¿Quién, varón, no ha dicho o
pensado más de una vez (quién, mujer, no lo ha oído): “No me toques los
cojones”, o “tócame los cojones” o “por mis cojones”?
Y suena a chabacano, a
rastrero, a soez, pero…
(Una ventaja de los
jubilados, es que no sólo lees y relees, es que también tienes tiempo de
meterte en el disco duro del ordenador y quien, como yo, es un desastre
poniendo las cosas en su sitio, abres una carpeta y encuentras otras carpetas
y, en una de ellas, sin recordar cómo ni cuándo, encuentras artículos o
reflexiones escritas tiempo ha y que te sorprenden a ti mismo).
Por ejemplo ésta: “por mis
cojones” (porque hace apenas unos días fue otra: “¿Hijos de puta?”)
Los
cojones son los “testículos”, lo sabemos todos, pero esta expresión o su
significado no es de ayer mismo, sino que viene de muy antiguo.
Nada
menos que en la Biblia. Nada
menos que en su primer libro: el Génesis.
“Era
Abraham ya viejo, muy entrado en años, y Yahvé lo había bendecido en todo.
Dijo, pues, Abraham al más antiguo de los siervos de su casa, el que
administraba cuanto tenía: “Pon, te ruego, tu mano sobre mi muslo y júrame por
Yahvé, Dios de los cielos y de la tierra….”
Y,
más adelante:
“Cuando
los días de Jacob (el nieto de Abraham) se acercaban a su fin, llamó a su hijo
José y le dijo: “si he hallado gracia a tus ojos, pon te ruego, la mano bajo mi
muslo y haz conmigo favor y felicidad (es decir, “júramelo”): No me entierres
en Egipto”.
“Poner
la mano bajo el muslo” quiere decir “tocar los testículos”.
En
todos los pueblos de la antigüedad este “tocamiento de los testículos” era el
signo que hacía el juramento infrangible, inquebrantable, por el contacto con
las partes vitales.
Y
como los testículos tienen que ver con la fertilidad, “te juro por mis cojones”
es jurar “por mi fertilidad”
Y
también aparece esta locución en el mundo romano.
“Tocar los testículos es testificar” - en la antigüedad: ¡Lo
juro por mis testículos es nuestro “juro decir la verdad, toda la verdad y nada
más que la verdad¡”
Para más detalles, esa demostración viril,
suele ir acompañada de un apretón de sendas partes, con movimiento repetitivo
de elevación de los “testigos”, a la vez que se pronuncia la frase que se desea
atestiguar como verdadera.
Sí, leyeron bien, dije “testigos”,
ya que la palabra “testículos” proviene, etimológicamente, del latín “testiculus”,
compuesto por “testis”, que significa “testigo”, al que se añade el sufijo “-culus”
que se utiliza como diminutivo; por tanto un testículo es un “pequeño testigo”.
Pero, ¿Qué tiene que ver todo
esto con el hecho de testificar?
Pues resulta que el acto de
llevarse una mano a los “pequeños testigos”, para reafirmar lo dicho, no
pertenece solo a los jóvenes contemporáneos, sino que proviene de nuestros
antepasados romanos.
Los antiguos romanos, aunque
poseían variados dioses a los que rendían culto, no disponían de una Biblia
sobre la que jurar cuando debían declarar diciendo obligatoriamente la verdad.
Por ese motivo el derecho romano (que sólo reconocía capacidad de declarar como
testigo en juicio a los varones) obligaba a los hombres a jurar por sus
testículos, es decir a palpárselos para atestiguar que lo que decían era toda
la verdad y nada más que la verdad.
De hecho, la palabra
“testigo” deriva del antiguo “testiguar”, “atestiguar”, proviene del latín
“testificare”, que está compuesto por “testis” (testigo) y “facere” (hacer);
podemos decir entonces que testificar significa literalmente “tocarse los
testículos”, pues así lo hacían los romanos.
Sin embargo, la relación
testículo-testigo va más allá, pues antiguamente los papas debían demostrar que
tenían sexo masculino para poder acceder al papado (este hecho sigue sin ser
reconocido por la
Iglesia Católica ), y la forma de atestiguarlo era permitiendo
que fueran “palpados” sus testículos en prueba de masculinidad.
Aunque lo que voy a narrar
parece ser una leyenda, existe una historia, incluso con datos biográficos,
sobre la existencia de un papa de sexo femenino que estuvo en su cargo durante
dos años, y que podría haber dado lugar a la costumbre posterior de comprobar
el sexo de un cardenal previamente a ser propuesto para papa.
La mujer de esta historia o
leyenda se llamaba Juana, (La
Papisa Juana ) que, al parecer, era hija de un monje y
consiguió hacerse pasar por hombre de nombre Juan para conseguir obtener
mayores conocimientos, los cuales estaban prohibidos a las mujeres.
Trabajando como escribano
pudo moverse con cierta libertad entre la aristocracia, llegando a ser
secretario del papa León IV.
Existen numerosas versiones
sobre la forma en que Juana llegó a ser Juan XIII a la muerte de León IV, e
incluso sobre la procedencia y otros variados datos biográficos, pero no existe
nada concluyente al respecto.
Lo que si llama la atención,
son algunas cuestiones que se derivan de varias actuaciones eclesiásticas, al
parecer con la intención de borrar este hecho de la historia de la Iglesia Católica.
Una de ellas es la existencia
de un segundo papa Juan, pero que no reinó como Juan XIV, como sería lógico por
orden numérico, sino que fue nombrado también Juan XIII, como calcando al
anterior para eliminar su existencia.
De esa historia saldrá más
tarde un proceso de testificación por “palpación” del candidato a papa, y se
los contare por lo curioso del sistema, y no por su morbo, aunque sin duda
también lo tiene:
Según una de las varias
versiones que circulan, el cardenal candidato a papa debía sentarse en una
silla que tenía un agujero en su mitad. Posteriormente, el cardenal más joven
del cónclave tenía que palpar los genitales al Papa introduciendo la mano por
debajo de la silla y “testificar” luego a los demás que no había fraude en la
elección.
Si la prueba era válida,
exclamaba en voz alta “Duos habet et bene pendebant” (”tiene dos y cuelgan
bien”), atestiguando así que ninguna mujer se ha hecho pasar por hombre.
Otra versión dice que eran
todos los cardenales del cónclave los que pasaban uno a uno a palparle los
testículos al futuro papa, lo cual añade un poco más de morbo si cabe al
proceso.
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