Nunca he sido monárquico convencido, a lo más, de conveniencias. Nunca he creído que ser rey, como destino y/o realidad, sea un mérito que se herede y venga inscrito en los genes.
Porque ¡hay que ver los reyes malos, requetemalos y peores que la historia ha tenido que soportar sin merecer ese castigo, (entre otros, los españoles)¡
Ha habido una reina, Cristina de Suecia, allá por el siglo XVII, a la que le he tenido, siempre, una inquina especial, porque la he hecho responsable de la muerte de Descartes.
¿Una mujer (en el XVII), sin ser monja, ni teóloga, pero relacionada con la filosofía y con buenas relaciones con el Vaticano?
¡¡¡Raro, raro, raro¡¡¡.
Pero, cuando he leído extractos de su biografía, se me ha caído el sombrajo y se me han desestructurado los esquemas mentales.
Descartes dice de sí mismo: “yo heredé de mi madre una tos seca y un color pálido, que conservé hasta los 20 años, por lo cual me condenaban a morir joven todos los médicos que me vieron en ese tiempo”.
Su salud era tan endeble que su padre, hasta los ocho años, no le permitió ocuparse en otra cosa que no fueran juegos infantiles.
Hacía tantas preguntas que, hasta su padre, llegó a llamarle “mi pequeño filósofo”, revelando un talento precoz.
Ya lo había afirmado Aristóteles 2.000 años antes, “la extrañeza, la curiosidad, (y, por lo tanto, las preguntas, los porqués) constituyen el origen de la filosofía”.
Tuvo la desgracia (o la suerte (en estas cosas nunca se sabe)) de quedar huérfano siendo todavía un niño y su tutor lo envió, con 10 años, al colegio jesuita de La Fleche, “una de las más célebres escuelas de Europa”.
Fue un buen estudiante y recibió una educación esmerada, cursando, entre otras materias, griego, historia, moral, matemáticas y filosofía.
6 años estuvo en La Fleche y salió decepcionado con lo que le habían enseñado y él había aprendido. Sólo se salvaban las Matemáticas, por aquello de la precisión.
Ya lo diría, después, Leibniz, “¿habrá cosa más ridícula que dos matemáticos discutiendo?. Papel y pluma. La razón la tendrá uno, el otro o ninguno, pero nunca los dos”.
En Matemáticas la verdad es una, y el que la tiene la tiene.
La desilusión en sus estudios hace que se “apunte a un bombardeo” y decide “conocer el mundo”. Viajando, alistándose, voluntario, en la guerra más a mano, recorriendo Europa, “huyendo de”, más que “buscando”.
En pleno invierno de 1.619, el ejército se refugia en sus cuarteles y, a la luz y a la lumbre de una estufa, tuvo tres sueños consecutivos, extrañas alucinaciones, en que creyó descubrir el fundamento de una “ciencia admirable”.
Ese “invento admirable” consistía en reducir todas las ciencias de la cantidad a una ciencia general del orden.
Es decir, comenzar desde cero, prescindir de todo lo anteriormente edificado y emprender la reconstrucción total del edificio científico.
No en vano se le denomina “el Galileo de la Filosofía”. Si Galileo es considerado el padre de la ciencia moderna, por la aplicación de su método, el Hipotético-Deductivo (experiencia como punto de partida, tratamiento racional y comprobación experimental), Descartes es “el padre de la Filosofía Moderna”, porque rompe con toda la filosofía anterior e inaugura la filosofía “sólo” racional.
Deja los ejércitos, vuelve a su pueblo, vende cuanto tiene y, libre de problemas económicos, “a hacer filosofía”.
Como el monopolio de la filosofía lo tenía la Iglesia, con su Filosofía Escolástica, y siendo la Teología la disciplina fundamental, admitiendo también, y sobre todo, como fuente de conocimiento, la Revelación y sólo como “ancilla” (esclava) a la Razón, su Filosofía chocó, de frente, con la Iglesia (y eso que él se consideraba un “buen cristiano”).
Como le hacen, en Francia, la vida imposible se marchó a Holanda, “el paraíso de la tolerancia”, buscando tranquilidad y libertad, y allí permaneció 20 años. Pero, al final, hasta en Holanda se le hizo incómoda la estancia.
Fue entonces, en 1.649, cuando a través de un cuñado, cartesiano convencido, del embajador de Francia en Suecia, recibió la invitación de la Reina Cristina de Suecia, así que, al poco tiempo lo tenemos instalado en Estocolmo.
Su estado de ánimo era muy bueno pero él, que tenía por costumbre no madrugar, tenía que dar clases a la Reina ¡¡¡a las cinco de la mañana¡¡¡ (en Estocolmo, un país (como todos Uds, saben) tropical, de inviernos suaves,…) Así que contrajo una pulmonía y R.I.P.
Aquí entra la Reina Cristina de Suecia.
Sus padres (sobre todo su padre) querían un niño, varón, machote,…. para sucederle en el trono como Rey de Suecia. Pero parece que el X pudo al Y, y nació una niña.
Pero el padre, con su frustración a cuestas, la educó como si fuera un niño.
Toda la ciencia de la época daba por descartado que el cerebro de una mujer no podía albergar los conocimientos y las destrezas que sí cabían en la cabeza de un niño.
Pero esta niña, que llegó sin ser buscada ni deseada, vivaracha, como ella sola, pizpireta, mafaldera, más lista que el hambre en tiempo de sequía, a los 13 años hablaba 7 idiomas, era una consumada amazona, sabía de estrategia militar, manejaba la espada como nadie y, por si todo ello no fuera bastante, leía a los clásicos. Así que quiso estar a la última en Filosofía, y llegó Descartes.
Una reina bien preparada para reinar, tan lista, tan lista que….. a los 28 años abdicó en su primo, dijo adiós al trono y a Suecia y marchó, por esos mundo de Dios, a vivir la vida, que, como todos sabemos, es bella y sólo dura hasta que uno se muere.
Se dedicó a hacer lo que le daba la gana sin tener que dar explicaciones a nadie, aunque la acusaran hasta de sus gustos sexuales.
¡Sí, señor¡. ¡Una mujer con dos ovarios bien puestos”.
Así que, igual ligaba con quien le daba la gana, que defendía las bellas artes, o le daba por recibir clases de Filosofía y charlar con los filósofos.
Una mujer rara, rara, rara. Tan rara que se metió en el bolsillo nada menos que a tres papas.
Ella sabía jugar sus cartas y sabía cuáles eran las cartas de sus contrincantes. Y si no, ¿cómo se explica que una joven sueca, en Suecia, que en el siglo XVII era la cuna del protestantismo, decidió, por su cuenta y riesgo, convertirse a la fe católica?.
¿Pueden imaginarse el escándalo y odio que despertó dicha conversión en Suecia y las alegrías y simpatías que despertó en Roma?
¿Se convirtió por convicción?. No lo creo. A ella le daba igual Juana que su hermana.
Su conducta sexual podía haber sido reprendida por el Vaticano, pero no hay mejor cosa que mirar para otro lado para no ver nada, sobre todo si está en juego el prestigio propio y el desprestigio ajeno.
Ni santa, ni beata, ni fiel practicante, ni “na de na” pero…¡qué curiosidad¡, es una de las cuatro mujeres que está enterrada en el Vaticano, con los papas y entre papas.
Otra mujer que hubiera dicho lo que ella decía: “no tener que obedecer a nadie es dicha mayor que mandar en toda la tierra” (la libertad de la que Don Quijote le hablaba a Sancho), habría sido declarada hereje, bruja, endemoniada,… y, por mucho menos, la gente terminaba en la hoguera.
Pero, como he dicho, ¡qué lista¡, y ¡vaya dos ovarios bien puestos¡. Sí, señor.
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