LA ENVIDIA ¿PECADO O VIRTUD?
“El 1º, Soberbia, el 2º, Avaricia, el 3º……., el 6º, Envidia, y el 7º, Pereza”. ¿Los recuerdan Uds.?. Los siete pecados capitales (como “la pena capital”) pero que en vez de mandarte a la otra vida, te mandan eternamente al Infierno.
Y sus opuestos. “Contra Soberbia, Humildad, contra Avaricia,……, contra Envidia, …..”.
Hay “soberbios y soberbios”. El auténtico soberbio es el que, como su nombre indica, “tiene una vida superior”, “es superior”, ¿por qué va a ser pecado no ser del montón y sobresalir, ser superior?.
¿Por qué va a ser una virtud la Humildad si uno es superior?.
Humildad es “bajeza, bajura de vida”. “Humus” es “tierra” (de ahí la “in-humación”).
¿Por qué va a ser virtud ser el último y vicio ser el primero o ser de los primeros?.
¿Por qué esa manía de la Iglesia por la humildad cuando las altas, medias (y me atrevería a decir que) todas las jerarquías eclesiásticas, nunca han sido humildes?.
¡Con lo fácil que es ser humilde y quedarse el último de la cola¡
Lo que ocurre es que “el falso soberbio….”
A mí me gustaría ser un hombre superior, extraordinario, “soberbio” y sincero. Poder mostrar esa excelencia, pero no para menospreciar a nadie sino para servir de aliciente a otros.
Igual ocurre con la Envidia.
Hay “envidiosos y envidiosos”.
Hay envidiosos que se limitan a odiar al envidiado, a tratar de obstaculizarlo, a destruirlo, a ponerle palos a sus ruedas,… rumiando un sentimiento, hacia él, negativo y esterilizante.
Este tipo de envidiosos está obsesionado por agarrar de los pies a los envidiados y “bajarlos”, “rebajarlos”, ponerlos a su poca o nula altura.
Su obsesión es que el otro no suba ni esté instalado allí arriba (porque nadie envidia al pobre, al enfermo, al sin techo, al parado… a los de abajo).
Pero hay otro tipo de envidiosos. Por ejemplo, yo, que trato de imitar, de emular al envidiado, luchando por subir, por igualarme a él. Por ponerme a su altura.
Mi obsesión es subir y estar a su altura, no que el otro baje para que esté a la mía.
Yo envidio a los grandes filósofos de la historia y a tantos y tantos filósofos actuales. Ellos me sirven de estímulos, de acicate, de imanes atractivos a los que llegar.
Cuando el demonio tentó a Eva con “y seréis como dioses”, la engañó, porque sólo la invitó a comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal, es decir, la invitó a ser “sabia”, como Dios; pero nada le dijo del otro árbol, el Árbol de la Vida, para ser Inmortal, como lo es Dios.
Dios, nos cerró, a los hombres, el acceso a la Sabiduría y nos dejó sólo la vía del Conocimiento. Del otro Árbol, como no lo probó, nos dejó mortales.
¿Quería Eva rebajar a Dios a nivel de ella o sólo quería ser ella tan sabia como Dios?.
“Y seréis como DIOSES”, no dijo “seréis como Dios”.
Eva quería ser una Diosa más, no rebajar a Dios ni a los dioses.
Si existen atajos para llegar a la meta ¿por qué tener que dar tántos rodeos y dedicarle tántos esfuerzos?.
El Mito de Adán y Eva ha hecho mucho mal a la humanidad, sobre todo a las mujeres, en nuestra tradición judeo-cristiana-musulmana.
Igual que el Mito de Caín y Abel ¿por qué Dios muestra su preferencia por la carne de los animales de los rebaños de Abel menospreciando los frutos de la tierra de Caín?. ¿Por qué ganaderos y pastores son preferidos a agricultores, a labradores?.
¿Un Dios carnívoro?.
Caín envidia a Abel porque Dios ha optado por él, lo ha preferido a él.
La historia de la humanidad occidental será, durante miles de años, la historia de envidiosos y envidiados.
Unamuno, analizando este tipo de envidiosos los ve como la gangrena de la sociedad española, oliendo ya, con bastante anticipación “nuestra incivil guerra civil”.
“Quítate tú, para ponerme yo”. No es que yo sea mejor que tú. Es que no cabemos los dos. Sólo hay sitio para uno(s) y ese quiero ser yo.
La preferencia divina por Abel y el posterior fratricidio es la visión trágica de la vida y de la cultura española, pero con Dios o sin Dios de por medio.
Unamuno, que había optado por el segundo tipo de envidiosos, los que utilizan la envidia como un método de engrandecimiento espiritual, al estilo de Heráclito (“la guerra (la oposición de contrarios, la tesis contra la antítesis) es el padre/la madre de todas las cosas (la síntesis)”, que, interpretándola dialécticamente es/debe ser una progresión histórica, al recoger la “síntesis” lo mejor de la “tesis” y de la “antítesis”, se verá atrapado por el primer tipo de envidiosos, viéndose obligado a distinguir entre “guerra civil-civil” y “guerra civil-incivil” convirtiéndose en lo que años después otro filósofo español, Julián Marías, definiría, magistralmente, nuestra contienda del 36-39: “los justamente vencidos y los injustamente vencedores”.
La envidia, cuando en vez de ser estímulo de ascenso y progreso, se convierte en odio, acaba en tragedia. Eso fue nuestra última (esperemos) guerra civil. La de la reconciliación imposible, la del “tú eres Caín”.
Unamuno utiliza material bíblico sin tener en cuenta connotación religiosa alguna, como el pintor que utiliza moldes de magdalenas para mezclar sus colores, en este caso los mitos bíblicos para verter en ellos la triste, pero real, situación social española.
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