sábado, 30 de junio de 2018

A PROPÓSITO DE NIETZSCHE (6) LA HERENCIA GRIEGA 2



“El nacimiento de la tragedia” fue mi primera transvaloración de todos los valores…y yo el “último discípulo de Dionisos, yo, el maestro del eterno retorno…”

Grecia es todo un símbolo y su historia no es la que nos han contado, sobre todo desde Sócrates paseando por las calles de Atenas aleccionando, “educando” a  los jóvenes atenienses.

La historia contada de Grecia, a partir de Sócrates, es una historia racional, que no sólo privilegia a la filosofía, sino incluso a la ciencia y, desde luego, a la moral.
Historia de la que Nietzsche no sólo quiere desvincularse, sino tumbarla.

Suele decirse que Sócrates es el padre de la filosofía, pero no se dice que su filosofía es una filosofía anti-vital, que él mismo prefirió tener “razón” a seguir “vivo”.

“Si su estado de salud hubiese sido mejor –afirma Lou – hubiera podido desarrollar, merced a trabajos científicos posteriores,  el cuadro que había esbozado de la civilización griega, hasta convertirlo en imagen integral del devenir humano”

Al meterse a fondo con la cultura griega despierta en él la intuición, que desarrolla en “El Nacimiento de la tragedia”: que los griegos habían alcanzado una de las síntesis más poderosas de las dos tendencias fundamentales de la vida, y lo expresaron en su arte, específicamente en la tragedia, que se convirtió en el arte supremos de los antiguos.

Recordemos a los grandes trágicos, muy superiores a los comediógrafos.

¿Qué significa la tragedia?: el encuentro entre Apolo y Dionisos, las dos divinidades que simbolizan la mesura, la prudencia, el límite, lo luminoso de la existencia, el “principium individuationis” y, del otro lado, la desmesura, la exuberancia de la vida, la inconsciencia, la pérdida del “principium individuationis” en el Uno primordial, en el ser de todas las cosas.

El excesivo racionalismo heredado de Sócrates y la deificación que la razón ha sufrido a lo largo de los siglos nos han ocultado lo que Nietzsche nos descubre.

Entre la Razón griega, el Dios cristiano que daba razón de todo lo que existe y la Diosa Razón han intentado ocultar la realidad, que es la Vida.
Así se puede morir por Dios o por tener razón, cuando la vida nunca puede estar supeditada a nada, ella es la realidad fundamental.

Los filósofos griegos y el platonismo posterior (yo decía en mis clases que el cristianismo no era sino “un platonismo bautizado”, con el mundo celestial sustituyendo al mundo de las ideas y este mundo material, malo, pecaminoso, del que hay que renunciar para salvarse y llegar al cielo) entre ambos nos ocultaron aquel mundo tan rico de la Grecia arcaica donde floreció un culto y una concepción de la vida más aristocrática y más cercana a lo que debe ser la existencia: un juego eterno entre el sueño y la embriaguez, entre la conciencia y la inconsciencia, entre la claridad y la oscuridad, entre la ilusión del individuo y la terrible verdad que subyace a todos los seres.

Teniendo en cuenta que la existencia nada vale “solo hay dos caminos: el del santo y el del artista trágico”.
“La náusea que causa el seguir viviendo es sentido como medio para crear, ya se trate de un crear santificador, ya de un crear artístico. Lo espantoso o lo absurdo resulta sublimador, pues sólo en apariencia es espantoso o absurdo”

Nietzsche se sumerge en los antiguos misterios y extrae para el siglo XIX el elixir que permita salvar la existencia del hombre en este planeta amenazado por el optimismo científico heredado de Sócrates, el racionalismo extremo que impide penetrar las profundas esferas de la voluntad.

El hombre no es un “animal racional que piensa” sino un “animal voluntarioso que quiere y, por lo tanto, puede”.
No lo “verdadero” sino lo “bueno”.

J. A. Marina, sin ser nietzscheano, lo expresa de otra manera: “la meta, la finalidad, el objetivo, de la inteligencia no es “conocer la verdad” sino “conseguir la felicidad”.

Las fiestas dionisíacas hay que vivirlas no pensarlas.

“Cantando y bailando se manifiesta el ser humano como miembro de una comunidad superior” que llega a perder la conciencia con el vino, con el canto, con el baile, perdido en el juego común lúdico de la fiesta.
Tan distintos al filósofo aislado en su mesa, solitario, ensimismado en sus pensamientos.

¿Cómo expresar en palabras o en conceptos aquello que sólo puede ser revivido en el sentimiento profundo, en el que el hombre sólo puede “echarse a volar por los aires bailando”?

Era la pregunta de los sofistas: ¿Cómo “echar-expresar” vivencias, sentimientos, fenómenos psíquicos en moldes como palabras o conceptos?
El sentimiento escapa de las palabras como el agua escapa de la cesta que quiere e intenta cogerlo.

¿Cómo poner en discurso lo inefable?
Es necesario el símbolo, el mito.

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