Los niños porque son niños, los jóvenes porque tienen que estudiar y prepararse para trabajar, los adultos porque ocupan todo su tiempo trabajando… ¿Quiénes reunen las condiciones ideales para filosofar?. Sin duda, nosotros, los mayores.
Desde los griegos se afirmaba que la PRIMERA CONDICIÓN para filosofar era la “admiración”, la “extrañeza”, el “asombro”.
Los niños nacen en la era digital, los jóvenes ya pertenecen a la era digital, en la que se desenvuelven como peces en el agua, los adultos usan, en su trabajo, todas estas nuevas tecnologías, que se hacen viejas y anticuadas apenas se las domina.
A nosotros, los mayores, “nos admira”, “nos extraña”, “nos asombra” toda esta tecnología, tan avanzada, acostumbrados, como estábamos, apenas ayer, a hacer trabajos y tesis con fichas, sacadas de libros consultados, obligatoriamente, en bibliotecas, y la imprescindible Olivetti, y siempre al lado, y que no nos faltara, el tipex
Yo, que apenas sé las vocales y consonantes de este aparato que estoy usando para escribir este artículo, “me maravilla” poder borrar, corregir, cortar, pegar, copiar, intercalar, insertar, darle al corrector ortográfico, enviar…
Esta “admiración” y “asombro” ante toda esta modernidad, que me desborda, es lo que me hace/nos hace preguntarnos los “porqués” de todo esto. Y a preguntarse los porqués y buscarles respuestas es a lo que se llama Filosofía.
Pero existen, al menos, dos tipos de “admiración”:
1.- La Admiración Emotiva. Como cuando uno asiste a un concierto de su cantante favorito o a una representación de La Traviata de Verdi. Se queda uno sin pestañear, como para no perder detalle, los ojos fijos, la boca entreabierta y babeante, los lagrimales manando,… como en un éxtasis humano, embargado (y nunca mejor dicho) por la emoción.
Esta admiración emotiva es sumamente gratificante, pero es paralizante. Te invita/te obliga a seguir donde estás y como estás. No deseas salir de ese estado. No es que se esté en las nubes, es que se está en el paraíso terrestre.
2.- La Admiración Intelectual. Es la que te incita/te lanza a preguntarte “porqués” y te espolea, constantemente, a buscar respuestas.
Y digo “respuestas” y no “la respuesta”, porque lo propio de los hombres es “buscar para encontrar y encontrar para seguir buscando”, siendo conscientes de que moriremos en el camino, como viajantes filosóficos, hacia una meta ideal a la que nunca llegaremos, a “La Verdad”.
Es de este tipo de “admiración” al que estamos refiriéndonos.
Admirarse, asombrarse, no sólo de fenómenos ordinarios, que todos podemos contemplar todos los días, como “el cielo es azul”. Pero, ¿“por qué el cielo es azul y no verde o amarillo?. ¿Pudiera ser que no fuera azul pero que tengamos que verlo azul?, ¿Es que Dios así lo creó o es un simple fenómeno natural?. Busquemos respuestas racionales.
¿”Qué es, y por qué sale, el arco iris?, ¿De verdad que es la firma en el trato o tratado que Dios firmó con Noé, tras el diluvio, de que no volvería a haber más diluvios?, ¿Es algo divino o es, simplemente, un fenómeno atmosférico?. Indaguemos respuestas racionales.
Todos hemos visto caer las manzanas del árbol, pero “¿por qué la manzana, al desprenderse de la rama, cae, siempre, al suelo y, además, de forma vertical?”. Acompañemos a Newton.
Asombrarse, extrañarse de lo fenómenos y preguntarse los porqués de los mismos es tener espíritu filosófico.
En otros tiempos se diría que el primer tipo de admiración residía en el corazón y el segundo tipo en el cerebro. Hoy día sabemos que el corazón, entre otras funciones, se encarga, principalmente, del mantenimiento del aparato central, que es el cerebro, en el que todo reside, (independientemente de que muchos acontecimientos conscientes se somaticen y el corazón se dispare en sus latidos,…).
Pero, (incluso el amor), todo está en el “seso”.
La SEGUNDA CONDICIÓN para filosofar -decían los antiguos- es el “ocio” (lo opuesto al “neg-ocio” o trabajo oneroso y remunerado).
Ocio, tanto exterior (tiempo libre) como interior (libre de preocupaciones, espíritu sosegado, tranquilos, por lo tanto disponible para…).
Nosotros, los mayores, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos disponemos de todo el tiempo del mundo, somos dueños del tiempo, podemos disponer de él, a voluntad.
Además (y hasta el momento) cobramos la pensión, que no es para echar las campanas al vuelo, pero… al menos, para comer tenemos y, como ya no tenemos “grandes vicios” ni “grandes necesidades”… Tenemos, mejor o peor, asegurada la “mantenencia” (que diría Aristóteles), sin tener que trabajar.
¿Preocupaciones?, las mínimas. Gimnasia de mantenimiento, actividades lúdicas, paseos agradables, charlas amigables, discusiones futbolísticas, críticas políticas,… todo muy sosegado.
La TERCERA CONDICIÓN, para filosofar, es la “ignorancia” (no la “nesciencia”).
El ignorante es el que se da cuenta, el que es consciente de que no sabe “eso”.
Sólo si se es consciente de “no saber eso” se está en condiciones de “querer saberlo”.
(La condición esencial para “querer encender” una vela es “ser consciente de que está apagada”, porque como creas que está encendida no vas a ser tan … como para querer encender lo que crees que está ya encendido).
Que hayamos dejado de ser “productivos”, que nos hayamos apeado de la cadena laboral, no quiere decir que hayamos dejado de ser “útiles”. “La vida” es mucho más que “la vida laboral”, como “vivir” es mucho más que “trabajar!.
Es más, quizá cuando se empieza, realmente a “vivir” es cuando hemos dejado de “trabajar de manera onerosa”, por un salario.
El trabajo gratificante es el trabajo voluntariamente elegido, que es el que nosotros, los mayores, ahora, liberados de horarios, podemos desarrollarlo, y a nuestro ritmo.
1.- Admirarse y preguntarse por qué, 2.- Tener tiempo para dedicarse a ello, y 3º.- Ser conscientes de que no sabemos las respuestas.
Invito a todos los mayores a que reflexionen si no cumplen los tres requisitos.
Precisamente ahora se nos presenta la ocasión de “ser/de seguir siendo/de comenzar a ser” filósofos.
Invito a todos los mayores a que se entreguen a la filosofía, es sumamente reconfortante.
¡Palabra de filósofo¡
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