La historia de la humanidad no conoce sociedad que no tenga
arte. El arte es uno de los rasgos que diferencian a la colectividad humana de
la animal. Pero, ¿para qué sirve el arte o la literatura?
Sería, entonces, conveniente formularnos otra interrogante
paralela: ¿para qué sirve la vida?
Sin duda, todos percibimos con nitidez que la validez de la
vida se impone por encima de cualquier lógica utilitaria y simple.
La vida no necesita una justificación instrumental,
utilitaria o racional; simplemente es y el alcance de su sentido va más allá de
ese tipo de interrogantes.
Igualmente, el arte o la literatura no se pueden evaluar con
criterios instrumentales o utilitarios.
Como una flor o un amanecer, simplemente existen y se
producen, sus sentidos escapan a una lógica reduccionista, su justificación no
radica en la “utilidad inmediata” que ellas brindan. Como la vida, con quien
dialogan permanentemente el arte o la literatura, están más allá de una
justificación simplista, sus alcances van más allá de una lógica utilitaria o
inmediata.
A pesar de que el arte no es imprescindible desde el punto
de vista de las necesidades vitales inmediatas ni desde la óptica de las
relaciones sociales obligatorias, la continuidad y permanencia del arte en la
historia humana prueba su importancia y necesidad.
Desde que surgió un excedente productivo mínimo, en los
albores de la humanidad, que dejaba cierto tiempo libre a los miembros de una
comunidad, se manifestó a través de ciertos individuos un impulso singular que
los llevaba a asumir conductas diferenciadas.
Los dibujos en las cuevas de Altamira o las partituras de
Mozart nos señalan la existencia de una actividad singular, en las distintas
sociedades y culturas de la historia, sin finalidad biológica alguna.
Se ha escrito mucho sobre el origen del arte y se le ha
relacionado con la magia, con el trabajo y con el juego.
En los remotos inicios de la humanidad, cuando muchos
fenómenos de la naturaleza y de la sociedad no podían ser explicados de manera
racional y coherente a través de los instrumentos disponibles por el conocimiento,
se intentaba la explicación fantástica o imaginativa.
Así, surgen los mitos y creencias que configuran la
singularidad de cada comunidad humana.
Un aspecto a la vez dudoso, que no era explicado
convenientemente, como es la conducta artística, fue a su vez incorporado por
extensión al tipo de fenómenos mágicos o maravillosos.
Así, en la antigüedad, los artistas tenían el mismo estatus
o posición que los sacerdotes o brujos, gozando de los privilegios del poder,
Como los dementes, los artistas fueron vistos como marcados
por la divinidad. Siendo contradictoriamente motivo de admiración y de rechazo,
alabados y encarcelados, recibidos con entusiasmo o exiliados por peligrosos.
El arte era visto como un instrumento mágico y sirvió al hombre para dominar la
naturaleza
Toda obra creativa lleva impresa varios componentes, desde
biográficos a imaginados, desde sociales a familiares, que, de una u ora forma
aparecen plasmados en la obra.
De aquí que, con el transcurrir del tiempo, la preocupación
sobre el origen del arte se traslada, también, desde los aspectos mágicos y
divinos de la obra a interrogantes sobre la vida de los artistas.
Es el autor el que concita el interés de los estudiosos,
pues se supone que mucho de lo plasmado en sus obras depende o tiene su origen
en la biografía del artista.
Entonces, determinar conflictos o vivencias en lo biográfico
del productor echaba luces sobre el producto artístico y ofrecía un camino a la
explicación de la naturaleza del arte.
Posteriormente, para el pensamiento materialista histórico,
el individuo sólo expresa la acción de poderosas fuerzas sociales, de manera
que el lugar del individuo y su biografía se ve ocupado por las diferentes
clases sociales.
En la base de esta perspectiva hay la consideración del
origen del arte como consecuencia y producto de la actividad productiva humana.
Para este pensamiento el arte es una forma de trabajo.
Por lo que la preocupación se traduce en la poca preferencia
por el término “creación” y la elección del vocablo “producción”
Al señalar que el lenguaje apareció junto con los
instrumentos y el trabajo, este tipo de enfoque puso énfasis nuevamente en la
relación entre arte y lenguaje.
La subordinación e instrumentalización del arte será un
sueño acariciado por regímenes marcadamente autoritarios.
La función que se le asigna al arte dependerá de los
diversos enfoques.
Para quienes consideran que el arte es una forma de
conocimiento, asimilarán al arte a una función mimética, es decir, de imitación
o reflejo de la realidad. Esta posición viene desde Platón y Aristóteles,
desarrollándose a lo largo de la historia...
Quienes asumen que el arte es expresión, ligarán su función
a lo estético y en tanto emoción de una subjetividad, pretenderán negar en el
arte alguna función cognoscitiva, reiterando que no es vehículo de saber, sólo
plasmación de la belleza.
El arte es un lenguaje, es decir, establece una comunicación
entre un emisor y un receptor. Al definir el arte como lenguaje estamos
precisando lo esencial de su organización. Para que el destinatario comprenda
al remitente del mensaje es necesario que exista un intermediario común: el
lenguaje.
Pero el arte y la
literatura son lenguajes especiales, son lenguajes que se basan en otros
lenguajes (lenguas naturales, colores, notas musicales, etc.).
El estudio de la literatura y el arte no puede reducirse al
“contenido” o mensaje, dejando de lado la “forma” o particularidades
artísticas.
¿Qué comunica el arte? Evidentemente no se trata de un tipo
de información constatativa o verificativa, es decir, de la que podamos
establecer su verdad o falsedad; sino se trata de un tipo de información
realizativa.
Pero hay que destacar que una cosa es la verdad del lenguaje
y otra la verdad del mensaje. Nadie se plantea la verdad o falsedad del
castellano o el griego.
Al artista no hay que juzgarlo por la verdad de su lenguaje,
en oposición a la verdad de su mensaje, pues ni uno ni otro existen separados,
lo que interesa es distinguir lo que nos suscita su obra, distinguir la emoción
psicológica de la artística.
La mayoría de los seres humanos nos emocionamos por un
amanecer, por un accidente, por un hecho injusto,… pero no todos los seres
humanos en base a esa experiencia o vivencia psíquica podemos escribir una
novela, pintar un cuadro o componer una sinfonía.
El artista es ante todo un hombre, que no puede dejar de
participar y pertenecer a la sociedad, la humanidad, lo que implica que asuma
valores y puntos de vista, posturas políticas y creencias morales.
Sin embargo, su dimensión artística no se reduce a esa vida
o ese rasgo común.
El artista o escritor logra trascender esa dimensión e
instaurar una segunda naturaleza a su vida, expresada en la diferencia
existente entre sus emociones vitales o psicológicas que le sirven de sustento
y las emociones artísticas o sensibles que logra plasmar en sus obras.
La historia tiene múltiples ejemplos de grandes escritores
que llevados por su sensibilidad confundieron su compromiso artístico con el
político y terminaron apoyando a dictadores o genocidas.
Debemos hablar, pues, 1º.- de una realidad textual, es
decir, de un texto o estructura de lenguaje altamente organizada. En ese nivel
debemos distinguir: 2º.- lo pre-textual, es decir aquello que ha dado origen o
motivado la producción del texto, es decir las vivencias, experiencias o
emociones psicológicas desencadenantes; 3º.- lo contextual, o ámbito social,
cultural donde se recepciona dicho texto, es decir, la situación comunicativa
que establece con el entorno, de la que viene y hacia la que vuelve; y,
finalmente, 4º.- el subtexto, aquellos elementos imaginarios o del deseo, que
se han originado en las emociones psicológicas, experiencias o sucesos
personales o sociales que permanecen latentes o sumidas como impulsos ciegos en
la propia estructura textual, subterráneamente, inconscientemente, como
conjunción entre emoción y razón.
TEXTO – PRETEXTO - CONTEXTO – SUBTEXTO.
Esto nos lleva al contraste entre el pensamiento y el
sentimiento, es decir, al tema de la imaginación.
Por oposición al pensamiento
el sentimiento se presenta como algo simple, íntimo e incanjeable.
Mientras que el pensamiento es bipolar (verdadero- falso), básicamente
público (1 + 1 = 2 ó 45 grados es la temperatura) son pensamientos o
conocimientos que involucran y pueden compartir muchas personas) y
corroborables o verificables, el sentimiento se muestra como una realidad
contraria: más que verdadero o falso un sentimiento es o no es, es decir,
existe o no, es exitoso o es defectuoso, fracasa o triunfa; tampoco es colectivo,
pues cada uno tiene frente a los 45 ºC de temperatura una personal y no
intercambiable manera de sentir ese calor, muy personal.
Mientras la imaginación del científico está al servicio de
la racionalidad, el artista posee una imaginación centrada en eventos únicos e
irrepetibles que intenta trascender desde una comunidad emocional.
Por todo lo dicho, podemos concluir que el arte y la
literatura son una realidad muy singular, altamente organizada y que nos
comunican información, sentimientos y perspectivas, si no opuestas, sí
complementarias al conocimiento científico o a la experiencia racional.
La literatura forma parte de un conjunto de expresiones
culturales que habitualmente se integran en el concepto de las “Humanidades”;
conjuntamente con otras disciplinas como pueden ser las otras artes, tales como
la música, la pintura o la escultura, la filosofía, la economía, el derecho, y
otras que tienen como factor común el ser resultado de la actividad humana, y
no meros productos de la naturaleza. Reservándose, para el estudio de estos
últimos, la denominación de Ciencias.
Los artistas y sus obras, vistos como antenas sensibles de
la especie, permiten ampliar los alcances de nuestra actividad, proyectar más
allá de las posibilidades calculables nuestra capacidad humana e inventan,
prefiguran o delinean anticipadamente la acción futura, que acompaña como una
sombra al cuerpo del conocimiento, la ciencia o el saber.
Hay una estrecha relación entre el arte, la cultura y la
sociedad que es necesario resaltar y estudiar, pues su importancia para una
adecuada formación intelectual, para la comprensión de nuestra naturaleza
humana y para una introducción a la creación verbal es fundamental.
Toda creación humana es cultura, por lo tanto la literatura
es también un hecho cultural producto de la creación literaria, que crea y
difunde la cultura.
Así mismo la creación literaria es el producto de las
experiencias vitales, de la imaginación y de la creatividad humanas, acumuladas
a través del paso del hombre sobre la tierra, por lo que encierra una enorme
sabiduría, fruto de sus vivencias o de su imaginación que se registran en los
diferentes géneros literarios, con los que nos identificamos las diferentes
generaciones al través de los tiempos, por lo tanto la literatura constituye un
enorme legado cultural en el que se ve reflejada la propia historia de
humanidad, con sus errores y aciertos, con sus luces y sobras, sus grandes
anhelos, temores, logros y frustraciones.
Valerse del lenguaje para expresar emociones, para comunicar
sensaciones o pensamientos, es sin duda uno de los motivos de propia existencia
de ese lenguaje entre los hombres. De tal manera, no puede llamar la atención
que hayan existido textos que puedan calificarse de literarios, desde lo mismos
inicios de la escritura.
Nuestro gran literato, Miguel de Cervantes, cultivó los tres grandes géneros literarios
(poesía, teatro y novela) con el mismo empeño, aunque con resultados bien
distintos. La historia literaria ha respetado siempre la evaluación adelantada
por sus contemporáneos: fue menospreciado como poeta, cuestionado como
dramaturgo y admirado como novelista.
Numerosos narradores empiezan o terminan sus relatos con
alguna anécdota a partir de la cual despliegan una historia de largo recorrido.
La primera gran novela moderna, el Quijote, arranca
con el relato de una anécdota inolvidable por su excentricidad y por su
carácter insólito que, a pesar del tiempo transcurrido desde que aconteció, fue
rescatada casualmente del olvido en el que yacía.
La historia de un pobre hidalgo ya entrado en años que, de
tanto leer libros de caballerías, decide una mañana de julio transformarse él
mismo en un caballero andante y abandona la anónima aldea natal con el
propósito de revivir las mismas aventuras de estos personajes que
protagonizaban las novelas de caballerías.
Don Quijote de la Mancha es
la novela cumbre de la literatura en lengua española. Su primera parte apareció
en 1605 y obtuvo una gran acogida pública. Pronto se tradujo a las principales
lenguas europeas y es una de las obras con más traducciones del mundo. En un
principio, la pretensión de Cervantes fue combatir el auge que habían alcanzado
los libros de caballerías, satirizándolos con la historia de un hidalgo
manchego que perdió la cordura por leerlos, creyéndose caballero andante.
Para Cervantes, el estilo de las novelas de caballerías era
pésimo, y las historias que contaba eran disparatadas. A pesar de ello, a
medida que iba avanzando el propósito inicial fue superado, y llegó a construir
una obra que reflejaba la sociedad de su tiempo y el comportamiento humano.
La buena literatura es, esencialmente, antropológica pues
pone al descubierto aspectos esenciales de la condición humana, desde la
conciencia moral en “Crimen y castigo” a la muerte en “Cinco horas con Mario”,
desde la lucha por la justicia en “Poema de Mío Cid”, hasta el cambio de
mentalidad histórica en “El nombre de la rosa”, desde la compasión en “El viejo
y el mar” al sufrimiento en “Lazarillo de Tormes”,….
No se trata tanto de contar (que también) como de “contarlo
bellamente”, por eso la literatura es doblemente cultura.
No es lo mismo decir: “te quiero mucho” que decir: “si tu me
dices ven, lo dejo todo”.
“El jinete se acercaba tocando el tambor del llano”.
Produce una percepción auditiva. Es una transformación de la
acción táctil de los cascos del caballo sobre el camino. Las pisadas también
producen el traqueteo sonoro.
Hace posible la metáfora del llano convertido en tirante
piel del tambor.
La intensidad y la originalidad marcan la diferencia.
La riqueza conceptual y el dominio de los recursos
estilísticos marcan la diferencia. Hace que lo mismo suene mejor. La
musicalidad de las palabras presentes en todo poema que se precie, aunque sea
de rima libre. El ritmo.
Ideas no simplemente expuestas sino envueltas en la magia
del lenguaje que logra la belleza literaria.
¿Qué son los clásicos sino los que han sabido tratar
bellamente los temas humanos universales? Por eso, aunque todo lo de alrededor
cambie, ellos permanecen, porque han acertado a expresar bellamente las
cuestiones fundamentales humanas.
La Ilíada y la Odisea, tras tres mil años, sigue siendo un
ejemplo de que ellos son como nosotros, o nosotros como ellos.
Seguramente, podíamos calificar a Homero como el primer
artista de la cultura occidental, tras bajarse el telón de la prehistoria, al
entender la complejidad de la condición humana y revestirla con una forma literaria
bellísima.
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