viernes, 22 de junio de 2018

A PROPÓSITO DE NIETZSCHE (1)




Yo me encontré con Nietzsche muy tarde.

Mi Facultad de Filosofía, de la Universidad Pontificia de Salamanca, en la que hice mis estudios, estaba regida y dirigida por curas diocesanos y frailes (Dominicos, Franciscanos, Hermanos de la Salle, Mercedarios,…) por lo que, sobre todo, casi sólo, se daba Santo Tomás y tomistas, además en textos en latín.

Se acostumbraba uno a ver, a diario, el desfile de hábitos talares varios y variados subidos en la tarima, frente a uno.

La historia de la Filosofía apenas llegaba al siglo XVIII, cuando terminaba el curso.
Así que Marx, Nietzsche, Existencialistas, Escuela de Frankfurt, Ortega y Gasset…tuvo que ser de cosecha propia.

Incluso el temario que tuve que impartir en los primeros cursos, como profesor en el Instituto, era Filosofía Escolástica pura y dura, con las 5 Vías tomistas de la demostración de la existencia de Dios, las pruebas de la inmortalidad del alma o la Ética cristiana.

Fue, poco a poco, cuando comencé a hollar temas que me atraían y atraían más a los alumnos, como Ortega, por ejemplo, o Freud o la Escuela de Frankfurt.

El mundo, a partir de los 80, iba cambiando a marchas aceleradas y en los viejos esquemas no cabían las nuevas tendencias intelectuales, los nuevos modos de ver y de vivir la vida.
Recuerdo, incluso, la expulsión, de la enseñanza pública, de un compañero, de izquierdas, por explicar detalladamente el marxismo en su contexto histórico-socio-económico del siglo XIX.

Los Directores de Instituto estaban investidos de una autoridad tal que exiliaban a una catedrática a Lanzarote o a los Pirineos por haberse quedado embarazadas estando solteras, a pesar de tener la plaza en propiedad por oposición.

Recuerdo, incluso, cuando comencé a abrirles los ojos a los alumnos en el tema de la sexualidad, por lo que mis choques con los curas de turno y su moral católica eran continuos.

Un muchacho de pueblo, como yo, procedente del mundo rural de la Castilla profunda y que había colgado los hábitos del Seminario Mayor de Calatrava, en mi Salamanca del alma, y que descubre un nuevo mundo de ideas y de vida y que intenta sintonizar con unos adolescentes que, bautizados, hecha la comunión y confirmados, abandonaban la práctica religiosa en su vida.
No eran antiteos, sencillamente, estaban descubriendo un nuevo sentido a sus vidas al margen de Dios, de los curas y de la Moral Cristiana.
Querían vivir la vida, su vida, a su aire y sin tutores religiosos.

Cuando aún no existían en los Institutos los Psicólogos, los Orientadores, y los alumnos no querían acudir al Padre espiritual, allí estábamos muchos filósofos intentando responder,  terrenalmente, a sus preguntas vitales. Hacíamos de “confesores” laicos.

Ese es, quizá, una de las mayores satisfacciones de un profesor, cuando aquellos alumnos, hoy ya maduros, te recuerdan la irrupción en el mundo de los valores laicos y, recordando tus enseñanzas, sobre todo, recuerdan el entusiasmo que le ponía en el enseñar.
El “qué” (la materia) y el “cómo” (la forma).

La lectura manifiesta de la enseñanza impartida y la lectura latente del vivo entusiasmo puesto en las clases.

¿Cuántos recreos me quedé en el aula dialogando, o discutiendo, confrontando ideas con mis alumnos, abriéndoles los ojos a un mundo nuevo y distinto?

Y de la enseñanza oral a los artículos escritos para revistas de todo tipo en las que me invitaban a participar.

Fue la lectura y la meditación de Nietzsche la que fue liberándome del yugo asfixiante de la mentalidad escolástica, de su “moral de esclavos” –en palabras de Nietzsche..
Me sentía vivo revolcándome en Dionisos y dejando a un lado a Apolo.

Me atraía la consideración de la vida como una feria con su noria y no como una escalera por la que podía subirse hacia el cielo o bajar a los infiernos, apostando por el placer de disfrutar la noria mientras se está montado en ella.

No fue fácil desencadenarse, desprenderse, dejar atrás lo moral y socialmente admitido, pero más difícil fue comenzar a vivir a la intemperie, sin ropa ajena que te cubriera.

Borrar el disco duro de la mente cuando apenas has empezado a teclear no fue fácil.

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