miércoles, 3 de agosto de 2016

EL MAESTRO DE RUZAFA.



                                                                
El terror religioso de la Inquisición no acabó en la Edad Media. Valencia arrastra la lacra de haber matado al último condenado por herejía de todo el mundo. Fue el maestro Gaietà Ripoll, nacido en Solsona y emigrado a Russafa, y lo ahorcaron tal día como hoy de 1826. Ahora, una investigación ha logrado ubicar dónde estaba la barraca-escuela en la que daba clases a los niños sin plegarse a los dogmas católicos.

LAICISMO.ORG


         El autor de la obra hace una descripción certera de quién era este señor:
                   “Ripoll había nacido en Solsona. En su juventud cursó teología. Los estudios teológicos sembraron de dudas su espíritu.
                   Su conciencia, al ponerse en contacto con la humanidad, al calor de la lectura de los enciclopedistas, sufre una profunda crisis.
                   Es el dramatismo de quien, sintiéndose religioso, hondamente religioso, descubre que su religiosidad no cabe en los cauces de una religión determinada.
                   Ripoll es creyente, pero no crédulo. Ripoll cree en la existencia de un Ser Supremo, al que adora privadamente, con espíritu y con verdad.
                   Respetuoso con la conciencia ajena, no tolera que nadie penetre en la suya.
                   Y, pensando que la educación puede libertar los espíritus, se hace maestro. Y al magisterio lleva aquella unción religiosa que impregna su vida toda”.

         Pronuncia una frase frontispicia: “cuando el saber no sea delito, habrá justicia”

         Y es gráfica la narración sobre su muerte y uno está, ya, imaginándose al bueno de Ripoll, colgando de la soga, asfixiándose, y al verdugo dando un salto, desde el tablado y “cabalgar sobre los hombros de la víctima, echando encima todo su peso, para acelerar la muerte”.

         Ripoll es el típico hombre que descubre el siglo de las luces, la luz de la razón, el siglo XVIII, con la Diosa Razón enseñoreándose por la Europa libre, y que contempla a su España atrasada, retrasada, sin libertades.
         Hace el recorrido vital que haría otro cualquiera tan valiente y decidido como él.
         El primer paso es apuntarse a la guerra, al uso de la fuerza, a las armas, hay que “liberar a España de”.
         Posteriormente da el segundo paso, cuando cae en la cuenta de que la libertad física no es la libertad principal, que la auténtica libertad se encuentra en la conciencia, en el espíritu, en el interior de cada uno, es la libertad psicológica, es la “libertad para”. Sólo por eso se hace maestro.
         Si la fuerza como argumento, si la “razón de la fuerza” puede desarrollarla con compañeros de combate, en el campo de batalla, la libertad interior necesita ser aprendida desde la escuela. Sólo desde la educación se puede educar para la libertad.
         La escuela substituye al campo de batalla, el maestro al combatiente, el alumno al camarada.

         Es un religioso tipo Voltaire. Ni es ateo ni laico ni antiteo. Es un deísta. El deísmo era la religión profesada por los ilustrados. Creen en Dios, pero no en el dios del catolicismo español. El argumento de los ilustrados es el de la prueba del reloj. “Si tenemos un reloj, tiene que haber habido un relojero”. Nada más. Adoremos al relojero, del que no sabemos nada, ni cómo es, ni dónde está, ni…. Si vemos el orden tan maravilloso que reina en la naturaleza, cómo se cumplen las leyes... Es la época del triunfo de la física Newton y de la astronomía de Laplace. Tanto la tierra como los cielos se comportan de una manera ordenada, luego tiene que haber habido un ordenador. Nada más.
         Vive una religiosidad intensa pero es antieclesiástico, como cualquier ilustrado. Cumple el mandamiento divino:”lo que hagáis por cualquiera de los hombres, por Mí lo hacéis”, pero se opone, le da asco, no soporta a la jerarquía eclesiástica, más preocupada por ascender en la escala social en esta vida, por ocupar territorio social, que por vivir el evangelio. Su afán de dominio en vez de su vocación de servicio a los más necesitados, es lo que más le molesta a los ilustrados.
         La religiosidad no va emparejada con ninguna religión oficial, y menos con la católica. No era la Jerarquía eclesiástica, precisamente, ejemplo a imitar.
         Los clientes de la iglesia son los crédulos, los corderos, los necesitados de dirección,  los menores de edad, los obedientes totales, los que han subarrendado su conciencia y la han depositado en fianza en los obispos y demás jerarcas.
         Ripoll se siente autónomo, se siente él y quiere seguir siendo él. Él es su conciencia. Su conciencia es su tesoro. El es el único propietario de su persona. La conciencia es el carnet de identidad de la persona, es el “tabernáculo sagrado”.
         “De internis, neque Eclessia” dice un lema religioso, pero ¡qué poco caso le hizo la iglesia a su lema¡

         Muere en paz. Con la conciencia tranquila. ¿De qué va a confesarse?, ¿de qué va a arrepentirse?. Ha luchado por la libertad de su patria con las manos y con la palabra.

         Creo que ni la Iglesia ni el Estado hubieran puesto su vida en aquellos ejemplares escolares de “Vidas ilustres”. Para ninguno de ellos la vida de Ripoll sería un ejemplo a imitar.

         ¿Imitar a un terrorista y a un ateo?.

         Esperemos que el Dios misericordioso, en su misericordia, los haya perdonado a todos, porque a él “nada habrá tenido que perdonarle”.


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