lunes, 10 de marzo de 2014

7.- 23- EL TEATRO Y LA CULTURA,


 
APRENDER POR LOS SENTIDOS


Siempre que visito una ciudad, la primera visita que hago (si puedo) es a su catedral. Es una de mis obsesiones. Sentarme y contemplar. Si tengo la suerte de que es Misa Mayor, que huele a incienso y que en el coro los canónigos están cantando “gregoriano”, es una especie de éxtasis de los sentidos.

Pero también oigo, a veces, (sobre todo a personas mayores) comentarios tales como “esto (la grandiosidad de la catedral) ya no se hace hoy día”. “Tanta modernidad, hoy, y fueron los antiguos los que hicieron estas catedrales”…. (y comentarios por el estilo).

Ignoran estos visitantes que las catedrales eran los libros abiertos de los hombres medievales (analfabetos en lectura y escritura) y que acudían, más por obligación que por devoción (aunque también), a oír y escuchar al cura desde el púlpito, que les transmitía las verdades que tenían que creer, y a mirar estatuas, pinturas y vidrieras, en las que las escenas de la Biblia estaban reflejadas.

Los mensajes no los recibían leyendo, sino oyendo y viendo, como niños, que entienden lo que se les dice y lo que ven (pero hay que decírselo y tienen que verlo).

Sensaciones auditivas y visuales, del pueblo, frente a lectura y escritura del clero. Tiranía de la cultura.

El pueblo necesitaba iglesias, catedrales, estatuas, pinturas, vidrieras, sermones, misas, confesiones, absoluciones,….. (vista y oído), campo de los sentidos.

Los iconoclastas (“rompedores de imágenes”), los contrarios al culto a las imágenes, fueron los primeros que intentaron romper las cadenas que tenían presos a aquellos hombres.
Daño humano de la imaginería religiosa.

La práctica religiosa debía morar en el corazón, sin necesidad de espacios ajenos y externos a uno mismo.
Dios no estaba en las catedrales, sino en los corazones.
El creyente podía y debía contactar directamente con su Dios, sin necesidad ni de lugares, ni de estatuas ni de intermediarios, siempre interesados (el clero) y que cobraban por “interceder”.

Pero el Teatro es más de lo que puede ser oído y visto. Es el realismo de la representación en la que puede verse y oírse.


Sin duda es el teatro una de las manifestaciones culturales donde mejor se anudan la belleza y la antropología.

Yo soy un “fan” del teatro.

El teatro corresponde al afán imitador del hombre, que disfruta imitando lo que oye y lo que lee, lo que le admira y lo que le atrae.

Todavía nuestros nietos nos obligan a la trasmisión oral de historias, pasadas o inventadas, incluso “las batallitas del abuelo”.

Yo he lamentado “dejar escapar” a mi padre sin haber grabado sus experiencias bélicas desde la movilización, en mi Salamanca, y todo su viaje por la geografía española hasta marzo del 1.939 en que “echamos pa Francia a los republicanos”.

Me maravillaba su ignorancia de la realidad de la guerra y su creencia en lo que los jefes del ejército le contaban y que “era la verdad verdadera”.

Los cuentos con su moraleja, las historias a imitar y a evitar. Verlo, todo eso, representado, le da más veracidad, al identificarse uno, siempre, con el bueno, sufrir con su sufrimiento, y estar intrigados hasta que llega el desenlace feliz, cuando ya uno respira de satisfacción.

¡Qué duda cabe que la escritura fue un avance enorme en la transmisión de historias¡ pues lo que sólo podía ser escuchado por algunos, ahora podía ser leído por muchos más, aún por los aún no nacidos.

Luego vendría el cine.

Aunque la modalidad más idónea para contar historias será la novela.

A todos, tras leer una novela, cuando es llevada al cine, aunque éste goce de un buen guión, siempre se nos quedará incompleta.

El cine ciega la imaginación, que acompaña a uno en la novela, con las imágenes visuales y auditivas, apoyadas en los efectos especiales y con la música acompañando.

Ya te lo da todo confeccionado. Todo es comodidad de butaca y consumir representación,

En todas las modalidades, desde el poema hasta la película, el afán de transmitir va unido a la voluntad de hacerlo bellamente.

Un buen director y un buen escritor siempre son de agradecer.

Todos sabemos de los rodajes, escenarios casi siempre simulados y montajes del cine, pero el teatro es algo especial, porque está ahí, ante ti y necesita un escenario para ser representado.

Ves y oyes, en directo, a actores de carne y hueso, a personas concretas, con nombre y apellidos, que te cuentan, desarrollándola, una historia.

Su intenso realismo hace que el espectador viva y sienta, dentro de la escena, a una con los actores, y que le pueden llevar desde la evasión a la catarsis.

En palabras de Lorca: “el teatro es una escuela de lágrimas y de risa: una tribuna abierta donde se puede defender la moral y hacer permanentes las eternas leyes del corazón y los sentimientos del hombre”.

El teatro griego, sobre todo la tragedia, es una de las más altas contribuciones culturales de los griegos, porque pone al alcance del gran público la profundidad del pensamiento griego.

En ella los protagonistas están enfrentados a situaciones límite.

Son vidas zarandeadas por grandes pasiones y zozobras: amores y celos, guerra y devastación, deportación y esclavitud, hospitalidad y desamparo, ira y venganza, afán desmedido de poder, traición y lealtad, ensañamiento y compasión, muerte de los hijos y de los padres,…

Si en una exhibición circense o deportiva admiramos las posibilidades del cuerpo humano, la agilidad y la velocidad, en la tragedia admiramos las posibilidades de la libertad humana en situaciones en las que está en juego la propia vida.

Hécuba, recientemente representada en el teatro Cervantes, de aquí, de Málaga, con Concha Velasco, presenta a la reina de Troya convertida en esclava tras la caída de la ciudad.

O la más conocida, la Antígona, en la que se presenta la oposición entre el rey Creonte y Antígona, que es la oposición entre las leyes humanas y las leyes divinas, entre la ley, objetiva, y la conciencia, subjetiva, que se niega a acatar la ley. Es lo que hoy llamamos “objeción de conciencia”.

Cuando Creonte pregunta a Antígona por qué ha desobedecido la orden de no sepultar a su hermano ni rendirle honras fúnebres y responde:

“No fue Zeus quien dio esa orden (…)  y no creo que tus decretos tengan tanta fuerza que obliguen a transgredir las leyes no escritas e inmutables de los dioses, siendo tú mortal. Esas leyes no son de hoy o de ayer, pues siempre han tenido vigencia y nadie sabe cuándo aparecieron. Además, por temor a lo que piense un simple hombre no iba yo a sufrir el castigo divino por su incumplimiento”.

La tragedia inspira en el público el terror ante las desgracias ineludibles del Destino y compasión por el sufrimiento de nuestros semejantes.

Esos sentimientos logran la verdadera finalidad de la tragedia: la catarsis o purificación del espectador.

Así como Platón expulsa de su República a todos los artistas porque son, sólo, autores de copias de copias de copias, Aristóteles ve en las Artes, y sobre todo en la tragedia, un medicamento catártico, un remedio contra el exceso.

Las Artes son moderadoras, que logran el justo medio, la virtud.

También tenemos casos recientes. La obediencia de los jefes nazis a su líder o de los mandos intermedios a su superior, sea en la mili, en la guerra, en la empresa, en la sociedad,…. “por la obediencia debida”.

¿Seguir la propia conciencia u obedecer la orden contraria a la conciencia?

 

 

 

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