A mí, el nombre de Borja me recuerda a Torrente y su Borja Mari. El nombre de un niño pijo de padres ídem.
Pero lo que no muchos saben es que el primer papa español, Calixto III, se llamaba Alonso de Borja, cuando todavía era cardenal, allá por 1.455.
Una fecha que, yo al menos, la relaciono con la caída de Constantinopla, en 1.453, en poder de los turcos y el adiós definitivo al Imperio Romano de Oriente, que había durado 1.000 años más que nuestro Imperio Romano de Occidente y su caída con la invasión de los bárbaros.
Este nuestro paisano, Alonso de Borja, ya de papa como Calixto III, dio muestras de ser un buen español pues practicó el enchufismo tanto que dejó bien colocados a todos sus familiares, sobre todo a su sobrino, el futuro papa Borgia, Alejandro VI y a todos sus hijos, sobre todo a sus dos más famosos, César Borgia y Lucrecia Borgia.
¿Quién no ha visto la película y/o la serie de los Borgia y la tan disipada y entretenida vida borgiana?
En aquel tiempo el clero hacía más caso al primer precepto divino de “creced y multiplicaos” que al voto personal de castidad.
Ustedes saben que el cometa Halley es muy cumplidor y cada setenta y tantos años nos hace una visita familiar, para no empalagar.
Fue coincidencia (pero coincidencia desgraciada) que le tocase su visita a la tierra durante el primer año de papado de nuestro Calixto III.
Cuando los astrónomos corrieron a advertirle que en la bóveda celeste había un cometa grande y terrible, con una cola de color amarillo, que parecía una llama ondulante, nuestro excepcional papa pensó, buscó y dio con la explicación adecuada al porqué de la visita cometaria.
Si el fenómeno natural astronómico del arco iris había sido para Noé la firma de Dios de que ya no volvería a haber más diluvios, la visita del cometa Halley era un signo de la ira de Dios porque los turcos acababan de tomar Constantinopla. Así que decretó:
1.- La excomunión del cometa Halley.
2.- Que todos los príncipes cristianos se unieran contra la invasión musulmana.
3.- Que todos los católicos rezaran el ángelus a mediodía, para hacer desaparecer el cometa o que, al menos, cayera sobre Constantinopla, para acabar con los puñeteros turcos musulmanes.
El cometa debió tomarse en serio lo de la excomunión, porque desapareció, a su hora, y nadie volvió a verlo hasta setenta y tantos años después.
¿Lo de la unión de los príncipes cristianos?. Demasiados problemas tenían en casa como para ir a buscarlos fuera. (A su debido tiempo, y por intereses nacionales, no religiosos, los reyes españoles tendrían que afrontarlos. ¿Recuerdan?. Ganamos Lepanto pero dejamos por allí olvidada la mano del padre del Quijote.
Pero lo del ángelus sigue todavía. Alguna emisora nos lo recuerda a diario. Pero ya no habla de Halley sino de un ángel que anuncia a una virgen que, sin catarlo, va a ser madre.
En mi infancia, en mi pueblo, las campanas tocaban, todos los días (además de para misas, rosarios, muertes, entierros, nacimientos, bautizos, bodas, fuego, reunión de labradores…) tres veces. Al amanecer, a medio día, y al atardecer. Era “el toque de oraciones” y rezábamos las tres avemarías, sobre todo el del mediodía, que, muchas veces, nos pillaba en el campo, segando, y parábamos y rezábamos.
Si llego yo a saber que era por lo del cometa, con lo que a mí me gustan los cometas….
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