Hace unos días leí, con este título, la columna en el ADN, de mi admirada escritora Ángela Becerra.
Parece ser (no lo he comprobado) que la Jerarquía Eclesiástica ha condenado la fecundación in Vitro, de mujeres solteras, y considera “hijos del pecado” a los niños nacidos a través de los nuevos métodos de ayuda a la maternidad.
Cuenta Ángela Becerra que Inés, la niña de su amiga Marta, venida a este mundo por inseminación artificial, sirviéndose de las modernas técnicas de reproducción asistida, es, por unos cuando días, “hija del pecado”, porque, con que hubiera nacido una semana antes…
También dice que muchos, si pudieran, harían con ella (con Ángela) un churrasco poniéndola en una parrilla (y me he acordado de San Lorenzo, pero en femenino), por blasfema.
Una antigua alumna me comunicaba hace unos días, su alegría, porque estaba embarazada. Estaba nerviosa y expectante, pendiente de la ecografía. Quería saber si era Alejandro o era Lucía, lo que allí dentro se encontraba.
Era Lucía.
Desde el primer momento le aconsejé que, siempre que pudiera, y desde ya, se pusiera las manos en esa barriga progresiva y le cantara nanas.
Me contestó que desde el primer momento ya había empezado a hacerlo.
Me llevé una gran alegría, que la llevaré encima hasta que la vea (a Lucía) ya fuera y llorar.
No sé si mi antigua alumna está casada o no. Ni me interesa. Más aún, me importa un rábano su “estado civil”. Sé que quería ser madre. Sé que lo va a ser. Sé que será la niña más querida del mundo y ella la madre más feliz de la tierra.
Tú (permíteme que te tutee, porque a mí, también me gusta escribir, aunque lo haga mal) me hablas de Marta y de Inés. Estamos empatados.
Lo que más me repatea es que sean, precisamente, los que voluntariamente han hecho voto de castidad y renuncia a la generación de vida los que califiquen de buenos o malos a los que sí hemos optado por ser padres.
He escrito, muchas veces, tanto en mi blog como en mi web, sobre este asunto.
Cuando ya hasta en el ejército están entrando las mujeres, no por ser mujeres, sino por sus méritos. Cuando en todos los ámbitos de la vida, varones y mujeres compiten por hacerse sitio, en justa lid, sin discriminación de sexo (no soporto que se lo llame “discriminación de género”, porque la categoría “género” se aplica a las palabras: LA mesa, El perro, Lo justo… mientras los seres animales somos macho o hembra, varón o mujer), el último reducto numantino al que no tiene acceso la mujer es en la Iglesia como Jerarquía).
Si Jesús volviera los echaría del templo por insultar a la nueva vida.
Si cualquiera de ellos (de los jerarcas eclesiásticos) necesitase un transplante de corazón o de riñón, no preguntaría si el donante estaba en pecado o en gracia.
El pecado es no amar al hijo, no cómo ha venido o dejado de venir a este mundo
Yo no sólo no te condenaría. Desde mi Málaga te quemo unas varillas de incienso, para que te embriagues y sigas recreándome con tu columna.
Un admirador.
Tomás Morales Cañedo.
(Carta reenviada a Á. Becerra, la misma noche en que leí su columna)
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