”, muy distintos a los “pobres fingidos” y de cuyo derecho
quedaban excluidos los individuos válidos para el trabajo, lo que los llevaba a
fingir heridas y enfermedades.
La revolución industrial, con
la explotación, la pobreza aparece como un rasgo de la estructura
económico-social.
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