Me encanta mirar a las mujeres jóvenes, de cuerpo escultural. Mirarlas y ver cómo se cimbrean, como desafiantes, en el paisaje urbano o playero, es para admitir que Dios es inteligente.
Pero a quienes admiro son a esas mujeres (jóvenes, maduras o mayores), sin cuerpos esculturales, que ya no se cimbrean, al andar, pero que manifiestan un alma bella. Es cuando admito que Dios es Bueno.
Será defecto profesional pero quienes me admiran, de verdad, porque son ellas las admirables, las merecedoras de admiración, son esas jóvenes, o no tan jóvenes, de cuerpo no de sobresaliente, pero de alma de matrícula de honor que, tras noches y noches, y días y días en su habitación, en las bibliotecas, en los laboratorios, en los departamentos, con las únicas armas de los codos y más codos, y constancia y más constancia, han entrado en el desafío intelectual y humano, retando a los varones en su campo de toda la vida y, en buena lid, los han ganado, sacando la plaza de… (lo que sea).
Las que, a base de gimnasio, alardean de un cuerpo esbelto, (porque lo tienen), bien proporcionado, “yogurinas”, son maravillosas de ver, alegran la vista, pero no son admirables, para sintonizar, permanentemente, con ellas. Son el zapeo pasajero grato, no la asentada reposada gratificante.
No es que sea incompatible ser matrícula de honor en cuerpo, en alma y en espíritu, pero lo cierto es que, como el tiempo es limitado, y el día sólo tiene 24 horas, hay que decidirse por una opción.
Entregarse, intensamente, o a uno o a otro.
No es como mi gimnasia, casi diaria, de mantenimiento, sin grandes esfuerzos, ni la gimnasia de alta competición, con muchísimo esfuerzo. Es la gimnasia como método para modelar el cuerpo y poder ser deseada, hasta con la vista, por todos, y poder ser seleccionada, entre todas las demás, por el varón intencional y previamente elegido y deseado por ella.
Volvemos a la antigüedad, la mujer como causa final de un proceso, que actúa atrayendo, y el varón como causa eficiente que actúa “actuando”.
No sólo no tengo nada contra los cuerpos de contornos ideales, los disfruto con la vista, al contemplar la belleza de la naturaleza. Si, además, recurre a los afeites, esto ya no me afecta.
Los tapajuntas son tapajuntas y disimularlos no es eliminarlos.
Lo realmente maravilloso es asistir al crecimiento personal y humano.
Hay que ser visitante discontinuo de gimnasios, para mantenerse, pero hay que vivir entre libros, “domiciliarse en bibliotecas y laboratorios” y en compañía de amigos en sintonía, para crecer, para ser admirable, merecedora de admiración.
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