Ser “partidario de” es, siempre, algo temporal y no tiene
por qué ser definitivo, pero ser “partidista”…. Como si tomar partido por algo
o por alguien fuese afirmar no dejar, nunca, ese partido.
Solemos ser muy exclusivistas. ¿Sí o No?, ¿De acuerdo o en
desacuerdo?, ¿conmigo o contra mí?
¿Es que no puedo estar sin ti sin tener que estar con el
otro y estar conmigo mismo?
Es algo muy generalizado ser sectario y todos sabemos del
fanatismo que acompaña al sectario, que sólo tiene ojos para lo bueno propio
mientras que todo lo que hay ahí fuera, más allá de su reducido círculo, es
malo, peligroso, condenable, detestable,…..
Es como defender la seguridad y libertad que el pajarillo
tiene en su jaula y el peligro de gatos y cazadores por doquier fuera de ella.
Para el sectario, pues, si hay que luchar contra el mal que
hay ahí fuera no es tanto por el bien propio que pueda conseguir para su secta
como el bien del que sus adversarios pudieran beneficiarse.
Puede más el “contra ti” que el “para mí”, aunque uno lleve
al otro.
Es el dicho del encabezamiento de esta reflexión: “al
enemigo, ni agua”.
El sectario, pues, más que ser “seguidor de algo” (que
también, y mucho) es un impenitente perseguidor de lo ajeno.
Es, levantarse por la mañana y ver o preguntar qué ha dicho
o hecho el adversario para decir o hacer, sin pensárselo siquiera, lo
contrario. Ese y no otro es su “santo y seña”.
No es tanto defender la verdad propia como proclamar a los
cuatro vientos la falsedad ajena.
Igual que el sectario religioso no es autónomo ni piensa por
sí mismo (ya están, para pensar, sus sumos sacerdotes que piensan por él,
ahorrándole el fastidioso esfuerzo de tener que reflexionar) igualmente le
ocurre al sectario político.
Hay que defender, a capa y espada, lo que el jefe o el
comité diga, sea lo que sea (aunque sean los múltiples, variados e intragables
recortes a todos los sectores de la población, aunque sea a los jubilados, a
los dependientes, a los parados….).
Y usarán el tramposo lenguaje de “no son recortes sino
optimización de recursos” (locución verbal multiusos que llega hasta el
absurdo).
Dime qué prensa lees, que emisoras escuchas, qué cadenas de
TV ves y quedarás clasificado. Eres de los míos y, por lo tanto, congenias
conmigo y con mi secta o eres adversario, incluso enemigo.
Ya se cree saber todo lo que es necesario saber del otro,
por lo que habrá que invitarlo a comer” o “negarle hasta el agua”.
Si se es enemigo, se es en todo. Hasta ser del Betis o del
Sevilla, del Madrid o del Barça, ya te clasifica.
Si se es capaz de mostrar/demostrar la bajeza de las
opciones del otro, está defendiéndose la altura de miras de las propias.
El sectario es un simple y cómodo exclusivista. Así funciona
la disyuntiva exclusiva de la Lógica Matemática: “o tú y lo tuyo o yo y lo
mío”, y no hay término medio. O verdadero al 100% o falso al 100%, o
tautologías o contradicciones, no se admiten probabilidades, ni siquiera
posibilidades.
O TODO o NADA, no ha lugar para el ALGO. Y, además, para
siempre.
Y si te vienes a mí y a lo mío serás sospechoso o
advenedizo, meritorio, postulante. Y si persistes en el error seguirás siendo
el enemigo de siempre.
El prejuicio está incrustado como una lentilla y lo que se
ve es lo único que puede verse, que es lo que hay.
El sectario es un guerrero armado que, incluso se encuentra
nervioso, mal, cuando en frente no hay enemigo contra el que lancear.
Una mayoría política en las Cámaras da la seguridad de
gobernar tranquilamente pero, al mismo tiempo, taponar las posibles vías, tanto
de fuga de errores como de entrada de aciertos.
Nada bueno y verdadero, nada aprovechable puede provenir de
quienes son, por definición y por contraste, malignos y falsarios, por lo
tanto, poco de fiar y/o con intenciones aviesas.
¿Cómo va a ser igual nadar en aguas tranquilas y
cristalinas, las propias, que chapotear en el fango, del otro?
Un sectario, a lo más que llega es a reconocer algún pequeño
fallo, defecto o desperfecto propio (casi siempre a toro pasado) si puede hacer
ver que la casa del enemigo está declarada en ruinas y en peligro inminente y
manifiesto de desplomarse.
Lo realmente importante no es “estar en la verdad”, sino
“ser de los nuestros” porque, si lo somos y lo son “tenemos que estar en la
verdad”.
Hacer todo lo posible e imposible para llegar al poder
(hasta proclamar, a viva voz, la necesidad de “la bajada de impuestos”) para,
una vez arriba, hacer lo contrario y, al mismo tiempo, querer hacer ver que es
necesario hacer lo contrario de lo que se decía era necesario hacer cuando se
estaba en la oposición y, a partir de aquí, ir poniendo las bases para mantenerse en él.
SUBIR – LLEGAR – ASENTARSE – NO QUERER BAJAR YA.
El sectario, para serlo, necesita tener sectarios en frente.
Unos actúan a la ofensiva, los otros a la defensiva.
El razonamiento es facilón y simplista: “aquí, en la verdad,
sólo cabe uno, es así que ya estoy yo, luego tú no puedes ni entrar, ni estar”.
El simplismo de pregonar la pureza de la bondad y de la
maldad al 100%, siendo imposible la proporción y la tensión del más y el menos.
Es proclamar la simple ficción y negar la compleja realidad.
Nadie está sano al 100% ni enfermo al 100% (esto es la
muerte, el 100% del mal, pero el muerto ya no está).
Cuando se le da el voto a un partido se renuncia a administrarlo.
Se considera una deslealtad la crítica interna, porque ello
sería darle aliento al contrario.
¿No condenar, por ejemplo, el régimen talibán o el
terrorismo de ETA, porque los condena el otro?
Todos los partidos, al día siguiente de una elecciones,
practican el “uso partidista” de cualquier hecho o acción, unos para mantenerse
arriba, otros para meter palos en las ruedas y poder subirse al carro del
poder, desbancando a quien, en ese momento, lo ocupa.
Todo régimen democrático es, por esencia, electoralista.
Una de las maneras de disfrutar de lo propio es cebarse y
herir (si puede ser “de muerte”) al enemigo.
Todo partido político es, por definición “sádico”.
El del equipo contrario no ha ido al balón, sino a la pierna
del jugador de mi equipo.
El sectario ve penaltis en el área contraria, jugadas de
tarjeta roja para el equipo rival, como fueras de juego en cada ataque y demás
infracciones futbolísticas.
Da igual lo que miren, ellos ven lo que ven, que es lo que
quieren ver.
Pero no sólo “ni agua”, también hay que negarles “el pan y
la sal”.
Con ese esquema mental de interpretación, incrustado en sus
neuronas ¿qué puede esperarse de la política y, sobre todo, de los políticos?
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