Era el 11 S y asistí en directo (por televisión) la destrucción de la segunda torre gemela. Mi hija Cristina, en un receso de su estudio, encendió la tele y gritó para que acudiera rápidamente. Me asusté y corrí. Me aseguró que lo que estaba saliendo por la televisión no era un reportaje sino que era en directo.
Fue en ese momento cuando vimos el avión impactando sobre la 2ª torre.
El 11 M fue mucho peor. Mi hija Estela, a diario, toma el metro, para ir a su trabajo, en la estación Puerta de Arganda. Por allí pasa la línea de cercanías, procedente de Guadalajara y Alcalá de Henares.
¡Cuántas veces habré subido a ese tren hasta Atocha, pasando por Santa Eugenia, el Pozo,…¡.
Estaba en clase cuando el bedel irrumpió en el aula, tenía una llamada telefónica urgente. No corrí, volé. Era mi hija Estela, que estaba en su puesto de trabajo. No iba en ese tren. Tranquilidad.
Quiero reflexionar sobre el terrorismo. Terrorismo, en este caso, islamista. Ha resultado fallida el acta de defunción de las religiones.
Se calcula que, hoy, existen más de 40.000 movimientos religiosos en el mundo.
El agnosticismo y el ateísmo son fenómenos, casi, exclusivamente europeos.
La sentencia de Nietzsche, en el XIX, de “Dios ha muerto, o, mejor, lo hemos matado” parece ser cada vez más cierto en Europa, con la avalancha de descreimiento y ateísmo práctico. Sin cuestionarse la existencia de Dios, vivir como si no existiera, al margen de Él, vida con orientación única terrena.
Europa, tántos años enzarzada en guerras de religión, superó esa etapa, y otras civilizaciones las están actualizando, mucho más encarnizadamente, con medios tecnológicos avanzados, matando a distancia, sin ver ni oír el sufrimiento cara a cara y cuerpo a cuerpo.
El gran problema, para Europa, es que sin querer intervenir en dichas guerras religiosas, desde fuera se las están trasplantando, en su mismo corazón, en las urbes más pobladas (Nueva York, Madrid, Londres,…).
Hablamos de la yihad o guerra santa.
Los fundamentalistas islámicos, los islamistas, justifican la guerra santa para liberar, desde dentro, a sus estados, de fe islámica, de la intromisión de infieles en sus asuntos internos y defender, así, a su patria.
Para los islamistas el hombre es, fundamentalmente, un “animal religioso” y no un “animal político o ciudadano aristotélico”.
La sociedad de los hombres debe estar subordinada a Dios. El poder político debe estar subordinado al poder religioso, o, mejor, la religión debe convertirse en poder político. No ha lugar a la distinción y separación religión-estado.
La ley religiosa debe substituir a la ley civil.
Su origen no está tan lejano en el tiempo.
Cuando uno de los dos bloques, la U.R.S.S., invadió Afganistán, en ese mismo momento el otro bloque, encabezado por E.E.U.U., comenzó a darles dinero, en forma de armamentos, para que la guerrilla islámica se enfrentara al invasor.
Parte de esa mismo guerrilla es la que, ahora, está dispuesta a declarar la guerra santa a Occidente.
“Europa es tierra de misión” – suelen proclamar los imanes. Y desde la facilidad que les supone nuestras democracias, a lo que se une la natalidad y el mantenimiento de su cultura y sus valores, están cambiando y transformando a la antigua Europa, exclusivamente cristiana o laica.
La religión convertida en peligro presente, en vez de ser esperanza de vida futura. Los recelos mutuos afloran.
Pero no todas las religiones son belicosas, aunque, alguna vez lo hayan sido a lo largo de su historia, ni todos los musulmanes son fanáticos religiosos.
La amenaza no proviene, pues, tanto de la religión en sí, como de su alianza con el poder o como el único poder real.
El despertar del fanatismo religioso musulmán tiene muchas causas: desde la pobreza, al sentimiento de humillación durante tantos siglos; desde el malestar social, al sentirse discriminados, al miedo de quedar contaminado por el modo lúdico y terrestre de vivir occidental, bastante ajeno a los valores religiosos; desde la decepción tanto del sistema marxista como la del sistema de mercado; desde la defensa de su identidad cultural, hasta el rechazo del individualismo feroz del mundo occidental; desde la lucha interna entre familias religiosas y sectas, como de la apropiación de los recursos del subsuelo por el capital extranjero.
Son múltiples y variadas las causas que han concurrido a la aparición y desarrollo del terrorismo.
Europa, que pasó por todo eso predicando, religiosamente, las cruzadas (sus guerras santas contra el infiel, ocupante de los santos lugares) y mantuvo la doctrina de la doble espada, con la superioridad de la iglesia sobre la sociedad y la política, siendo necesario el “visto bueno” papal para ser coronado rey o emperador, ya que el poder, siempre, procede Dios y la religión tiene que sancionarlo, superó la situación con el Renacimiento, creció y maduró con la Ilustración, se proclamó mayor de edad, sin necesidad de tutores, y menos, aún, tutores religiosos, bajo la única guía de la Razón, proclamó no sólo la libertad de conciencia, sino todo un régimen de libertades.
¡Liberté, aequalité, fraternité”, o sea, “libertad para todos los hombres, igualdad de todos los hombres, justicia universal”.
Europa, arrepentida de su pasado, pero asumido, se ha convertido en creadora y defensora de los Derechos Humanos, universales, para todos los hombres, sin discriminación de raza, sexo, religión, cultura,…; creadora de la democracia como forma de gobernarse, siendo el mejor sistema (o, al menos, el menos malo) para asegurar la justicia; creadora y puesta en práctica de la separación de poderes; tolerante; respetuosa,…
Se han roto las fronteras, la globalización habita entre nosotros, pero lo triste es que lo que se ha globalizado ha sido la pobreza y la explotación a través del truco del mercado libre, que se ha convertido en mercado de esclavitud y dependencia, cuando lo que debería haberse globalizado debería haber sido, y ser, la educación y erradicación del analfabetismo, la sanidad y la erradicación de enfermedades, la alimentación y erradicación del hambre, la igualdad de todos los hombres, varones y mujeres, la justicia,… en una palabra, la puesta en práctica de los Derechos Humanos, como ideales y metas a conseguir, como horizonte al que tender.
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