miércoles, 3 de septiembre de 2014

EL EGOÍSMO Y LA FELICIDAD.


Ahora que está tan de moda la autoestima (tanto la baja, como la alta) deberíamos ser conscientes de que la autoestima es un cruce de dos caminos:

1.- La valoración que recibimos de los demás (cómo nos ven los otros) y
2.- La valoración que nos damos a nosotros mismos.

Si son totalmente opuestas dichas valoraciones se produce un desequilibrio psicológico que hiere. Ni 80 -20, ni 20 – 80. Lo ideal sería 50 – 50, o 100 – 100. Pero incluso en este caso puede ser “autenticidad” o “hipocresía”.
Pero cuando incluso uno de los sumandos es superior al otro, siempre es posible modificarlos,  rectificarlos.

La mejor forma de valorarse a sí mismo es aceptarse como se es. Alto-bajo, gordo-flaco, viejo-joven, guapo-no tan guapo (no quiero decir “feo” porque: 1.- No hay mujer fea y 2.- Al varón le basta con ser lo suficientemente poco feo para poder ser querido.

Una vez aceptado como se es, repetir, conscientemente, actos positivos, para ir creando hábitos (inconscientes) y conseguir, así, un carácter, una forma de ser valiosa.

Una vez conseguido esto, abandonar, huir del auténtico enemigo de la felicidad, el egoísmo.

El egoísta sólo conoce el yo, mi, me, conmigo, para mí, y, si aún sobra algo, también para mí.

Sólo querer recibir es estar abonado al premio seguro de la infelicidad.

El egoísta ve el mundo sólo como posibilidad de posesión. Juzga todo y a todos según el único criterio de la utilidad. Pero la persona, siempre, es fin en sí misma y no medio para nada ni para nadie.

Pero no hagamos equivalentes “egoísta” y “amarse a sí mismo”. Debemos amarnos, mucho, a nosotros mismos para poder amar, de la misma manera, a los demás.

Hasta el 10º Mandamiento de la ley de Dios nos lo recuerda: “amarás al prójimo (al otro) como te amas a ti mismo”, dando por supuesto que cada uno se ama, mucho, a sí mismo. ¿Cómo, si no, vas a amar a los demás?

El que se ama a sí mismo no, por eso, tiene que ser egoísta. Al revés, en el placer de amar al otro, de dar y darse, de entregarse, se incrementa el valor de uno mismo (que se lo pregunten a las madres)

Deberíamos decir, incluso, que el egoísta es un pacato, un encogido, que no sólo no se ama demasiado, sino que se ama muy poco.

El cristiano habla del “amor agapático”, el placer de dar, o mejor compartir.

Durante mucho tiempo afirmé que el cristiano era un egoísta si, cuando obra, sólo piensa en el premio eterno que le espera. Mucha recompensa (la eternidad) para tan poco mérito (temporal).

Después, cuando me fijé en la vida de algunos santos (aunque no estén canonizados, ni en los altares), me refiero a San Vicente Ferrer y la donación de su vida para disminuir el mal y la pobreza en la India, no dando, sino “dándose”, “perdiéndose para encontrase”, “anonadándose para plenificarse”, “arruinándose para enriquecerse” y sin pensar en el cielo, sino en la tierra,….

Como canta Revólver: “no hay droga más dura que el amor sin medida”, éste si que es adictivo.

Este cristianismo vivido, al margen, incluso en contra de la Iglesia establecida, coincide con la entrega, por motivos meramente humanitarios, de tantos cooperantes y filántropos. Se les dará el cielo (si existe), por añadidura.

Es “La Peste”, de A. Camus.

Tengo una camiseta, comprada en el Instituto, y que llevo al gimnasio, con una leyenda: “¿Quién iba a decirnos que, después de intervenir en tantas guerras, iban a darnos el Premio Nobel de la Paz”? (Firmado: “Médicos sin fronteras”).

Me gustaría tener esta otra camiseta: “¿Quién iba a decirnos que, tras tantos años combatiendo epidemias, los enfermos iban a enseñarnos que lo más contagioso es la risa?”.

¿Y qué decir de “Los payasos sin fronteras”? (aunque los que nunca hemos pasado hambre no podemos saber si con el estómago vacío uno puede reírse).

Ayudar al otro es ayudarse a sí mismo. “Dar” no es “perder” sino “compartir”.
El Bien es como la Verdad, algo difusivo.
Al enseñar al otro una verdad, el que la entrega no la pierde, sino que la multiplica.

Igualmente con el amor, el que da recibe lo dado multiplicado.

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