La entrada en el euro, como
moneda única en el U.E., me “jodió” la brillante idea que me rondaba e iba
madurando en mi cabeza.
La idea era buena, muy buena.
Además eficaz.
Al dinero debería ocurrirle
lo que a los ajos, que al año caducan, se pudren, se estropean. Cada año ajos
nuevos.
Cada año, pues, debería
cambiarse el dinero circulante. Así no podría haber dinero negro, ya que,
anualmente, perdería todo su valor si no salía a la superficie.
Pensaba haber registrado la
idea, por lo de la propiedad intelectual y habérselo brindado a algún partido
político que pagara bien, en las inminentes elecciones democráticas.
Con mi idea se evitaría tanto
la evasión de capitales como el dinero negro camuflado o escondido.
Entonces me gustó la idea.
Hoy la consideraría
necesaria. Pero ya no puede ser. El euro me ha “jodido” el invento.
Aunque los hijos de puta, los
especuladores, me echarían abajo mi teoría de los ajos porque son capaces de
congelarlos para descongelarlos después.
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