miércoles, 23 de agosto de 2017

EL AMOR CORTÉS (1)

EL AMOR CORTÉS.

El siglo XII, en que vive Pedro Abelardo, entraba con cambios de todo tipo: culturales, espirituales, ideológicos…que influirían en la vida y en las costumbres de la época.

La Iglesia se resentía al ver surgir nuevos movimientos que la criticaban, por su forma de vivir (contraria a su predicación). Me refiero a los Albigenses o Cátaros (los “puros”), también llamados “los buenos hombres” y que, automáticamente, sería considerada una herejía, con su Cruzada correspondiente, y las consecuencias derivadas de ello,

Era una crítica manifiesta a la Iglesia “impura” (quien haya leído la vida de la Iglesia en aquellos y anteriores tiempos, lo comprenderá al momento).

El otro fenómeno, social y religioso, que surge en el siglo XII es el “amor cortés”.

San Agustín y los Padres de la Iglesia de los siglos IV y V habían echado raíces con su teología y su concepto de la sexualidad.

San Agustín (del que hemos escrito bastante en entradas anteriores) no concibe que la sexualidad, ni siquiera de la pareja, pueda ser portadora de ternura, de amistad, de diálogo, de espiritualidad,..

Proclamaba y defendía una valoración negativa de la sexualidad (reducida a sexo y a genitalidad) y que sólo debería servir para engendrar niños.

La sociedad patriarcal, disfrazada de teología, había asignado espacios para las mujeres y de los cuales no podían ni debían salirse.

1.- La “virginidad”, como vida perfecta y superior a la maternidad, que obligaba a estar encerradas, de por vida, en el silencio del claustro = ser monja.

2.- La “maternidad”, que conllevaba ser entregadas por los padres, que eran los que concertaban el matrimonio, casi siempre por su conveniencia y que, muchas veces, la entrega era a hombres mayores, viejos, y que nada tenían que ver con las ilusiones y deseos bien legítimos que ellas soñaban con realizar en su vida: ser madres.
Así, se veían utilizadas, primero por los padres, que decidían por ellas (pero “por tu bien” como eterna coletilla), y después por los maridos, maridos ni siquiera buscados y, muchas veces, no deseados, pero la desobediencia a la autoridad…

Si las primeras vivían encerradas en el convento, las segundas vivían encerradas en el hogar, desde bien jóvenes, criando hijos y obligadas a guardar fidelidad y a estar dispuestas a los deseos del marido cuando llegara a casa, aunque él podía hacer, fuera de casa, lo que le diera la gana.

Muchas mujeres optaron por el claustro, en los monasterios, pero no porque esa fuera su ilusión sino porque la vida matrimonial que se les ofrecía no era, ni mucho menos, para entusiasmar a nadie.

La que no ocupara uno de estos dos espacios (el convento o el hogar) sólo tenía la calle, o sea, las putas, que practicaban sexo (como las madres) pero que no tenían hijos (como las monjas).

María, la madre de Jesús, cuyo culto (como veremos) es del siglo IX, será “Virgen y Madre”, cuya contradicción manifiesta se tapa como un “misterio” (¿cómo una figura geométrica puede ser circunferencia y triángulo a la vez, al mismo tiempo?)

La otra figura era María Magdalena, la prostituta (¿en qué capítulo y versículo y de qué evangelio aparece como “prostituta”?) aunque siempre aparecerá como “arrepentida y haciendo penitencia, semidesnuda y con una larga cabellera tapándole sus pechos, y con las manos tapando sus partes pudendas.

Santa Clara y Santa Inés se fugaron de casa, para que sus padres no las casaran, y se fueron con San Francisco, a fundar la orden religiosa de las “Clarisas”
Su madre había tenido veintidós hijos y había muerto en el parto.
La madre de Santa Teresa de Jesús tuvo 16, siendo ella la última.

Les parecía más libre el claustro que el hogar. Allí, al menos, podían cultivarse intelectualmente, en la música y en las artes y no estarían sujetas a los caprichos de un hombre y a la esclavitud de un hogar lleno de hijos a los que atender.

Aunque, luego, no fuera así.

No hay comentarios:

Publicar un comentario