El terror religioso de la Inquisición no acabó
en la Edad Media.
Valencia arrastra la lacra de haber matado al último condenado por herejía de
todo el mundo. Fue el maestro Gaietà Ripoll, nacido
en Solsona y emigrado a Russafa, y lo ahorcaron tal día como hoy de 1826.
Ahora, una investigación ha logrado ubicar dónde estaba la barraca-escuela en
la que daba clases a los niños sin plegarse a los dogmas católicos.
LAICISMO.ORG
El autor de la obra hace una descripción certera de quién
era este señor:
“Ripoll había nacido en Solsona. En su juventud
cursó teología. Los estudios teológicos sembraron de dudas su espíritu.
Su conciencia, al ponerse en contacto con la
humanidad, al calor de la lectura de los enciclopedistas, sufre una profunda
crisis.
Es el dramatismo de quien, sintiéndose religioso,
hondamente religioso, descubre que su religiosidad no cabe en los cauces de una
religión determinada.
Ripoll es creyente, pero no crédulo. Ripoll cree
en la existencia de un Ser Supremo, al que adora privadamente, con espíritu y
con verdad.
Respetuoso con la conciencia ajena, no tolera que
nadie penetre en la suya.
Y, pensando que la educación puede libertar los
espíritus, se hace maestro. Y al magisterio lleva aquella unción religiosa que
impregna su vida toda”.
Pronuncia una frase frontispicia: “cuando el saber no sea
delito, habrá justicia”
Y es gráfica la narración sobre su muerte y uno está, ya,
imaginándose al bueno de Ripoll, colgando de la soga, asfixiándose, y al
verdugo dando un salto, desde el tablado y “cabalgar sobre los hombros de la
víctima, echando encima todo su peso, para acelerar la muerte”.
Ripoll es el típico hombre que descubre el siglo de las
luces, la luz de la razón, el siglo XVIII, con la Diosa Razón enseñoreándose
por la Europa
libre, y que contempla a su España atrasada, retrasada, sin libertades.
Hace el recorrido vital que haría otro cualquiera tan
valiente y decidido como él.
El primer paso es apuntarse a la guerra, al uso de la
fuerza, a las armas, hay que “liberar a España de”.
Posteriormente da el segundo paso, cuando cae en la cuenta
de que la libertad física no es la libertad principal, que la auténtica
libertad se encuentra en la conciencia, en el espíritu, en el interior de cada
uno, es la libertad psicológica, es la “libertad para”. Sólo por eso se hace
maestro.
Si la fuerza como argumento, si la “razón de la fuerza”
puede desarrollarla con compañeros de combate, en el campo de batalla, la
libertad interior necesita ser aprendida desde la escuela. Sólo desde la
educación se puede educar para la libertad.
La escuela substituye al campo de batalla, el maestro al
combatiente, el alumno al camarada.
Es un religioso tipo Voltaire. Ni es ateo ni laico ni
antiteo. Es un deísta. El deísmo era la religión profesada por los ilustrados.
Creen en Dios, pero no en el dios del catolicismo español. El argumento de los
ilustrados es el de la prueba del reloj. “Si tenemos un reloj, tiene que haber
habido un relojero”. Nada más. Adoremos al relojero, del que no sabemos nada,
ni cómo es, ni dónde está, ni…. Si vemos el orden tan maravilloso que reina en
la naturaleza, cómo se cumplen las leyes... Es la época del triunfo de la
física Newton y de la astronomía de Laplace. Tanto la tierra como los cielos se
comportan de una manera ordenada, luego tiene que haber habido un ordenador.
Nada más.
Vive una religiosidad intensa pero es antieclesiástico, como
cualquier ilustrado. Cumple el mandamiento divino:”lo que hagáis por cualquiera
de los hombres, por Mí lo hacéis”, pero se opone, le da asco, no soporta a la
jerarquía eclesiástica, más preocupada por ascender en la escala social en esta
vida, por ocupar territorio social, que por vivir el evangelio. Su afán de
dominio en vez de su vocación de servicio a los más necesitados, es lo que más
le molesta a los ilustrados.
La religiosidad no va emparejada con ninguna religión
oficial, y menos con la católica. No era la Jerarquía eclesiástica,
precisamente, ejemplo a imitar.
Los clientes de la iglesia son los crédulos, los corderos,
los necesitados de dirección, los
menores de edad, los obedientes totales, los que han subarrendado su conciencia
y la han depositado en fianza en los obispos y demás jerarcas.
Ripoll se siente autónomo, se siente él y quiere seguir
siendo él. Él es su conciencia. Su conciencia es su tesoro. El es el único
propietario de su persona. La conciencia es el carnet de identidad de la
persona, es el “tabernáculo sagrado”.
“De internis, neque Eclessia” dice un lema religioso, pero
¡qué poco caso le hizo la iglesia a su lema¡
Muere en paz. Con la conciencia tranquila. ¿De qué va a confesarse?,
¿de qué va a arrepentirse?. Ha luchado por la libertad de su patria con las
manos y con la palabra.
Creo que ni la
Iglesia ni el Estado hubieran puesto su vida en aquellos
ejemplares escolares de “Vidas ilustres”. Para ninguno de ellos la vida de
Ripoll sería un ejemplo a imitar.
¿Imitar a un terrorista y a un ateo?.
Esperemos que el Dios misericordioso, en su misericordia,
los haya perdonado a todos, porque a él “nada habrá tenido que perdonarle”.
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