HACE UNOS DÍAS colgué en Facebook una reflexión:
.-Invéntate dioses.
.-Invéntate la eternidad.
.-Apuéstalo todo a ellos.
.-Sacrifícales tu presente y
HABRÁS PERDIDO LA VIDA.
.-Tú eres, para ti, el único dios a
quien sacrificarlo todo.
.-Los que te rodean, los tuyos, son
sagrados.
.-Todos los demás hombres son personas
como tú, por lo tanto, dignos de respeto.
Mi íntimo amigo, Andrés, con quien coincido en mucho, aunque
discrepemos en algo, hizo un comentario a mi reflexión.
“Tomás: o te explicas mejor o esta teoría del egocentrismo, que acabas de lanzar, no encaja en la idea que yo tengo de ti. No me gusta lo que se infiere de ella. Muchas ideologías de ultraderecha vienen a decir más o menos lo mismo.
Contesté a su comentario:
Amigo Andrés:
No es que nosotros la
dispongamos, es la vida misma (en lo biológico, en lo afectivo, en lo psicológico)
la que nos viene dispuesta en círculos concéntricos, más cercanos o más
alejados del centro que es cada uno.
El punto más céntrico
de mi vida soy yo y los círculos (no digo circunferencias) más cercanos a mí
son los míos, mi familia (empezando por mi esposa, mis hijas, mis nietos,
hermanos….). Ellos constituyen el “círculo sagrado”.
A partir de ahí,
todos los demás círculos concéntricos, a medida que van alejándose, van
perdiendo intensidad de todo tipo, sobre todo afectivo y psicológico, no digo
nada de biológico.
Lo sagrado, para mí,
son esos círculos cercanos, de intensa influencia de todo tipo. Por ellos, en
vida, yo les doy un riñón, un ojo, un pulmón,… lo que haga falta para seguir
siendo los dos. (Incluso no me importaría darles mi vida, si fuera
absolutamente necesario, pero sólo por ellos).
Por los círculos más
alejados de mí, por un señor de Karachi o por una mujer hawaiana, yo no me
desprendo de uno de mis órganos (aunque respetaría al que así lo hiciera).
Pero desde el mismo
momento en que la muerte esté llamando a mi puerta he decidido, por escrito,
perder todos mis derechos sobre mi cuerpo (porque ya no seré yo), por lo que
cualquier persona, empezando por el Sr., de Karachi y la mujer hawaiana, pueden
reclamar mis órganos, todos.
Por mi círculo
sagrado yo me sacrifico porque es, para mí, un sacrificio gratificante.
Y me quedaré noches
enteras, de manera gratuita, con mi Santi o con mi Alberto, explicándoles la
duda metódica cartesiana, algo que podría hacer, pero cobrando, por el Sr. de
Karachi o por la Sra., hawaiana.
Mientras el círculo
sagrado es “adorable” (digno de adoración), el círculo de los alejados es
“respetable” (digno de respeto).
Considero el
“respeto” como la consideración de los demás igual de personas que yo, con los
mismos Derechos y Deberes que yo, con sus círculos sagrados correspondientes.
Dialogar con ellos
siempre es conveniente, a veces hasta necesario. La riqueza mutua es posible y
no hay posibilidad de pérdidas.
Todos, pues, somos
“egocéntricos” (no digo “egoístas”, estos son “irrespetuosos”) pero el afecto
ante los alejados y/o desconocidos pierde, con la distancia, o anula la
afectividad.
Los respeto, eso es
todo. Y respeto sus círculos sagrados, porque los comprendo, a ellos y a sus
círculos.
E igual que yo no
entro en sus círculos de influencia, ellos no entran en el mío, a no ser de
manera negativa (no positiva), no poniendo trabas a su vida, pero no para
donarles, en vida, mi riñón.
Si alguien, por
motivos religiosos y/o humanitarios, considera “sagrados” “todos sus círculos
concéntricos” mi respeto absoluto, pero ese no es mi caso.
Este fue mi comentario a su respuesta.
Su respuesta no se hizo esperar:
“Agradecido por la dilatada explicación. Con ella recupero la idea que tenía de ti. Un abrazo”.
Mi respuesta tampoco se hizo esperar:
“Dos abrazos, amigo”.
BENDITOS DIÁLOGOS
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