Es verdad que uno puede dirigirse a su dios en cualquier
momento del día y en cualquier lugar de la tierra.
Y dios, todos los dioses, están, igualmente, dispuestos a
escuchar a quienes se dirigen a ellos para pedirles “cosas” o para darles
gracias por favores recibidos.
Ya dijo Jesús de Nazaret que llegaría el día en que no
hiciera falta ir al templo a rezar, porque debe hacerse en/con el corazón.
Sien embargo todas las religiones, a lo largo de la historia
han señalado ciertas fechas y ciertos lugares como los ideales, incluso
obligatorios, para hacerlo.
Si en entradas anteriores hemos expuesto que “mito y rito”
(creer y obrar) han formado una indisociable unidad estructural mínima de que
están dotadas todas las religiones, ahora hacemos lo mismo con las fiestas o tiempos sagrados y los templos
como lugares sagrados (cuándo y dónde) también en indisociable unidad.
La religión, antes de ser una actitud interior del espíritu
o del alma, fue una práctica exterior del cuerpo.
El rito tiene un tiempo oportuno, que es la fiesta, que es
“tiempo sagrado”, distinto y opuesto a “tiempo profano”.
Aquel, todo él, dedicado sólo a dios, éste dedicado a todas
las actividades vitales, sobre todo el trabajo, para poder comer uno y los
suyos.
Recuerdo, incluso, cuando te multaba la autoridad civil si
te pillaban trabajando un día de “fiesta de guardar”.
En mi pueblo, un adelantado respecto a los de alrededor, en
pleno verano, se trabajaba en las labores del campo hasta las 12 horas de la
mañana, en que había que ir a misa.
La gente, incluso, pasaba lista de quiénes no asistían a
misa, considerándolos ateos o comunitas (que, en mi pueblo, era casi lo mismo)
La cultura religiosa nos enseña que el día de la fiesta para
el Judaísmo era el “sábado” (en el que ni sacar un burro si se cae al pozo
puede hacerse, por el esfuerzo o trabajo que ello supone. Ni coger espigas en
domingo (que le echaban en cara a Jesús porque sus discípulos así lo hacían).
Incluso en máximo número de pasos que podía darse “el sábado”.
En el cristianismo todos sabemos que ha sido y es el
“domingo” (de “dominus”, “Señor”), “el día del Señor”, más algunas fiestas
(Navidad, Semana Santa, “hay tres Jueves en el año, que relucen más que el
sol,….”, más días dedicados a la Virgen.
Mientras, en el Islamismo, es el “viernes”.
En nuestra cultura cristiana, además, períodos más largos,
de varios días, incluso semanas, incluso años (“años jubilares”) o, en el
Islamismo, el mes de Ramadán.
Y estos días de fiesta, dedicados a dios, son, al mismo
tiempo, días lúdicos, ya no sólo de ocio o no trabajo, también de juegos y
danzas, de música y bailes, incluso de no respetar las jerarquías sociales
(“todos somos iguales a los ojos de Dios, por ser todos hijos de Dios”).
El tiempo festivo resulta/puede resultar subversivo y
orgiástico, como las saturnales romanas, a finales de Diciembre (que, como
todos sabemos, fue aprovechadas por el Cristianismo para, quedando el tiempo,
cambiar el concepto y, en vez de Saturno, colocar la Navidad o Natividad,
cuando (también sabemos) es imposible mantener estas fechas cuando naciera
Jesús de Nazaret)
O la Fiesta de los Locos, en la Edad Media, y tan bien
representadas en el cuadro de El Bosco, y que no eran sino el recordatorio de
las Saturnales Romanas y denominada de “los locos” por las exageraciones a las
que llegaron las parodias y burlas de lo religioso y que, pese a ser prohibidas
en el siglo VIII, persistieron hasta el XVI, en que fueron anatomizadas.
Era una especie de liturgia al revés y tenía lugar en el
interior del templo, en el que se celebraban misas burlescas y se elegían
personajes-caricaturas, como papas, obispos,…pero inaccesible a toda
posibilidad de represión.
Todos somos testigos y participantes de los excesos de comida,
bebida y cánticos de villancicos en Navidades.
Y qué decir de la magnificencia, exageración, majestuosidad
de la Semana Santa malagueña.
Pero en la fiesta debe estar alegre no sólo el alma, también
el cuerpo.
No sólo rezar, también comer, beber, cantar, bailar,…
Analicemos qué es el carnaval y días anteriores al Miércoles
de Ceniza y comienzo de la Cuaresma, en la que “carnes tollendas”: “la carne
debe ser suprimida, eliminada, apartada de la dieta alimentaria.
Desde el Neolítico y la domesticación de animales el hombre
ya no tenía que cazar (Paleolítico) para poder comer.
Ahora tenía la carne a su disposición, en el corral, en el
cercado, en la cochinera, en el gallinero,…que sería algo rutinario en su
dieta, así como los productos de la agricultura.
¿Pescado? Sólo los pescadores y pueblos costeros, no tanto
para mercadeo como para autoalimentación familiar.
Pero con el Miércoles de Ceniza y la cruz con que el cura te
signa en la frente, recordándote que “polvo eres y en polvo te convertirás”,
llegan los 40 días de la Cuaresma en la que se pide/se exige/se obliga al
sacrificio, a la abstinencia de comer carne y caldo de carne, así como de
actividad sexual, de ayuno, de limosna, de confesión y comunión por Pascua
Florida o Pascua de Resurrección.
Y todo ello como preparación a la Semana Santa, en la que se
conmemora el Prendimiento, la Pasión, Muerte y Resurrección.
La Semana Santa comienza con la Vida de Jesús entrando a
lomos de un burro en Jerusalén, el Domingo de Ramos y termina el Domingo de
Resurrección, de nuevo la vida, y entre vida y vida un paréntesis de dolor y
tristeza, porque para resucitar hay que morir, pero no es la muerte el motivo
principal de la Semana Santa.
Corre una teoría que afirma que contra el “gremio de los
carniceros” se levantó el gremio de los pescadores”, al que apoyaría la Iglesia
para “promocionar y asentar la cuaresma”.
El grito de guerra alimentaria era el antedicho “carnes
tollendas”.
Pero previo a la Cuaresma, y sus sacrificios, está el
Carnaval, período en el que, tras la máscara y el disfraz, la prostituta se
presenta como monja virgen, el menesteroso como un ricachón, el pecador como
obispo,…y el cuerpo se da al exceso, la inhibición se adormece, la represión de
la conciencia desaparece, la lengua se desata, el atrevimiento triunfa,…
Y, después de esta licencia, la confesión general de todos
los pecados y preparados para las penurias cuaresmales.
Es como decirle al hombre: “aprovecha estos días, disfruta a
tope, “come, folla y bebe”, porque desde el Miércoles de Ceniza… “carnes
tollendas”.
Y no sólo la “carne alimentaria”, también la “carne como
sexo”.
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