Si en otro espacio he afirmado que autoproclamarse “poeta” es una osadía, ahora afirmo que autoproclamarse “culto” es una temeridad.
Ser culto supone tener familiaridad con:
1.- Los rasgos fundamentales de la Historia (y en Europa y en España tenemos tanta historia que…..)
2.- Las grandes teorías científicas y filosóficas (y al ritmo galopante que avanza la ciencia…. y con tantas modas minoritarias filosóficas….)
3.- Las obras de Arte, de la Música y de la Literatura (¿qué decir de este apartado?. Uno se acerca con los esquemas clásicos a estas obras modernas e …imposible comprender el arte abstracto, la música moderna o la novela social o psicológica de hoy).
Yo, al menos, me asusto o me maravillo de lo inculto que soy. No sé tú. No es que tenga lagunas, ni mares interiores, ni Mediterráneos, Océanos ilimitados me rodean por doquier.
Pero con la cultura ocurre como con la comida.
“Olvido la mayor parte de lo que he leído, así como he olvidado lo que, últimamente, he comido. Pero sé que estas dos cosas contribuyen, por igual, al sustento de mi espíritu y de mi cuerpo”.
No sé de quién es esta cita pero la hago mía al cien por cien.
La cultura no es algo que se tiene y, cuando se tiene, uno ya se considera culto, como quien adquiere una casa y ya es propietario.
La cultura es un ideal nunca actualizado, es un proceso, un camino sin meta, pero por el que se camina. Uno puede/debe considerarse caminante, senderista, escalador,… pero siendo consciente de que nunca va a llegarse a la meta, porque ésta no existe.
Es la sentencia de Galeano sobre el paisaje.
La cultura, además, es un terreno movedizo que siempre, y a todos, causa inseguridad, por su inabarcabilidad.
¿Puedo ser considerado inculto por no saber cuándo se inició y finalizó la catedral de Burgos y cuántos arquitectos intervinieron a lo largo de su construcción?.
¿Puede ser considerado culto quien sí lo sepa?.
Conocer a Don Quijote o a Don Juan o a Otelo o a Hércules o…no es conocer a personas, sino a personajes.
Los personajes son informaciones condensadas. Puedes llamar Don Juan al vecino del quinto si es un ligón empedernido, cuyo ideal es usar y tirar (“un día para conocerla, otro para….”), u Otelo al vecino del sexto si es un celoso obsesionado de que su mujer lo engaña con…
Lo maravilloso de leer una novela, no es tanto el contenido, el argumento, como la manera que tiene el/la autor/a de ver el mundo. Es una puerta abierta a otra perspectiva de ver las cosas. Y esto, siempre, es enriquecedor.
Las nuevas fuentes de información están contribuyendo a la disminución del esfuerzo que la lectura supone.
Es más cómodo ver y oír la película que ponen en la tele o se proyecta en las pantallas panorámicas, mientras comes palomitas, tomas una cerveza o estás abrazado por la butaca y con los pies en alto.
La literatura es como el amor no puede ni debe ser obligatorio/a, tiene que salir de uno mismo.
Obligar a leer es como hacer el amor como un débito conyugal, habrá eyaculación pero no orgasmo auténtico.
Entras en un museo o en una biblioteca y lo esencial es el silencio, interior (sin preocupaciones ajenas al arte) y exterior (sin molestias exteriores, que te distraigan).
Las palabras ausentan la emoción, el ruido estorba al sentimiento, la prisa es enemiga de la emoción.
Solo mirar, con una mirada meditativa y acompañada de resistencia física. El cansancio es enemigo de la vivencia estética.
¿Qué decir de quien entra en el museo y a la media hora va buscando el cartel de la cafetería?
¿Qué decir de quien abre un libro y como no tiene ilustraciones…?
¿Qué decir de quien admira, como máximos exponentes de la música, a Camela o a los Chichos?
¡Dios¡ ¡Qué tribus¡
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