HOMO VIDENS
Nos encontramos en plena
revolución multimedia, la que está transformando al “homo sapiens”, producto de
la cultura escrita, en un “homo videns” para el cual la palabra ha sido
sustituida por la imagen (que, además, tiene palabra, pues las imágenes también
hablan).
La primacía de la imagen, es
decir, de lo visible y audible, sobre lo inteligible, además de ser más cómodo,
menor trabajoso, te lo dan todo, ya, masticado, sólo tienes que abrir la boca.
Se ha acabado el pensamiento
abstracto, las ideas claras y distintas, todo es concreto, historias que contar
o sucesos en directo que ver.
El vario y variado poder de
la televisión, desde el poder político
al poder económico, desde el poder informativo al poder de los recuerdos, “todo
está en la tele” y lo que no se ve es como si no existiera.
“Lo he visto por la tele” es
el argumento de autoridad más extendido entre nosotros, como si sólo y todo
fuera verdad, cuando hoy estamos
asistiendo a una “pandemia” de falsas noticias, las “fake news”, que
muchos, muchísimos, las toman como verdaderas, porque lo han visto y oído en el
Factbook (que otra televisión más a mano, incluso individual, encima del
escritorio y sentado en un sillón giratorio, y como las ves y las oyes, las
haces tuyas, te las apropias, y las sueltas, colgándolas, contagiando de
noticias falsas a todos tus contactos.
No somos conscientes de que,
cuando ves-oyes una noticia espectacular, nada más verla, es obligatorio
examinarla y, sobre todo, ver la fuente informativa.
El libro hay que leerlo, la
lectura cansa, y no sólo a la vista, también supone un cansancio intelectual y
todos nos hemos apuntado a la “ley del mínimo esfuerzo”.
El niño, que se lo traga
todo, y que será el adulto que está convencido de todo y lo suelta como
verdadero y propio.
¿Dónde ha quedado la
reflexión?
La nueva cultura audio-visual
está haciendo aparecer una nueva forma de pensar (por decirlo de alguna manera)
de un post-pensamiento nada “sapiens”.
EL HOMBRE DESPLAZADO.
Es el título de una obra de
T. Todorov.
El hombre desarraigado,
arrancado de su marco, puede aprender a dejar de confundir lo real con lo
irreal, lo verdadero con lo falso, la cultura con la naturaleza.
Si logra superar el
resentimiento nacido del desprecio o de la hostilidad a lo diferente, agudiza
la curiosidad y aprende la tolerancia, dejando de mirarse el ombligo, hay
remedio al desaguisado y volver a ubicarse alejando el desplazamiento.
Hay que pensar y aprender a
diferenciar lo absoluto de lo relativo pues las cosas ocurren de diferente
manera en los distintos marcos culturales en que los hombres se encuentran en
un momento determinado.
Lo absoluto y su dificultad
de ser encontrado entre tanto relativismo, y sobre todo de pensarlo como regla
universal que todo lo juzga y excomulga lo distinto.
Somos jueces interesados en
tener razón y, para ello, se la quitamos /intentamos quitársela a los otros,
siguiendo instalados en el relativismo.
El hombre de hoy tiene
aversión a estos dos “hermanos enemigos”: 1.- Todo es relativo, todo es igual,
da lo mismo, y 2.- El maniqueísmo: todo o es negro o es blanco, sin matices
intermedios, como si no existiera la gama intermedia de colores, la que va
desde el 1 hasta el 99.
El mal, en su triple
dimensión de “sufrimiento”, de “injusticia-pecado” y de “finitud-muerte” es el
gran obstáculo racional para creer en un Dios “Bueno y Omnipotente”.
Si “pudo” evitar el mal (al
ser Omnipotente) y no lo hizo, no es “Bueno”.
Si “quiso” evitar el mal (al
ser Bueno) y no pudo, no es “Omnipotente”.
Si “ni quiso” “ni pudo” no es
Dios.
Luego habría que deducir que,
puesto que el “mal” (físico, moral y metafísico) existen ¿Qué pasa con Dios?
Es la pregunta que siempre se
ha hecho la filosofía occidental y la teología judeo-cristiana.
De ahí la “imposible
Teodicea”, no es posible “justificar” racionalmente el mal desde el postulado
de un Dios infinitamente Bueno e infinitamente Poderoso (Omni-potente).
¿No habría que desplazar el
mal y ponerlo en el mismo Dios, que “pudiendo no quiso” o “queriendo no pudo?
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