Hago mío el dicho (por no sé quién) de que: “es imposible que una gran nación siga siendo grande cuando el gobierno es malo” “ y a la oposición se le supone” –añado yo.,
Las campañas electorales son unos montajes escénicos, unos espectáculos, económicamente caros, programados por una élite subvencionada, diseñado por no diseñadores, estéticamente feos, para gente poco exigente, y cuyo costo lo pagamos entre todos.
Acaba de abrirse la veda con la campaña electoral en Cataluña. Queda, pues, inaugurada la salida del insulto, la zafiedad y, a falta de ideas, de las ocurrencias.
Deberían estar prohibidas, y más en los tiempos económicamente débiles en que naufragamos, porque, de la noche a la mañana, y sin jugar, hemos pasado de la Champions league al borde del precipicio. Todos trabajando en vez de gastar en montajes, alquileres, desplazamientos, viajes gratuitos con la obligación de asistir al mitin de turno y aplaudir, con tarde libre y bocadillo incluido.
Las campañas electorales, con las farolas tomadas por cabezones enormes, de sonrisas forzadas, con amplios estrados para candidatos gritones, no son sino caladeros de votos donde quien más pesca, por lo general, no es el mejor, sino el más seductor a la masa, que traga consignas y propaganda, pero que no exige razonamientos.
Como la gente (marketing puro y duro) compra más al que mejor se anuncia, allá van todos los anunciantes, disfrazados de políticos (bienhechores de la polis).
Puesto que todos sabemos leer, en una mañana de buzoneo todos los programas electorales podrían estar a disposición de los votantes y la televisión y las radios, libres para seguir emitiendo lo de siempre y no sentirse obligados a…
Es verdad que “la opinión de un sabio vale más que las 100 opiniones de 100 necios” –Heráclito dixit. Pero eso es respecto a la verdad, porque, en las urnas, 100 votos valen 100 veces más que un voto.
Las democracias no saben de calidad y la aritmética es implacable.
Es triste, pero esto es lo que hay, “la democracia, ahora mismo, “sólo” es una suma de votos, y ¡hasta las próximas elecciones¡”
Todo legítimo, todo legal, pero no necesariamente ético.
Unos candidatos desesperados, y esperanzados a la vez, generalmente con poca educación, porque los modales han quedado aparcados, y la masa pide gestos, vomitan palabras gordas, hacen declaraciones muchas veces injustas, falsas y obscenas, haciendo mucho ruido gratuito y miserable, a la caza y captura del voto poco elaborado.
Acusan, a la vez que prometen, descanso festivo continuo en paraísos fiscales a quienes sobreviven en un infierno impositivo, y todo a partir del día de la votación.
Al menos la religión te prometía el paraíso celestial, en la otra vida, si amabas al prójimo como a ti mismo.
El político te promete el paraíso terrenal en cuanto le sueltes tu voto, sin siquiera exigirte que lo estimes.
Da igual que el país esté a obscuras, con claridad o a media luz. Unos verán el final del túnel y brotes verdes y los otros, mirando lo mismo, verán oscuro, negro, el horizonte que nos espera.
En toda comunicación tiene que haber, al menos, tres elementos: el emisor, el mensaje y el receptor.
En las campañas electorales el emisor (el político) es un mentiroso (porque él sabe que no va a poder cumplir lo que dice), el mensaje, por lo tanto es falso, y el receptor es el engañado, pero feliz y contento, en su ignorancia, por considerarse protagonista ya que es (y es verdad) dueño de su voto.
A las democracias occidentales se las llama “dictaduras del capital”, pero barnizadas.
Desde ahora todo está permitido, menos el sentido común, que, avergonzado, se va de vacaciones o se queda en casa. Los más lenguaraces, los energúmenos de turno (que los hay), de boca bailona y lengua suelta, “soltarán” sandeces, dignas de aparecer en manuales de lo que no debe hacerse, y siendo, realmente, unos discriminados positivamente, unos privilegiados, se sentirán víctimas del sistema, humillados, e intentarán desnudar, con metáforas verbales, a sus adversarios, intentando que queden al aire sus vergüenzas, mientras los fans aplaudirán a rabiar como locos, por la última tontería que acaba de salir de su boca, sin ser consciente que el retratista se retrata en el acto de retratar.
Hay inmunidad, durante la campaña electoral, todo es gratis y él queda impune.
Debería existir una posible desconexión para quienes, como yo, consideran los mítines como actos, con asistentes intelectualmente no muy bien dotados, mentalmente no muy afortunados.
Pero es que, a mí, refractario a espectáculos tales, se me cuelan en el buzón, con sobre y papeleta ya dentro, para que no tenga ni que pensar, en la prensa, por Internet, en la radio, en la televisión, y son correos no deseados, que no tendría que eliminarlos si no me llegaran, sin quererlos.
Las campañas electorales están diseñadas para simples. La gente va a escuchar lo que quiere escuchar y el orador suelta, por su boquita, lo que la gente quiere oír.
Y lo que quiere oír no son tanto ideas y razonamientos como ocurrencias, gracietas e insultos a los adversarios, vengan o no vengan al caso.
La sobreactuación y los bajos instintos suben a la superficie. Las navajas traperas se desenfundan. Los candidatos sacan sus brochas gordas para emborronar al adversario, venga o no venga a cuento, en vez de mostrar su cuadro.
Y como uno defiende las energías limpias y el otro fuma puros, ¡leña al mono¡ mientras el vulgo enfría, ya, sus manos de tanto aplaudir. Como si lo malo del otro (en caso de que lo hubiera) hiciera bueno lo de uno.
Y como uno usa gafas, el otro gritará que si no puede ver el presente, que lo tiene delante ¿cómo va a estar capacitado para ver el futuro?
El mitinero, agresivo acústico por naturaleza, no expone su programa, grita, como un descosido, contra la persona del otro, por lo que su mensaje es: vótenme a mí, que seré malo, pero es que el otro, seguro que, es peor” y lo digo yo. Como si eso fuera una razón. Como si el volumen de su voz fuera directamente proporcional al peso de sus argumentos.
La S.G.A.E, aquí sí que debería estar presente y grabar en video, para después cobrarles impuestos o tasas elevados, tanto al que habla como a los que van a escucharle.
Es típico del mitinero considerarse víctima (esto vende mucho y cala bien), aunque sea él el que no suelta la garganta del adversario ni levanta el pie del pescuezo del otro.
¡Hay que ver lo malos que son los adversarios¡, como si eso los convirtiera a ellos en buenos.
El Sáhara, ahora mismo, mientras escribo estas líneas, dejado a su suerte e invadido, estará en boca de unos, mientras habrá un pacto de silencio en los otros. Justo lo contrario si el gobierno fuera oposición y la oposición gobierno.
Como la veda ha quedado abierta algunos, a falta de perdices o conejos a los que disparar, hasta le disparan, con vocablos, a la paloma del Espíritu Santo, mientras algún otro proclamará que siempre ha sido, y debe seguir siendo, un ave protegida.
Y habrá un desfile de barones arropando al barón de turno, que tiene que desnudarse ante sus electores y todos acudirán a prestarle sus mejores ropas o a disimularle sus carencias.
Una ocurrencia mía (de última hora): “¿por qué todos los barones son varones, cuando tanto se habla de la paridad? ¿las varonas(¿) no dan la talla de líderes?. ¿A esto no se le llama “discriminación por razón de sexo”?.
Lo más curioso de este asunto es que los asistentes a los mítines no son votantes a convencer. Esos ya son votantes convencidos. No necesitan que les digan nada interesante.
ResponderEliminarTienen su voto decidido y por eso acuden a oir a la persona a la que van a votar.
¿Qué más les da lo que le digan?