miércoles, 19 de febrero de 2020

LA POBREZA EN LA SOCIEDAD DE LA ABUNDANCIA ( y 3 )



El empobrecimiento tiene un componente tridimensional: económico, existencial y cultural, como si en él existieran tres principios vitales: exclusión social (y negación de derechos sociales), vulnerabilidad existencial (derecho de subsistencia) y precariedad cultural (derecho de ciudadanía).

En los países desarrollados el espacio social se divide en dos mundos contrapuestos: integrado, privilegiado y seguro uno y marginado e inseguro el otro, agrandándose la brecha entre ambos a medida que el tiempo avanza.

En el espacio marginado se encuentran los excluidos por el desarrollo (parados de larga duración, jubilados anticipados, familias monoparentales,…), los excluidos por la falta de desarrollo estructural (analfabetos, mundo rural, mujeres,…) y los inmigrados.

Los excluidos son los empobrecidos que no están donde deberían estar si hubiera otro tipo de organización social (en que el 20% de la población acapara el 80% de los recursos).

Presente está, y en aumento, la precarización del mercado de trabajo, la expansión de la economía sumergida, el aumento acelerado de la contratación temporal en los países industrializados,…factores del empobrecimiento.
La inestabilidad en el trabajo y las condiciones laborales de la economía sumergida influyen grandemente en el empobrecimiento.

Las migraciones o emigrantes económicos, que contribuyen al empobrecimiento urbano y que constituyen ese “cuarto mundo” en el interior de las ciudades), su bajo nivel de renta, su delicada salud y su demanda en el sistema sanitario.

La Vulnerabilidad Vital.

Los pobres y las personas dependientes son “sujetos frágiles” en una sociedad desarrollada como la nuestra en que prima (al menos teóricamente) la meritocracia y el darwinismo social y el alargamiento de la vida en años tiene efectos perversos para ellos cuyos aspectos más significativos son el aislamiento, la soledad y la marginalidad pues los valores dominantes de la sociedad en que viven les son ajenos.

Viven más, pero no mejor.

Viven ajenos al clima cultural por lo que la asfixia va creciendo orillándolos/orillándose viviendo tangencialmente con la sociedad en que están.

Si la Ética empieza allí donde las cosas podrían ser de otra manera, el empobrecimiento es un signo de la calidad moral de nuestro tiempo.
El pobre coexiste con el no pobre, pero no conviven.

Y sabemos que en una sociedad rica nadie debería nacer pobre, al poder disfrutar de posibilidades enriquecedoras pero no es difícil llegar a la pobreza, como si ya se naciera en un terreno resbaladizo hacia el empobrecimiento.

No descubrimos nada nuevo si afirmamos que la pobreza tiene una base material, la penuria de recursos.
Pero su naturaleza es moral, consiste en el reconocimiento de que ciertas situaciones son acreedoras de acciones preventivas o remediadoras.

Las sociedades vienen colocando tradicionalmente el umbral de la pobreza en el punto por debajo del cual está en peligro la subsistencia.

En la rica Unión Europea hay muchos millones de pobres, aunque no lo creamos.

Leo que en Junio del 2.019 la tasa de pobreza severa en España es la segunda más alta de Europa. En concreto, y según los datos de Eurostat, la tasa asciende al 6,9%, dato que sólo supera Rumanía y que duplica la media europea del 3,5%.

(En EEUU es el 12,7 % = más de 40 millones y en la Unión Europea 1 de cada 5 personas ronda la pobreza).

Todos sabemos que para evitar la atomización económica, por las sucesivas divisiones entre los hijos, el patrimonio se le asignaba a un solo heredero, quedando los demás hijos en riesgo de indigencia (los “no millorados”) y condicionados/determinados a alargar la soltería, a ingresar en el ejército o en la jerarquía eclesiástica.

Instituciones de previsión social fueron, en el pasado, los gremios y los Colegios Profesionales en el presente y, sobre todo, la Seguridad Social, garantizada por los poderes públicos (hoy mismo, en España, el vicepresidente segundo del Gobierno y Ministro de Derechos Sociales  y Agenda 2.030 ha asegurado que será de “absoluta prioridad una “prestación pública estatal que garantice el ingreso mínimo vital para todos los hogares).

El reconocimiento de este derecho a recibir ayuda gratuita es el mecanismo por el que la penuria adquiere el carácter de pobreza.

En otros tiempos se recurría al robo o hurto, generalmente nocturno, no tanto para comerciar (aunque también) como medio de evitar el hambre suya y de los suyos.

Y no digamos de quienes, sobre todo mujeres en edad de merecer, vendían su cuerpo por horas, días o por servicio realizado, pero no por vicio sino por necesidad.

Los menesterosos enfermos, los tullidos, los ancianos, los niños, las viudas,…merecerán el reconocimiento de pobreza y, por consiguiente, legitimidad para ser socorridos, como “verdaderos pobres”, muy distintos a los “pobres fingidos” y de cuyo derecho quedaban excluidos los individuos válidos para el trabajo, lo que los llevaba a fingir heridas y enfermedades.

La revolución industrial, con la explotación, la pobreza aparece como un rasgo de la estructura económico-social.

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