Es ese exceso de conocimiento, más allá del necesario para
vivir, el que genera al “genio”, cuyo fin es la contemplación de la realidad.
Pero hablar de “genio” no es hablar de inteligencia
científica ni de conocimiento discursivo, sino de “conocimiento intuitivo”.
Para Schopenhauer, cuya obra principal es “El mundo como
voluntad y representación”, la realidad es, en el fondo, un impulso ciego e
irracional a la existencia.
Este impulso a vivir
cristaliza y se concreta en todos y cada uno de los seres, de distinta manera,
tanto en el hombre como en las cosas naturales y en los animales y es a lo que
él denomina “ideas” = formas universales y permanentes como el instinto animal
que lleva a un jilguero a construir un nido y procrear para dar origen a más
jilgueros individuales o como la fuerza de la gravedad, impulsando a los seres
materiales.
La voluntad es “una” pero cristaliza en forma de multitud de “ideas” que, en el caso de los
animales lo llevan a la guerra de todos contra todos por la existencia.
En el hombre esa “voluntad” se manifiesta en forma de
deseos, ambiciones, pretensiones…
La razón y el entendimiento, como instrumentos que posee el
hombre al servicio de esa voluntad ciega de existir, de vivir, construyen una
visión irreal del mundo pero que le son muy útiles a esa voluntad de vivir.
La razón y el entendimiento organizan la realidad en forma
de un entramado de relaciones espaciales, temporales y causales. Y es a ese
“entramado” a lo que Schopenhauer
denomina “representación”, ya que ese mundo organizado es una representación
mía (pues tanto el espacio como el tiempo y la causa no son nada real, sino que
el sujeto humano pone para organizar la realidad).
Tenemos, pues, por un lado, “el mundo representado”
(apariencia de realidad, realidad organizada según lo que el sujeto pone para
ello) y por otro lado la realidad en sí, el “impulso ciego e irracional a la
existencia” y que permanece desconocido para la mayoría de los hombres.
Es esta “voluntad de vivir” la causante del sufrimiento
permanente que es la existencia.
¿Hay alguna forma de escapar a este sufrimiento, al dolor, a
la infelicidad permanente?
Una de esas formas es la proporcionada por el arte.
La “experiencia estética”, que es una “contemplación
desinteresada” de sus objetos es la que, en esa actitud desinteresada, nos
facilita escaparnos de las garras de la voluntad, que deja de tener fuerza
sobre nosotros, deja de arrastrarnos.
El artista auténtico, el genio, es el que es capaz de acceder a un grado superior de conocimiento,
de modo que no se conforma con ese “mundo representado” y entra en conocimiento
de esas cristalizaciones permanente de la voluntad que Schopenhauer denomina
“ideas”.
Así el arte funciona como un calmante de mi voluntad ya que
me permite una “contemplación desinteresada de la auténtica realidad”.
Para él la forma suprema del arte es la tragedia porque
expresa y objetiva como ninguna otra el dolor causado por la voluntad, lo que
nos ayuda a liberarnos de su presión.
“La tragedia expresa y objetiva el dolor y los afanes de la
humanidad, el triunfo de la maldad y del azar, el hundimiento de los justos e
inocentes”
Aunque superior a la tragedia está la música, en la que se
muestra el fluir de la voluntad misma.
El genio consiste en un poder y exaltación del “conocimiento
intuitivo” y en eso se distingue de la inteligencia científica, que se
manifiesta especialmente eficaz en el “conocimiento discursivo”.
Con éste podrán conseguirse avances y obras, pero
perecederas aunque agradables para los contemporáneos, pero las creaciones
inmortales serán siempre obras del genio, cuyas características, según
Schopenhauer, son:
.- IMAGINACIÓN, ampliando casi hasta el infinito el
horizonte de visión del individuo genial.
Ella es una condición esencial del genio pues sin ella no
podría superar las coordenadas espacio-temporales y sólo con ella se dan las
intuiciones.
Todo genio tiene que ser imaginativo, pero no toda
imaginación es genial.
.- SUPERACIÓN DE LA VULGARIDAD.
El individuo vulgar sólo es capaz de dirigir su atención a
las cosas que se relacionen con la voluntad de vivir y es incapaz de detenerse
en la contemplación de cualquier otro objeto, ya sea una obra de arte o un
paisaje natural. Para él sólo sirven los datos.
Recuerdo la inocentada de ver la torre ausente de la
catedral (de nuestra “manquita) llena de apartamentos con el letrero de
“Construcciones Jesús Gil” (o algo parecido). Jesús Gil, el típico “hombre
vulgar”.
El genio, en cambio, se recrea en la contemplación de la
vida por lo que ella es en sí misma, se esfuerza por penetrar en la “idea” de
cada cosa, prescindiendo de sus relaciones con los demás objetos.
En sus propias palabras: “así como para el hombre vulgar el
conocimiento es como una linterna que dirige sus pasos, para el Genio es el sol
el que ilumina el mundo y revela su sentido”.
La distancia entre la luz procurada por la linterna y la luz
que nos proporciona el sol es, sin duda, la metáfora más apropiada para
expresar la distancia existente entre el conocimiento ordinario y el
conocimiento genial.
.- RAZÓN-GENIO-LOCURA.
“Es raro encontrar mucho Genio unido a mucha Razón. Por el
contrario, un talento genial está sometido muchas veces a vivos afectos y a
pasiones poco razonables”.
La persona prudente nunca será genial y el genio será el ser
más ajeno al individuo prudente.
Puesto que la conducta del genio no está dirigida por la
Razón, sino por la Intuición, el influjo de lo inmediato le suele conducir a la
irreflexión, al arrebato y a las pasiones.
Genialidad y Locura pueden llegar a coincidir en el momento
de la inspiración, ya que éste es el momento en que la inteligencia se libera
completamente de su tiranía a la voluntad de vivir, por ello se trata de un
estado antinatural
.- MELANCOLÍA E INFANTILISMO.
La melancolía es una de las condiciones esenciales del genio
que, a menudo, sucumbe en el decaimiento y la nostalgia, pues se percata
claramente de las miserias de la vida humana. Al revés que el hombre vulgar,
que suele generar seguridad en su enfrentamiento continuo a la realidad.
Su estado mental es como el de un niño, libre de las
sujeciones de las miserias de la realidad sensible.
NIETZSCHE.
Presupuestos:
1.- Nietzsche es el iniciador de una corriente filosófica
conocida como “vitalismo”, cuya idea central es que “la vida (con todo lo que
conlleva de contradicciones, sufrimiento, felicidad,…) es el valor supremo”.
Más aún, la vida es la fuente de todo valor.
2.- Nietzsche es un admirador de la cultura griega arcaica,
a la que considera la forma más elevada de cultura que ha alcanzado la
humanidad.
3.- Nietzsche comienza su andadura filosófica influido por
Schopenhauer, pero en polémica con él.
VITALISMO Y TRAGEDIA.
Para Nietzsche la vida se caracteriza por el dinamismo, la
lucha, la tensión, las contradicciones, el sufrimiento,…por lo que lo que mejor
expresa el carácter esencial de la vida es la tragedia, de ahí lo de “filosofía
trágica”, como a veces se denomina a su filosofía, al poner el acento en los
aspectos contradictorios de la existencia.
El arte, y en concreto la tragedia griega, es una forma de
sabiduría, en tanto que muestra el carácter esencial de la vida.
Apolo y Dionisos.
Nietzsche, en “El origen de la tragedia”, puso de manifiesto
el dualismo que recorre todo el arte griego:
a.- El arte griego es racionalista, fruto del orden y de la
medida, de la armonía. Esto se manifiesta, especialmente, en la Arquitectura y
en la Escultura (Véase el Partenón de Atenas o el Doríforo de Policleto,
expresiones del racionalismo en el arte, de la armonía de las formas y responde
al ideal de vida griega, enfocado hacia la virtud y la belleza)
b- Pero, al mismo tiempo, toda la realidad griega está
atravesada por una dimensión irracional, que se expresa perfectamente en “la
tragedia” griega, sobre todo en las de Esquilo, en las que se retratan las
pasiones del ser humano, sus miserias y sus grandezas.
Con ese esquema Nietzsche interpreta que las Artes
Plásticas, como la Filosofía y la Ciencia, están regidas por el racionalismo
del orden y de la medida (o sea, por Apolo: dios del sol, representante de la
luz, de la razón, de la sobriedad, de la austeridad, del día, del trabajo, de
la virtud, de la riqueza de la persona…)
Mientras que las Artes Narrativas (sobre todo, la Tragedia)
están dominadas por las pasiones, por la sinrazón, por el desorden… (o sea, por
Dionisos: dios de la locura, de las tinieblas, de la embriaguez, de la noche,
de la tragedia y de la música, de la fiesta, del vicio, de la pobreza de la
persona…)
La Tragedia, representada, genera catarsis, purificación,
tanto de los personajes encarnados por los actores como de los espectadores,
que salen del teatro muy reforzados anímicamente, ennobleciéndolos.
El arte dionisíaco está muy relacionado con las “bacanales”,
las fiestas que se realizaban en primavera, en las que se buscaba una vuelta
del ser humano a la Naturaleza y en la que el vino era un elemento fundamental.
Durante el resto del año todos muy racionales, educados,
ordenados,….apolíneos, pero durante las “bacanales”, con el vino de por medio y
levantado el freno de la razón, se desata y se deja correr el instinto, nuestra
verdadera esencia, pero que la sociedad, durante “el día”, no lo permite, por
eso en el sueño, en el estado onírico, aparece lo que, durante el día está prohibido,
cuando la conciencia se relaja y es el inconsciente el que reina a sus anchas.
Lo dionisíaco y lo irracional están estrechamente ligados a
la inspiración, a la creación artística.
El poeta es un enviado de los dioses, es un médium a través
del cual los dioses hablan (como los escritores de los libros “revelados” de la
biblia).
A esta experiencia los griegos la denominaron “endiosamiento
o manía”, ya que en la experiencia artística un dios o musa hablaban a través
del poeta.
El arte, pues, no es lo propio de un habilidoso, sino del
poseído por las musas: el artista no es un ser consciente de su tarea, sino que
es un manualista poseído por los dioses.
Sólo el filósofo podrá enjuiciar su obra: “lo entenderán los
sabios, pero no los cuerdos”
La simple técnica no llega a la belleza en sí, la sabiduría
la alcanza, pero sólo a través de la razón. Únicamente la locura produce, por
inspiración o profecía, los mismos efectos que la sabiduría racional.
Al ser él un filólogo especializado en filología clásica cree
descubrir en ella una lucha entre dos principios fundamentales: por un lado una
vitalidad exuberante, un sentimiento de ebriedad que arrastra al hombre griego
a empresas desmesuradas y que lo amenaza permanentemente con la autodestrucción
y, por otro lado, una tendencia a dar forma a esos impulsos, al control, a la
racionalidad.
Estas dos tendencias (como anteriormente hemos expuesto) aparecen
simbolizadas en forma de los dioses míticos Dionisos y Apolo, los dos en los
que aparece expresado en forma simbólica el auténtico espíritu de la cultura
griega.
Dionisos expresaría el impulso creador, instintivo, que se
manifiesta en estado puro en la música, mientras Apolo expresaría la tendencia
a dar forma a la realidad, a crear bellas apariencias, lo que aparecerá
expresado en estado puro en el arte figurativo, la escultura, la arquitectura.
En la tragedia, el arte por excelencia, aparecerían
expresados ambos impulsos: la vitalidad desbordada, la ebriedad dionisíaca,
expresada por el coro, y la bella apariencia, expresada en la representación
teatral en el escenario.
La voluntad schopenhaueriana, como impulso ciego e
irracional a la existencia, es el Dionisos nietzscheano, y la “representación”
de Schopenhauer, el mundo de la realidad organizada tal como se nos aparece, es
el Apolo de Nietzsche.
Pero hay una diferencia entre ellos: frente a la visión
pesimista de la vida, como dolor y contradicción, y que es necesario acallarla,
apaciguarla, está el optimismo trágico de Nietzsche que, aunque la vida sea
dolor y contradicción, ella es el valor supremo, por eso hay que saber
asumirlos, tener la fortaleza de asumirlos y, además, alegremente.
El arte, pues, no tiene como misión ser un calmante de los impulsos vitales como quiere
Schopenhauer, ni purificar nuestras emociones, como quería Aristóteles, sino
que el arte ayuda a intensificar la vida.
El arte expresa la capacidad creadora de la existencia y el
artista es el tipo superior de hombre, frente al moralista, al científico y al
religioso.
El conocimiento, para Nietzsche, como búsqueda de la verdad
no puede tener nunca la última palabra.
La verdad no debe ser el criterio último que decida sobre
nuestras acciones, sino que el criterio debe ser la vida.
Por lo tanto, si la mentira es buena para la vida, debemos
defenderla frente a la verdad.
Es lo que hace el arte, al crear bellas apariencias, que son
como imágenes oníricas que nos permiten disfrazar lo negativo de la existencia,
para mejor soportarla y para hacer nuestra vida más plena.
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