jueves, 1 de enero de 2015

EL LOGO-FONO-FALO-CENTRISMO

        
         (Así ha sido a lo largo de toda la historia. Hoy, por suerte y en justicia, las cosas están cambiando. Igualdad varón-mujer. Pero esto sólo desde ayer mismo)
                                     
         Parece como si nuestra mente estuviera estructurada según una Lógica Binaria. Verdadero-falso, arriba-abajo, derecha-izquierda, bueno-malo, inteligente-torpe,…
         En el caso que nos ocupa, macho-hembra, varón-mujer (según el sexo), masculino-femenino (según el género)…

         El problema no es tanto la Lógica Binaria en sí, (podíamos funcionar con una lógica trivalente: Verdadero-Probable-Falso, Arriba-Centro-Abajo,….), (incluso con una lógica pentavalente: Verdadero-Probablemente Verdadero-Dudoso-Probablemente Falso-Falso).
         Lo malo no es el uso de una lógica binaria, sino lo que ella lleva atado consigo, lo que arrastra tras de sí, que es una valoración jerárquica.

         Decir de alguien que “ha llegado a lo más alto” es un piropo (valoramos superior el “arriba” que el “abajo”), y así con todos los demás términos de la dicotomía.
        
         En el tema que nos ocupa, también.

         Para cada sexo (varón-mujer) le hemos asignado unos comportamientos, unas expectativas definidas, que van de la mano de los mismos, en el mismo lote.
         Primero admitimos y practicamos el modelo binario (que, además, es el más fácil, el más elemental) y, a continuación, ordenamos jerárquicamente los dos términos: varón, arriba, más perfecto, más valioso; mujer, abajo, inferior, menos valioso.
         Así ha funcionado nuestra cultura occidental.

         Ya tenemos proclamado el “androcentrismo”.
        
         El varón, en la parte alta de la escala valorativa, será el destinatario, al que le hemos asignado, las funciones superiores: el pensamiento lógico-deductivo (pasar de lo general, del conjunto, (que sólo él es capaz de captar) a lo particular, a la parte); él representa el pensamiento objetivo, la autoridad, el modelo a imitar y seguir, el encargado de dirigir… Él es como el “alma” del cuerpo.

         La mujer, en la parte baja de la escala valorativa, será la destinataria, a la que se le asigna, sólo funciones inferiores. Pensamiento, sí, pero sólo el lógico inductivo (tiene que partir de los hechos para llegar a conclusiones generales, pero, por lo general, se queda en el camino). Suyo es el pensamiento intuitivo, muy concreto, incapaz de captar todo el conjunto de circunstancias que rodean a los hechos. De ahí que su pensamiento sea totalmente subjetivo, un “pensamiento débil” partidista, incompleto,… de ahí que debe dejarse dirigir por el varón y obedecerlo. Sumisión, obediencia, no decidir, sino pedir consejo, dejarse asesorar por el varón asesor…

         Pero todo esto es el “género”, una categoría socio-cultural-ideológica, que ha sido impuesta a uno de los dos cuerpos sexuados (la mujer) por el otro cuerpo sexuado (el varón).

         El binarismo ha engendrado una normatividad interesada. El “ordenador” de la ordenación sexual ha parido, juntamente con ella, la ordenación de los géneros, masculino y femenino.

         Sin embargo, no está de más, recordar que, aunque se dé la inmutabilidad de los “sexos” (varón-mujer), también se está produciendo la mutabilidad de los “géneros” (masculino-femenino).
         Las funciones y atribuciones asignadas, tradicionalmente, a los “géneros” están bailando continuamente.

         Esta Lógica Binaria deja sin espacio vital a los “intersexuales”, a los que la naturaleza, externamente, los ha colocado en uno de los dos términos dicotómicos, pero que ellos, internamente, están/quieren estar en el otro lado. Son varones-mujeres, externamente, pero “se sienten” mujeres-varones.
         El “cambio de sexo”, para ellos, es algo vital. De lo contrario sólo tienen como expectativa una vida de alienación, de sufrimiento, de vergüenza, de dolor,…

         Si la “naturaleza” ha cometido un fallo (¿o ha sido la sociedad, sus dirigentes, los que sólo han interpretado lo que han visto pero no lo que realmente es y hay?) la “sociedad” tendrá que reasignarlo, reubicarlos, en un cuerpo “normal”, en el suyo, en el que les corresponde, realmente.
         Los médicos con sus fármacos y los cirujanos con sus intervenciones quirúrgicas serán los encargados.

         ¿De verdad es la “naturaleza” y no la “sociedad” la que distribuye a los seres en dos sexos “normales” y, como consecuencia, sus respectivas “normatividades” (géneros)?.

         Los griegos (sobre todo Aristóteles) habían definido al hombre como “animal racional” (“zoon logikon”).
         Pero “racional” tiene dos denotaciones. Por una parte es “razón” y por otra es “palabra”. El hombre es, pues, el “animal que razona” y el “animal que habla”.

         -¡Oiga! La mujer también habla, ¿no?

         Sí, pero la palabra femenina sólo es subjetiva, expresa sentimientos internos, no es capaz de representar, reflejar la realidad. Su palabra sale de ella y se queda en ella, no llega a tomar contacto con la realidad, ésta le es inaccesible, la mujer siempre se queda más acá, mientras la realidad se queda, siempre, un poco más allá.

         Sólo la palabra del varón es objetiva y objetivante, entra en contacto, engancha a la realidad.
         La palabra no sólo es manifestativa, representativa de la realidad, la palabra es creativa y creadora de realidades. ¿Qué es el B.O.E. y el B.O.J.A. sino palabras, a fin de cuentas, aunque escritas? y lo que en ellos se dice que se haga, se hará realidad, (como el cobro de mi pensión) y lo que ellos prohíban no se hará realidad.
         “Con la palabra se crean puentes, puertos, calles…” –decían los griegos.

         Es más, la palabra crea valores. Una acción es justa si, con la palabra, soy capaz de convencer al tribunal de que lo que ha hecho mi defendido no es injusto.
         Con la palabra se crea la Verdad. Si con ella soy capaz de convencer a mis oyentes de que es verdad lo que defiendo, es verdadero lo defendido por mí.
         Con la palabra se llega a conseguir el puesto de estratega. Si con ella soy capaz de conseguir convencer a los votantes, ellos me votarán y yo triunfaré, porque con esa misma palabra, no sólo los he con-vencido, es que también he vencido a mi adversario.
         ¿Qué es la Dialéctica sino una lucha bélica entre adversarios?
         Gramática (saber usar bien las palabras), Retórica (saber hablar bien, ser un buen orador, uso y dominio del lenguaje atractivo y convincente) y Dialéctica (vencer al contrincante, dejarlo desarmado, desmontar sus argumentos con mis argumentos, salir triunfador, ganar, coronarse…)

         La importancia del lenguaje, la importancia de la palabra.
         Los oradores (Pericles, Demóstenes, Cicerón,….) sólo y siempre varones.
         La voz (“fono”) varonil.

         Quien tiene la “última palabra” es el vencedor.

         ¿Dónde debe estar la palabra, la “voz” varonil?  Donde está la realidad de la polis, en “la plaza pública”, en el “ágora”, en la vida social, política.
         La política es cosa de hombres (de varones, se sobreentiende), como la economía, como la guerra, como la judicatura, como las ciencias, las artes y los oficios…

         Ni las mujeres, ni los esclavos, ni los extranjeros (bárbaros) tienen sitio en el ágora, en la vida pública. Sus funciones y actividades están fuera de “la plaza”

         -¡Oiga! ¿Y la mujer? En la casa, “ama de casa”. Su lugar es el espacio doméstico. Sus funciones, las domésticas.

         Los ciudadanos, las personas libres y autónomas, son los varones.
         El varón es “la medida de todas las cosas”

         La mujer es propiedad del varón. Como lo son los hijos, los esclavos, la casa, las tierras, los aperos de labranza y “el buey arador”.

         “Cosificación”, alienación, de la mujer.

         Desigualdad política, social,…. múltiple entre varón y mujer.

         El varón es la “forma” del hombre (en la teoría hilemórfica), es el que detenta  la Razón, la Mente, la Palabra, la Luz, la Verdad, el Bien, el Ideal…
         La mujer es lo contrario, representa la “materia” del hombre (en la teoría hilemórfica), representa el instinto, lo sensible, lo engañoso, la oscuridad, la noche, la maldad…

         El varón ya ha repartido los papeles, asignado las funciones a los “sexos”, ya ha definido los “géneros”.

         En Roma va a ocurrir “casi” igual, “tres cuartos de lo mismo”.

         El cristianismo sigue los mismos pasos.
         Lo que dice, nada menos que San Pablo (el “segundo Pablo”) sobre las mujeres es casi mejor olvidarlo. “Que la mujer no hable”, “si quiere saber algo que se lo pregunte a su marido”, “la mujer (como mejor está es) callada y obediente, sumisa”. Eso sí, que “el varón la ame (pero) como Cristo ama a su Iglesia”. “Igual que el cuerpo debe obedecer al alma, la Iglesia debe obedecer al representante de Dios, como la mujer debe obedecer al cabeza de familia, a su esposo…”.
         De aquí a dudar de si la mujer tenía alma o no (en la Edad Media) no hay más que un paso.

         Igual que el amo tiene vacas que le dan terneros, y ovejas que le dan corderos, y cerdas que le dan cerditos… (Poco me importa qué toro, carnero, cerdo,… sean sus padres) así la mujer es importante, porque “al ser sólo mía”, y tener relaciones sexuales “sólo conmigo” (monogamia no sólo como norma sino, también, como sacramento) ello me garantiza la “legitimidad” de “mis hijos” (estoy seguro, segurísimo, de que son míos y sólo yo soy su padre).
         Eso sí, como me entere de que mi mujer es fornicadora, tiene relaciones sexuales fuera de matrimonio…. la legitimidad filial quedaría en entredicho, cuestionada.

         La mujer sólo como legitimadora de la prole del varón.

         ¡Ah!, se me olvidaba. El hombre es el único que tiene pene, “falo”.


         Ahí tienen Uds. el LOGO-FONO-FALO-CENTRISMO.

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