A la derecha de Dios (a la izquierda del espectador) están
las personas vestidas de blanco, algunos saliendo de sus tumbas, los que han
sido buenos en la vida y están destinados a la salvación eterna, mientras a su
izquierda (derecha del espectador), desnudos y destinados al fuego eterno del
infierno.
El Juicio Final abre, para los cristianos, las puertas a una
eternidad, ultramundana, venturosa o desgraciada, según la balanza de la
justicia, pesadora de las obras buenas y malas.
No sólo el alma es inmortal, también resurrección de los
cuerpos, para que sea “todo el hombre” el que disfrute o sufra por toda la
eternidad.
No sólo el Cristianismo, todos los hombres, en todas las
religiones, en todos los tiempos, en todas las culturas, han sido conscientes
de la condición dramática de la vida humana que, desde el momento mismo de
nacer, se encamina a su destino, irrenunciable, a la muerte mientras se está
vivo.
La vida es restar días hasta que llegue el final.
Y no sólo está presente, en su mente, la futura realidad de
la muerte, sino también la presente realidad, mientras se vive, conviviendo con
enfermedades, sufrimientos y toda clase de limitaciones.
Si contra la muerte no hay solución posible, sí que la hay
contra las enfermedades, evitables.
Y si, en sus comienzos, era la oración y el sacrificio a
Dios los únicos caminos para remediarlos, con el tiempo, y poco a poco, el
hombre dio un salto de nivel, asentándose en el Logos o Razón, en la Filosofía
(que incluía lo que hoy denominamos “ciencias”) como la solución, humana, de
sus desgracias, sin tener que recurrir a Dios.
Comenzó con las prácticas médicas o terapéuticas,
encaminadas, a base de experiencias, a aliviar el dolor, a sanar al enfermo, a
aplazar (no a eliminar) la irremediable muerte.
Mientras la Razón comenzaba a caminar, eran las religiones,
como proyectos de salud y de salvación, las que copaban todo el campo, no sólo
en esta vida sino también, y sobre todo, en la otra.
Según suba la ciencia, como solución, irá bajando la
religión, yuxtapuestas, como el agua y el aceite.
Los poderes malignos del demonio pasarán a ser
interpretados, poco a poco, como defectos naturales de un mal funcionamiento
del cuerpo humano, por unos desajustes.
La solución, pues, ahora en manos del hombre, consistirá en
ajustar los desajustes somáticos.
Mientras la salud, en esta vida, poco a poco, irá quedando
en manos de la ciencia, la salvación en la otra vida, tras la muerte, sigue
siendo campo exclusivo de las religiones, ya que queda fuera del campo
científico.
Los males, en este mundo, son relativos, temporales,
penúltimos frente a los males del otro mundo, absolutos, eternos, últimos,
sobre todo en el cristianismo.
Las religiones, todas, y cada una a su manera, proponen
soluciones distintas, naturalmente.
Mientras las tres religiones indias (Brahmanismo, Budismo y
Jainismo) coinciden en fijarse como meta el cese del dolor, la liberación no
sólo de la existencia material presente, sino también del ciclo retributivo y
transmigratorio del karma.
La ascesis más rigurosa y el camino adecuado es la renuncia
al deseo, causa de todos los males.
Puesto que toda obra, buena o mala, produce retribución y
karma no hay modo de evadirse de la transmigración o serie de reencarnaciones
sino renunciando a toda obra y refugiándose en que “Atman”, el yo interior y
profundo, el real, distinto del yo empírico, ilusorio y temporal.
Ésta es la vía brahmánica.
El “camino medio” de Buda consiste en la anulación del deseo
de existencia y de individualidad.
Para Buda no hay “Atman”, no hay un yo real en alguna
profundidad del ser humano.
La liberación de Buda, el “nirvana” o estado supremo y cuyo
término procede de un término sánscrito que significa “evasión del dolor”, es
extinción, no pura nada, pero tampoco realidad positiva.
La doctrina búdica de la salvación se compendia en las
llamadas Cuatro Nobles Verdades:
1.- La realidad del mundo es esencialmente dolor, que se da
en la enfermedad y en la muerte, en la unión con lo que nos disgusta y la
separación de lo que amamos, en lo perecedero de todos los bienes.
2.- La raíz de todo dolor es la sed, el apetito, el deseo de
goces o, sencillamente, de vivir.
3.- El único medio de poner fin al deseo y con él a la serie
de los renacimientos es el “nirvana”, la extinción.
4.- El camino que conduce a la desaparición del dolor es el
Sendero Óctuplo, que consiste en la rectitud de visión, de representación
conceptual, de palabra, de actividad, de género de vida, de aplicación, de
presencia de espíritu y de estilo de meditación.
La existencia empírica para estas religiones indias es un
puro y simple mal del que hay que liberarse, mientras que para la mayoría de
las religiones occidentales el mal por antonomasia es la muerte.
La salvación, pues, está más allá de la muerte, y es muy
superior a la concepción que de ella tienen otras religiones, como la egipcia,
la griega y la romana, para las que la existencia de ultratumba es subterránea,
pálida, una mera sombra.
No fue así con los cultos histéricos, que proclamaban una
verdadera salvación de la muerte en una vida superior, ya no mera sombra, sino
perfección de la vida presente y que puede merecerse mediante buenas obras.
Los griegos imaginaban esa vida de ultratumba como
inmortalidad del alma, del espíritu, tal como aparece en el Fedón, de Platón,
poniéndolo en boca de Sócrates antes de tomarse la cicuta y tranquilizando a
sus discípulos.
El judaísmo tardío y el cristianismo proclamarán la
resurrección de los cuerpos, del hombre en su totalidad, y en el reino de Dios,
sin dolor, sin enfermedad, sin injusticia, en un cielo y tierra renovados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario