EL AMOR CORTÉS.
El siglo XII, en que vive
Pedro Abelardo, entraba con cambios de todo tipo: culturales, espirituales,
ideológicos…que influirían en la vida y en las costumbres de la época.
Era una crítica manifiesta a la Iglesia “impura” (quien
haya leído la vida de la
Iglesia en aquellos y anteriores tiempos, lo comprenderá al
momento).
El otro fenómeno, social y
religioso, que surge en el siglo XII es el “amor cortés”.
San Agustín y los Padres de la Iglesia de los siglos IV y
V habían echado raíces con su teología y su concepto de la sexualidad.
San Agustín (del que hemos
escrito bastante en entradas anteriores) no concibe que la sexualidad, ni
siquiera de la pareja, pueda ser portadora de ternura, de amistad, de diálogo,
de espiritualidad,..
Proclamaba y defendía una
valoración negativa de la sexualidad (reducida a sexo y a genitalidad) y que sólo
debería servir para engendrar niños.
La sociedad patriarcal, disfrazada
de teología, había asignado espacios para las mujeres y de los cuales no podían
ni debían salirse.
1.- La “virginidad”, como
vida perfecta y superior a la maternidad, que obligaba a estar encerradas, de
por vida, en el silencio del claustro = ser monja.
2.- La “maternidad”, que
conllevaba ser entregadas por los padres, que eran los que concertaban el
matrimonio, casi siempre por su conveniencia y que, muchas veces, la entrega
era a hombres mayores, viejos, y que nada tenían que ver con las ilusiones y
deseos bien legítimos que ellas soñaban con realizar en su vida: ser madres.
Así, se veían utilizadas,
primero por los padres, que decidían por ellas (pero “por tu bien” como eterna
coletilla), y después por los maridos, maridos ni siquiera buscados y, muchas
veces, no deseados, pero la desobediencia a la autoridad…
Si las primeras vivían
encerradas en el convento, las segundas vivían encerradas en el hogar, desde
bien jóvenes, criando hijos y obligadas a guardar fidelidad y a estar
dispuestas a los deseos del marido cuando llegara a casa, aunque él podía
hacer, fuera de casa, lo que le diera la gana.
Muchas mujeres optaron por el
claustro, en los monasterios, pero no porque esa fuera su ilusión sino porque
la vida matrimonial que se les ofrecía no era, ni mucho menos, para entusiasmar
a nadie.
La que no ocupara uno de estos
dos espacios (el convento o el hogar) sólo tenía la calle, o sea, las putas,
que practicaban sexo (como las madres) pero que no tenían hijos (como las
monjas).
María, la madre de Jesús,
cuyo culto (como veremos) es del siglo IX, será “Virgen y Madre”, cuya
contradicción manifiesta se tapa como un “misterio” (¿cómo una figura
geométrica puede ser circunferencia y triángulo a la vez, al mismo tiempo?)
La otra figura era María
Magdalena, la prostituta (¿en qué capítulo y versículo y de qué evangelio
aparece como “prostituta”?) aunque siempre aparecerá como “arrepentida y
haciendo penitencia, semidesnuda y con una larga cabellera tapándole sus pechos,
y con las manos tapando sus partes pudendas.
Santa Clara y Santa Inés se
fugaron de casa, para que sus padres no las casaran, y se fueron con San
Francisco, a fundar la orden religiosa de las “Clarisas”
Su madre había tenido
veintidós hijos y había muerto en el parto.
La madre de Santa Teresa de
Jesús tuvo 16, siendo ella la última.
Les parecía más libre el
claustro que el hogar. Allí, al menos, podían cultivarse intelectualmente, en
la música y en las artes y no estarían sujetas a los caprichos de un hombre y a
la esclavitud de un hogar lleno de hijos a los que atender.
Aunque, luego, no fuera así.
No hay comentarios:
Publicar un comentario