RELIGIÓN Y POSTMODERNIDAD.
El carácter privado de lo
religioso en la cultura actual, unido al antiautoritarismo, al
antiinstitucionalismo y a la mentalidad consumista arroja luz sobre la religión
en los jóvenes.
Los jóvenes aceptan ciertas
verdades religiosas pero pasan olímpicamente de otras, no confían en la Iglesia y menos en los
curas (y más con lo que está cayendo últimamente, que es lo que se sabe, no
todo lo que hay) y no aceptan que quienes son célibes (voluntariamente
prometido) pero no pobres (a pesar de su voto de pobreza) vengan a darles
lecciones de cómo tienen que vivir la sexualidad, precisamente ellos, que no
deberían practicarla.
Practican (si lo hacen) una
religión a la carta en cuyo menú, y a voluntad, ponen nuevos platos o
prescinden de otros, una “religión light” en la que las creencias no se
traducen en acciones, en comportamientos y cuyos ritos (si los hay) son más
sociales que religiosos.
Una religión a la carta en
que no existen los compromisos.
Es el típico “creo en Dios
pero no en los curas” (creo que son sinceros en lo segundo, lo que no sé es qué
entienden y cómo conciben a Dios)
La postmodernidad (creencia
en las potencialidades liberadoras de la técnica y de la democracia
representativa, con esa mentalidad pragmática, con esa visión fragmentaria de
la realidad, con ese antropocentrismo relativizador, con ese atomismo social,
con ese hedonismo, con esa renuncia al compromiso, con ese desenganche
institucional (político, religioso, familiar,…) es el fiel testigo de la crisis
de los valores y de la actitud religiosa.
Es la consecuencia de la
derrota del ideal iluminista y científico-positivista del proyecto moderno.
El saber, el poder, el
trabajo, el ejército, la familia, la
Iglesia , los partidos, los sindicatos,…ya han dejado de
funcionar como principios absolutos e intangibles y, en distintos grados, ya
nadie cree en ellos.
Han entrados en crisis las
“narrativas maestras” que cantaban las esperanzas y la fe en la liberación de
la humanidad.
Crisis, pues, de las
concepciones omniabarcantes y totalizadoras.
Y, frente a ellas,
pluralismo, eclecticismo, relativismo,…
La postmodernidad se
caracteriza por una “producción excesiva de artefactos y una inflación de la
teoría” al tiempo que un rechazo a la reducción instrumental de la razón y el
olvido del poder de la imaginación y de los símbolos.
La postmodernidad es, también
la oposición a un burdo pragmatismo y el despertar de nuevas fórmulas de
espiritualidad que tienen sus orígenes en los movimientos contraculturales de
los años 50 y 60, cuando ellos fueron la “conciencia desmodernizante” como
reacción crítica a las contradicciones de la modernidad: destrucción de la
naturaleza, empobrecimiento del hombre al que se le amputa su libertad, bolsas
de pobreza y delincuencia, crisis de identidad, política de bloques,
colonialismo,…
Frente a ese “desorden
establecido” la contracultura postuló sus “contradefiniciones”: gratificación
inmediata y no diferida, la irracionalidad (formas de conocimiento más allá de
las palabras, del análisis y de la explicación), comunalismo frente a
individualismo competitivo, liberación sexual, cooperación espontánea
(organización social filoanarquizante),…
Esta contracultura fue caldo
de cultivo de un neomisticismo y el descubrimiento de la filosofía y
espiritualidad orientales.
Y si es cierto que la
contracultura acabó manipulada y fagocitada por el propio sistema capitalista
que la engendró como reacción, también lo es que las inquietudes espirituales
han subsistido hasta nuestros días, incluso reverdecen.
Es, la llamada “venganza de
lo reprimido”, un reencantamiento del mundo por la vía de una “trivialización
de lo religioso” que la sitúa en los horóscopos, ufología, búsqueda de
experiencias místicas por los caminos de Oriente.
Un pulular de prácticas
encaminadas a alcanzar el éxtasis y el encuentro con uno mismo.
Son, sobre todo en USA, las
sectas, los movimientos, cultos y terapias que componen la oferta espiritual,
donde se mezcla la magia con la sugestión, con la búsqueda de lo novedoso y
anómalo y, quizá, autenticas inquietudes religiosas, pero fuera de la
tradición.
Y es que el consumo y la
opulencia no son sinónimos de autorrealización auténtica.
Se da, pues, un rechazo de
esa hegemonía de la razón instrumental y de la sociedad organizada y consumista
y que no proporciona una identidad satisfactoria.
Por otro lado, los nuevos
movimientos sociales juveniles (pacifismo, ecologísmo,…) presentan aspectos
filo-religiosos, traspasados de un utopismo para-religioso de armonía y
solidaridad mundial con los hombres y la naturaleza.
En algunos de ellos se
manifiesta una sensibilidad que reivindica planteamientos éticos con
pretensiones de universalidad, que implican una “visión del mundo, de la sociedad y del
hombre que rompen con el presente dominante y la cerrazón ante las preguntas
metafísicas”.
Está siendo la Filosofía de la Ciencia la que está
consiguiendo que la Ciencia Empírica
deje de ser el paradigma de la racionalidad y del conocimiento objetivo.
Lo intra-atómico, por
ejemplo, está más allá del sentido común.
Las partículas atómicas
pueden ser quantos de energías, vibraciones,… constructos teóricos.
Así, el científico, como el
hombre de la calle siguen estando ante el misterio de la realidad, lo que
favorece la apertura de la conciencia hacia otras dimensiones de la realidad y
hacia las cuestiones últimas.
Pero no debemos olvidar que
el sujeto humano, como persona, es un valor supremo y la postmodernidad, como
la estamos viendo, no parece un proyecto viable, al prescindir del sujeto.
El hombre –como nos recordaba
Ortega- se nos muestra como algo inconcluso, por terminar, inacabado, haciéndose,
en su pensamiento y en su acción.
Y, aunque se nos aparezca
todo como algo relativo, hay en el hombre una capacidad de querer, una voluntad
de desarrollo y de realización total, que se concreta en una aspiración radical
y originaria, a ser, a conocer, a amar absolutos que no satisface ninguna de
sus realizaciones particulares.
Hay una inadecuación entre su
“causa eficiente” y su “causa final”
Las clásicas pruebas de la
existencia de Dios de la Teología Natural ,
más que asegurar la existencia de Dios, lo que muestran es la finitud del
hombre.
La respuesta religiosa ha
sido, a lo largo de la historia, la forma más frecuente de intentar satisfacer
esa necesidad de superar y encontrar significado a las experiencias que
amenazan con el caos y el sinsentido: el error, la injusticia, el sufrimiento y
la muerte.
Nos consideramos agentes
imposibles de terminar con esos males con nuestras propias fuerzas.
Eso es por lo que el hombre
es el único animal religioso, porque es el único que experimenta su indigencia
ante los retos de la vida de los hombres.
La postmodernidad muestra una
huida ante las cuestiones últimas pero éstas son insoslayables a la condición
humana.
Si el hombre quiere vivir
humanamente tendrá que enfrentarse a ellas.
¿Se puede tener esperanza sin
fe?
Una Ética Universal tiene que
tener en cuenta a los muertos.
El sentido integral de la
vida humana tiene que incluir el destino de los muertos, lo que implica no
poder concebir la Historia
ateológicamente.
Por eso, para Horckheimer, la
teología es la “esperanza de que lo injusto no sea la última palabra”, “la
expresión de un anhelo, de una nostalgia de que el asesino no pueda triunfar
sobre la víctima”
Y si la “inmortalidad es
indemostrable, la muerte es necesaria e incomprensible”
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