El Integrismo es no sólo una forma de pensamiento, también es una forma de acción. Y no sólo en el Islamismo, también en el Cristianismo, en general, y en el Catolicismo, en particular.
Podríamos decir que todo comenzó cuando la Aristocracia y la Iglesia perdieron el protagonismo en la Francia de finales del XVIII. Dos de las patas en que se asentaba la Monarquía Absoluta se tambalean y la mesa se cae. Lo que venga después es otra historia.
La burguesía desplazó a la Nobleza, en lo político, y la Diosa Razón ocupó el lugar del Dios cristiano, en lo social, en lo familiar, en lo moral, en lo educativo, en la vida, al tiempo que el poder pasa al pueblo, que se convierte en soberano, sustituyendo al Rey.
El poder ya no viene de Dios, sino del pueblo, que, tan sólo, lo cede, y quien lo ejerza no tendrá que dar cuenta de su gestión ante Dios y ante la Historia, sino ante el pueblo soberano.
La antigua estabilidad social, política y moral se desestabilizó con la Revolución Francesa.
La Enciclopedia, con su Saber y Conocimiento, desplazó a la Biblia, con su palabra revelada y su fe.
La declaración Universal de los Derechos del hombre y del ciudadano será, a partir de ahora, el programa ético a realizar.
El bien y el mal ya no provienen de Dios sino de la Razón.
Asistimos al divorcio entre la sociedad moderna, (surgida de la Ilustración y de la Revolución Francesa, teniendo como guía a la Diosa Razón), y la doctrina social de la Iglesia Católica (con la Biblia, revelada, como guía).
El diálogo, la discusión y el acuerdo sustituyen al monolitismo religioso. El pecado queda para los creyentes, que no serán todos, pero el delito será general, pues TODOS son ciudadanos. La multa y la cárcel, aquí, en esta vida, sustituyen a las penas eternas en la otra vida.
Lo que uno piense al Estado no le incumbe, lo que uno hace o dice, sí.
La Ética, expresa en los Derechos Humanos, sustituye a la moral religiosa cristiana.
La vida comienza a ser terrena.
El futuro queda en manos de los hombres y Dios nada tiene que ver en ello, como nada tiene que ver con el progreso. El hombre ha pasado a ser mayor de edad. La moral, de heterónoma, se ha convertido en autónoma. Será la razón la que dirija la conducta y la práctica diaria, no la jerarquía eclesiástica. El único tribunal es la Razón. Los hasta ahora consejeros espirituales, asesores morales, guías educativos, ministros religiosos,… se inscriben en el paro.
La sociedad se ha convertido en laica.
Si Marx y Engels, desde su ateísmo, sacaron a la luz su Manifiesto Comunista en 1848, radiografiando al capitalismo y proponiendo la forma de conseguir vencerlo, para sacudirse la explotación del hombre por el hombre, con el grito final de “proletarios de todos los países, uníos”, hubo que esperar a 1892 a que la Iglesia gritase, denunciando lo mismo, con la encíclica “De rerum novarum”, de León XIII, proponiendo, no la revolución social, sino la llamada a la conciencia de los capitalistas, para que “fueran buenos” y abandonaran su manera de actuar.
La sociedad iba en una dirección y la religión en otra distinta.
La sociedad moderna pretende decretar la “muerte de Dios” o, al menos, actuar y vivir “como si Dios no existiera”, “al margen de Dios”, mientras que lo que intenta el Integrismo es reconquistar el papel, la función, central de la religión, en la sociedad, como lo fue en otros tiempos.
Para el Integrismo la Doctrina Social de la Iglesia debería aplicarse a todas las esferas de la vida social, desde la economía a la política, sin ninguna mediación, rechazando toda autonomía relativa de cualquier esfera de la acción humana.
La religión, tal como lo decreta el Magisterio de la Iglesia, debería ser la levadura que fermente TODA la masa de la vida humana, estar presente en toda actividad humana.
La sociedad, su funcionamiento, debe seguir y debe regirse por el código de circulación propuesto por la Iglesia.
Aplíquenlo a cualquier religión.
(Continuará).
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