Primero fue la palabra y mucho, muchísimo, después la escritura.
Un pueblo sin escritura, aunque sea muy religioso, no puede
tener libros revelados porque, entre otras cosas, no puede tener libros.
Sin embargo, es raro que un pueblo con escritura no tenga
libros revelados.
En el primer caso sólo puede haber transmisión oral, de
generación a generación, con la deformación de contenido que ello supone
¿Recuerdan el gag del cuartel en el que el General ordena
que la tropa salga al patio porque va a ocurrir un eclipse de sol y cómo la
orden, según va pasando por el coronel, el comandante…(por toda la cadena de
mando) hasta llegar al soldado la orden última nada tiene que ver con la orden
original?.
Por lo general, los libros revelados están vinculados a los
iniciadores de las religiones y/o a sus discípulos inmediatos.
El Avesta y Zoroastro.
El Tao (“libro del camino”) y Lao-tsé.
El Corán y Mahoma.
El Pentateuco y Moisés.
Sin embargo, Buda y Jesús de Nazaret no escribieron línea alguna
y sus enseñanzas nos son conocidas por escritos de sus discípulos inmediatos
que, muchas veces, no coinciden.
La fijación definitiva del conjunto de libros como
sagrados/revelados, lo que se denomina “el canon” o “canónicos”, sólo suele
conseguirse tras duras luchas ideológicas.
Por ejemplo, en el Cristianismo.
¿Cuántos Evangelios se escribieron? ¿Por qué se consideran
canónicos sólo los cuatro, por todos conocidos, de Mateo, Marcos, Lucas y Juan?
¿Por qué a los demás (casi 100) no se los reconoce como
canónicos y se los denomina “apócrifos”?.
He escrito bastante sobre ello y me produce no sé si pena o
si risa los distintos argumentos, cada cual más estrambótico, de la tradición
para dictaminar que son cuatro, y esos cuatro.
Fue en el tercer
Concilio de Cartago, en el año 397, cuando se declaró, solemnemente, cuáles
eran, entre un centenar de evangelios y miles de epístolas, los “inspirados”. En total 27 textos (los 4 evangelios canónicos, más los
Hechos de los Apóstoles, más el Apocalipsis, más 21 Cartas o Epístolas (14 de
San Pablo, 3 de San Juan, 2 de San Pedro, 1 de Judas y 1 de San Yago (Santiago
o Jacobo), que forman el Nuevo Testamento, que, sumados a los 46 del Antiguo
Testamento, forman La Biblia.
Hoy nadie pone en duda que el evangelio
de Marco es el más antiguo, y no el de Mateo (como siempre dijo la Iglesia y
que, además, estaba escrito en arameo. Así estaría más cercano a la existencia
de Jesús. Y no es verdad).
De hecho el
Evangelio de Mateo (que es el más largo) copia el 90 % del de Marco (que es el
más corto). Lucas sólo copia de Marco el 57 %. Luego, ambos, añaden más
información, tomada de la llamada fuentes Q, M y L.
A estos tres Evangelios se les denomina
“sinópticos”, “con la misma visión”.
El de Juan, el 4º
Evangelio, es totalmente distinto, influencia gnóstica.
Todos los demás textos son considerados
“apócrifos”.
¿Qué por qué son sólo CUATRO los
canónicos?
Los argumentos son…. (vamos a llamarlos
curiosos, pero no son serios).
Por ejemplo, San Ireneo de Lyon (130-202)
dice que “los Evangelios no pueden ser ni más ni menos de los que son porque:
1) Hay Cuatro zonas del mundo en que vivimos. 2) Cuatro caras tienen los
querubines, 3) Cuadriforme es la forma de las criaturas vivas. 4) Cuatro eran
las Alianzas: a) El arco iris (con Noé, cuando el diluvio), b) La circuncisión
(con Abrahán), c) La Ley (con Moisés, en el Monte Sinaí), y d) El Evangelio
(cuando Jesús).
Para San Cipriano porque “Cuatro eran
los ríos que regaban el Paraíso).
Para San Jerónimo porque: “los animales
tienen cuatro patas y, además, cuatro son los aros de las varas con que se
cargaba el Arca de la Alianza.
Para otros “porque Lázaro estuvo sólo
Cuatro días muerto).
(En otro artículo expongo otras razones
“peregrinas” de por qué sólo son cuatro y nada más que cuatro).
Pero “todos” están escritos en griego
(idioma indoeuropeo) y no en arameo (idioma semítico), en el que, se supone,
hablaba Jesús.
Es verdad que se conservan unas cuantas
palabras en arameo, pero nada más, “Eloi, Eloi. Lamma Sabactani”.
Además, ninguna copia de los textos del
Nuevo Testamento, es anterior al año 200.
El canon coránico fue fijado por el tercer Califa, Otmán.
El canon bíblico fue fijado a finales del siglo IV, por el
Papa Dámaso.
De los textos búdicos hay varios repertorios, que
corresponden a tradiciones diferentes.
En entradas anteriores ya he expuesto las cuatro
tradiciones, tan distintas, del Pentateuco, que se juntan en un mismo texto y
por qué, al final, se impone una de ellas sobre las otras tres,
En algunas religiones la idea de “textos sagrados” se ha
fusionado con la de “oráculo” (como el de Delfos), “revelación”, “palabra de
Dios”,… en la creencia de una inspiración divina.
¿De verdad que el único y verdadero autor de la Biblia es el
Espíritu Santo, que se habría servido de redactores humanos, como meros
escribientes instrumentales de lo que Él les dictaba?
La inspiración divina llega a su cénit en El Corán con Alá y
Mahoma que sólo sería el que lo escribió, mecánicamente, en árabe.
En mis críticas a El Corán un lector me reprochaba que, si
yo no sabía árabe, no estaba capacitado para criticarlo, porque El Corán es
intraducible a otra lengua.
La Torá, la Biblia, el Corán son algo más escritos
venerables, son “palabra del Dios único, Yahvé o Dios o Alá”.
Cuando el texto sagrado se admite como revelado por Dios y
no como obra humana se convierte en creencia religiosa e infunde en el creyente
un sentimiento de respeto, de miedo, de dependencia respecto a un poder
superior.
La vida queda totalmente mediatizada por la creencia, sea la
idea de “creación”, de “origen y destino del alma”, de su “inmortalidad”, de la
“reencarnación”, de la “transmigración”, de “eternidad”, de “resurrección”, de
“juicio final”, “enfermedad como consecuencia del pecado” (“¿Quién pecó, éste o
su padre?”, “Dios lo ha castigado por….” y todas sus consecuencias vitales.
“Mitos, ritos y creencias”, los libros sagrados, son
interiorizados y vividos.
El creyente toma como “verdades” sus “creencias”, aunque
éstas se opongan a las “verdades científicas”
Una “verdadera creencia”, intensamente vivida, es distinta a
una “creencia verdadera” (verdad de lo creído).
Una cosa es “creer” y otra cosa es “que sea verdad lo
creído”.
La vivencia de creer no implica, nunca, la verdad de la
creencia.
Y esto, esta dicotomía, es la que no existe para el creyente
convencido y acérrimo.
Hay “creencias humanas” (yo, por ejemplo, creo que existe
Alaska y Nueva Zelanda y no lo he comprobado (los mapas podían ser falsos) pero
sé que existen medios, a mi alcance, para verificarlo y/o falsarlo.
Las creencias religiosas son otra cosa.
No hay manera de verificar ni de falsar lo creído, lo que
implica que “eso no es científico”, que no entra en el campo de la ciencia, no
que sean falsos, sólo se puede afirmar que no son científicos los contenidos de
la creencia.
Lo absurdo es creer que sea verdadero algo contradictorio
(que el triángulo tenga cuatro ángulos).
¿Entre la Teoría científica del Big Bang y la creencia en la
creación?, ¿Entre la muerte y la inmortalidad?
La creencia religiosa nunca puede ofrecer objetividad,
aunque sí tranquilidad psicológica.
“Creer en algo es exponerte a que aquello en lo que crees no
exista” – decía el canónigo malagueño D. José María González Ruiz.
Creemos porque, junto a la comida que la madre nos da para
comer y llenar nuestro estómago, ella, la familia, la cultura, el cura,…nos han
ido alimentando y llenando la conciencia de creencias.
Pero no es igual. Hemos comido, comemos y comeremos, porque
en ello nos va la vida, pero se puede no creer, creer menos, creer en otras
cosas,… y no por eso ser peor persona.
Estoy refiriéndome a las “creencias religiosas”, las no
científicas, ni verificables ni falsables, no estoy refiriéndome a las
“creencias humanas”, tipo Ortega.
Yo creo que mañana me tocará el despertador a la hora que lo
he programado, creo que, si bajo de la acera y echo el pie a tierra, la calle
no va a hundirse, creo que hoy es viernes por lo que mañana será sábado, creo
que mañana saldrá el sol al amanecer y se pondrá al atardecer, creo que mis
hijas y mis nietos me aman,….
Pero éstas son “creencias humanas”, verificables o
falsables, no creencias religiosas.
Hemos creído porque todos a nuestro alrededor han creído, y
hemos creído lo mismo porque, ante la ausencia de libertad religiosa, no era
conveniente desmarcarse del todo social por las posibles consecuencias
adversas, no sólo sociales, también hasta civiles.
Hoy, “gracias a Dios”, ya no son así las cosas.
Y que a nadie se le pase por la mente ponerme como ejemplo
de creencia la asistencia a la Semana Santa malagueña.
Es como si el cura hiciese estadísticas de creyentes
contando a las personas que visitan las iglesias, las catedrales,…
¡Que lean el soneto de ALBERTI¡
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