Si durante tanto tiempo los enemigos del hombre han sido tres (el demonio, el mundo y la carne), hoy podemos decir que son dos: Las mezquitas islámicas, que te roban el alma (predicando el odio al enemigo) y la Banca Occidental, que con su avaricia sin fin, arruinan el cuerpo y la vida.
Desde hace mucho tiempo circula la teoría de “la maldición de los recursos naturales”, que crea “naciones ricas” al tiempo que “pueblos pobres” (aunque no sea del todo cierto y, para desmentirlo, ahí están Noruega, Nigeria o Indonesia).
Algo así como el refrán “Dios da pan a quien no tiene dientes”. Y estamos hablando de países árabes y sudamericanos.
Hablamos, entre otras cosas, de petróleo. Esa lotería geográfica, que pare riqueza fácil, que se convierte en tentación y cae en manos de dictadores, de corralitos o de democracias populistas que, cual Emperador Romano a destiempo, proporcionan “panem et circenses” y entretienen a las masas, al tiempo que se institucionaliza la corrupción.
La no necesidad de esfuerzo y la ausencia de mérito son los gérmenes del subdesarrollo.
Cuando se intenta, sólo, coger una mayor porción del pastel en vez de esforzarse por crear un pastel más grande, está ingresándose en el deterioro.
Con alguna antedicha excepción, las naciones agraciadas por la lotería geográfica de los recursos naturales fueron convertidas en colonias mimadas por las naciones occidentales.
No hay mejor método, para tomar posesión de algo, que el desconocimiento del valor de ese algo por sus naturales propietarios.
Exploradores y colonizadores, sobre todo, pero no sólo, europeos, apropiándose de propiedades ajenas, siendo acérrimos defensores de la propiedad privada.
Hasta que los países dormidos han despertado a la voz del líder, surgido del pueblo, y apoyado en su ejército, emprende la guerra de independencia y del imán, que desde su púlpito, incita y amenaza, predicando la guerra santa.
Las colonias, antes mimadas, ahora inspiran desconfianza y temor en sus antiguos dominadores occidentales, por: 1.- Su proximidad; 2.- Su mano de obra barata; 3.- Sus recursos naturales; 4.- Su pobreza, causa de las oleadas de emigrantes, y 5.- La amenaza del terrorismo islámico.
Francia, Italia y España, antiguos colonizadores, intentan mantener unas buenas relaciones, teóricamente políticas pero prácticamente comerciales.
A los países occidentales no les interesa tanto el establecimiento de la democracia en esos países, como el mantenimiento o incremento de los intercambios comerciales.
De hecho, no les ha ido tan mal durante los 23 años de permanencia en el poder del dictador Ben Alí, en Túnez.
Es verdad que la diplomacia no tiene amigos, sino intereses.
Ben Alí había establecido un régimen laico y una política neoliberal.
La “revolución del jazmín” y el destronamiento del dictador no han provenido tanto por causas políticas ni religiosas, como por la alta tasa de desempleo, por la carestía de la vida y por la corrupción de sus dirigentes y adláteres, en un país que basa su riqueza en el turismo, en el petróleo y en el gas natural.
Las ventanas de las redes sociales, por las que los tunecinos se asomaban y veían el mundo occidental, también han contribuido a la revuelta.
Su alta preparación académica y su capacitación profesional no se correspondían con la pobre realidad presente y con un futuro no claro, a corto y medio plazo.
La “revolución popular” ha hecho surgir y gritar, en Túnez, el deseo de democracia, mientras en otros países, también islámicos, la respuesta popular al descrédito de sus dictadores laicos, (como el Sha de Persia) terminó en la implantación de la teocracia de los imanes.
En la reflexión anterior mostraba mi temor, al tiempo que mi esperanza.
ESPERANZA al no ver a los imanes y su islamismo fanático queriendo ocupar el centro de la vida social, sólo así es posible una sociedad democrática.
Las religiones, ninguna, no tienen por qué desaparecer, lo que no pueden es aparecer en el centro y querer vertebrar la sociedad. El centro, siempre, tiene que ser laico.
La religión es un derecho, nunca debe ser un deber. Una religión oficial es el mayor enemigo de las demás religiones.
TEMOR al ver al pueblo tunecino que quiere la democracia ya, ahora, completa, perfecta. Y las prisas nunca han sido buenas consejeras. Este período de incertidumbre, en el que se encuentra el pueblo tunecino, es un período de siembra, de sementera, y no de recolección.
El pueblo tunecino está muy nervioso. Pide, exige, urgentemente, la democracia, cuando las urgencias son sólo soluciones provisionales y no definitivas. Sirven para cortar una hemorragia, pero no para prescribir un tratamiento y hacer el seguimiento de un régimen curativo.
Este demasiado nerviosismo ya está afectando al turismo, una de sus principales fuentes de riqueza.
No he visto, en Túnez, Tarancones clarificadores, ni Carrillos pacientes y tragando saliva, ni PSOEs sensatos en época de río revuelto, ni Suáreces centrados, ni derechas que apuesten por el juego limpio, ni revanchistas,…
Sólo así pudo madurar el fruto democrático, siendo magnánimos en cesiones, creando una atmósfera serena, pactando.
Las calles, como lugar de protesta, de desahogo ante tantos años de opresión, no pueden pretender ser sedes parlamentarias.
¡Quiera Alá y todos los demás dioses que encuentren el camino que andan buscando¡
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